LA PIEDRA LLAVE

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Mientras avanzaban contempló aquellas fétidas y húmedas paredes, esos túneles angostos y horadados en piedra caliza por los que transitaban, asimilando lo tétrico que era todo el entorno en su conjunto. Si se le sumaba a la invariable certeza de saber que aún se encontraba en una penitenciaria llena a rebosar de psicópatas y lunáticos mientras era guiado por un mastodonte que andaba en taparrabos y al cual, acababa de ver como espachurraba a los tipos que se hacían llamar los Incondicionales como si fueran bizcochos tiernos... Bueno, pues que algo le decía a Armen que esa noche iba a quedar para el recuerdo. O lo que vendría a ser lo mismo dado lo vivido, que iba a remembrar una y otra vez aquella puñetera pesadilla por lo que le restara de vida. Contuvo un repentino estremecimiento que lo caló hasta los huesos, agravado por unas acuciantes ganas de mear.

Advirtió que Zerbes no había soltado ni una sola silaba más desde que dejaron atrás los cuerpos desmadejados de los mentados Incondicionales. Quizás algún gruñido al llegar a una intersección mientras sacudía la cabeza y decidía que dirección tomar, o un pequeño jadeo al abrir una puerta (o al arrancarla por la fuerza prácticamente de sus goznes), incluso se había percatado de que el reto de personal que se encontraba recluido allí, había enmudecido. En cualquier caso, no había emitido ningún otro sonido se pudiese calificar como lenguaje o una comunicación verbal. No sabía lo que pensar en realidad. De todas formas de no ser por ese hombre, concluyó, probablemente a esas alturas ya estaría muerto. Tragó saliva mientras se apegaba más a una de aquellas viscosas paredes.

No tardaron en escuchar juramentos y maldiciones en las galerías ulteriores a esa, pocos instantes después de haber dejado aquel destrozo atrás; no habían llegado muy lejos. Sin lugar a dudas alguien acababa de topar con la escabechina, concluyó. Pensaba que no podría estar más acongojado tras lo sucedido, pero se equivocaba. Pudo escuchar graznidos de órdenes y, poco después, claramente, el traqueteo de pasos a la carrera por distintas direcciones a la vez. Nuevos cazadores que los buscaban, comprendió. Por suerte ninguno de ellos acertó a venir por donde discurrían ellos. Aunque siendo francos, tras ver las habilidades de Zerbes en el combate cuerpo a cuerpo, no creía tener muy claro si existiese un choque quién sería el beneficiado. Aunque no era muy difícil llegárselo a imaginar después de todo. Pobres desgraciados los que se topasen con aquel montañés.

Un rato más adelante cayó en la cuenta de que en que en ningún momento se le había ocurrido memorizar, por si acaso, la trayectoria que habían tomado hasta aquel entonces. Excesivas coyunturas. Lo embargaba el estupor, tenía demasiado miedo como para pensar con un mínimo claridad como para ser consiente del todo del berenjenal en el que andaba metido hasta los sobacos. Un craso error, sin duda. No tenía ni la más remota idea de en qué punto se encontraban en aquel instante. Sí que sabía que era el recinto de Institución y que estaba en alguna de sus malditas galerías, como evidenciaban los tétricos paisajes por los que transitaban, pero ¿y el camino que lo llevaría a casa, dónde demonios estaba? Una cierta impotencia comenzaba a arraigar en él.

El hombretón parecía conocer la instalación al dedillo, no se detenía demasiado tiempo en los cruces, como comprobó, resuelto en una misma dirección mientras transitaban por galerías que no había visto en su anterior recorrido. Indiferente, sin parecer importarle que los acecharan, avanzaba con aquel compás de andar bamboleante; en ocasiones teniendo que agacharse o ponerse de perfil para poder pasar por lugares un tanto estrechos para un corpachón como el suyo. Era un tipo grande de cojones. Se preguntaba cuál era la historia que lo había llevado a acabar allí.

—¿Seguro que vamos en buen camino, amigo? —se decidió a preguntar tras escuchar más estruendo en el piso superior. No es que no lo intimidase el hombre, pues lo aterraba, pero a cada instante se sentía más acorralado por sus perseguidores, y ya había presenciado suficientes muertes por un día como para esperar tranquilamente ver llegar la suya. —Por lo que tengo entendido —prosiguió—, la sala se encuentra cerca de las escaleras por las que se accede a este mismo nivel. ¿Aún quedan muy lejos de aquí? Estas galerías me parecen todas iguales, sabes.

