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La semana había transcurrido con lentitud para los dos. Cuando al fin llegó el sábado, Josemari reunió todo su valor para presentarse en la disco. Llegó media hora tarde, sintiendo que cometía un error hasta que vio a Daniel tras la consola de sonido. Entonces se olvidó de todos sus temores y su imagen le llenó la cabeza dejando sin lugar cualquier razonamiento.

El rubio parecía un dios en lo alto, con las luces bailando a su alrededor y todo el mundo moviéndose al ritmo que él marcaba. También estaba más sensual que nunca: la ropa ajustada y húmeda por el sudor, los tatuajes étnicos de los brazos al descubierto, el cabello suelto y los ojos con delineador. ¿Por qué tenía que ser tan...?

-¿Estás con alguien? -dijo un tipo sacando a Josemari de su contemplación.

-Es el chico de Dani -intervino uno de los camareros acercándose.

-Lastima... -se despidió el otro con un guiño.

El camarero, de nombre Carlos, era amigo de Daniel. Este le había encargado recibir a Josemari y llevarle a la mesa que había reservado en el palco, para que pudieran verse sin problemas. Realmente había pensado en todo. Se sintió mal por no haber llegado a la hora.

Mientras escuchaba sus canciones favoritas, mezcladas con música electrónica, pensó en lo que sentía, en lo atractivo y galante que le parecía Daniel, en que éste no sabía su secreto y que cuando lo supiera todo el encanto se iba a romper. De pronto descubrió que le estaba mirando preocupado, seguramente había puesto un gesto triste mientras reflexionaba. Levantó su cerveza y lo saludó sonriendo. El DJ recuperó su brillo y siguió su rutina.

Josemari miró la botella, no pensaba beber otra cosa que cerveza y no más de una. Necesitaba mantener el control, necesitaba la cabeza fría cuando estaba con Daniel. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Si él fuera un hombre de verdad, podría vivir una relación sin miedos. Pero no lo era, y no podía atreverse a ir más allá de unos besos porque ya sabía lo que pasaría.

No quería ver ese gesto de decepción y horror en Daniel, el mismo que vio en su primer novio cuando le dijo que quería cambiar su cuerpo. Y en un tipo con el que se enredó en un bar gay, al poco tiempo de regresar de Inglaterra, quien se congeló al verle desnudo, a pesar de que le había confesado ser un transexual desde el principio.

No, las cosas con él no podían terminar así porque iba a ser más doloroso. Daniel era especial. Mientras más tiempo pasaban juntos, más se convencía de que estaba ante una persona magnífica. No sólo por haberse levantado de la calle completamente solo. También porque tenía sueños admirables. Aspiraba a ser un periodista independiente, de los que denuncian abusos e injusticias sin miedo. Quería incluso adentrarse en zonas de guerra, meterse en dónde nadie quiere mirar y sacar las verdades más incómodas a la luz.

Escribía en un blog y en varias revistas universitarias contra los desalojos que ocurrían en toda España, denunciaba el bullying en el campus y era miembro activo en una ONG que defendía los derechos de la comunidad LGBT. Lo suyo no era vano idealismo, se tomaba muy en serio cada cosa que emprendía. Seguramente nunca tendría suficiente dinero pero vivía como quería.

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