Zerbes paró y se volteó, Armen dio un respingo y dos pasos hacia atrás por precaución. Se lo quedó mirando durante un rato con esa expresión de mastín estúpido a punto de lanzarse encima para lamer su cara. O para arrancársela de un mordisco en el peor de los casos si lo pensabas. Se estremeció ante los negros ojos del hombretón que lo escrutaron durante lo que le pareció una eternidad. Mientras tragaba saliva el hombre finalmente respondió:

—Faltar muy poco para llegar —dijo al mismo tiempo que reanudaba la marcha y le animaba a avanzar con su enorme mano manchada aún de sesos —, tu no deber preocuparte, compañero. Zerbes conocer bien lugar en este periodo corto. Un poco más adelante encontrar la sala que tú buscar.

‹‹Ah, pues mira que bien, eso sí que es un alivio››

Armen asintió, aunque un tanto de receloso volvió a reanudar la marcha unos pocos pasos por detrás de aquel animal, no tampoco tenía más alternativa que seguirlo, si lo pensabas. En cualquier caso, a pesar de las presentes circunstancias, tampoco había dejado de pensar en aquellos que se hacían llamar los Incondicionales y en aquel inverosímil hostigamiento que habían emprendido en contra suya. Lo que lo llevaba también a preguntarse, ¿por qué ocupaban el tiempo en destrozar la ciudad, si era a él a quién querían? ¿Y en primer lugar, por qué demonios pretendían matarlo? ¿Qué ganarían después de acabar con su miserable vida? Peguntas sin respuesta. Estaba seguro de que Kumar sabía algo al respecto de todo aquello, pero se había guardado mucho de relatarle en qué puto avispero andaba metido. De todas formas, lo había estado engañando hasta aquel entonces al fin y al cabo, ¿no? ¿De qué se sorprendía ahora?. Y Bien mirado si lo analizaba , tampoco es que pudiese recriminárselo ahora, se dijo mientras crecía la consternación dentro de su pecho, probablemente ya se encontraba muerto a las puertas de Institución; al Igual que su amigo Varsuf. Instintivamente apretó los puños en la oscuridad hasta casi hacerse sangre, poco a poco la ansiedad lo iba quemando por dentro empezó a menguar. ‹‹¡Maldita la hora en que nací!›› se lamentó con un nudo en la garganta. ‹‹¿Cómo voy a explicarles a sus padres que su hijo a muerto por querer ir a tomarse unas copas y retozar con prostitutas en los Distritos, donde abunda el pecado y los criminales? ¡¿Por qué diablos me tuve que dejar convencer por ese idiota?! Sí hubiese hecho caso a mis instintos... ahora... ahora mismo estaría vivo››.

Llegaron a una nueva intersección, esta la recordaba por inverosímil que pareciese. Si no se equivocaba, en frente se encontraba la puerta que daba a las escaleras por las que había bajado hasta aquel conspicuo infierno. La sala de guardia tenía que encontrarse relativamente cerca de allí, supuso. Zerbes se detuvo durante unos instantes mientras se rascaba las sucias greñas de su enorme cabezota, mirando hacía ambas direcciones frunciendo el ceño a la vez con cierta cara de bobo, poco después pareció asentir satisfecho ante sus propias conclusiones. No acababa de tenerlas todas con su guía, pero siguieron avanzando a la par que cogían la intersección de la derecha, dejando aquella entrada atrás. Unos cincuenta metros más tarde, se encontraba justo en frente de un sólido muro. Parecía que habían llegado a un callejón sin salida. ¿Qué significaba aquello?

Contempló a su Zerbes harto confuso, luego volvió a observar la maciza e intraspasable pared que les cerraba el paso, el camino se acababa allí, sin duda. Él también se rascó la sien confuso, mientras volvía a constatar que sus ojos no le engañaban. Para más inri, pudo escuchar en esa misma planta distintas voces, como si un grupo notable de personas acababan de llegar y comenzasen a rebuscar en ella.

‹‹¡Por las ventosidades de Sansemar!›› maldijo entre dientes.

Ahora sí que estaban metidos en una ratonera de verdad. Sí retrocedían, probablemente acabarían topando con sus perseguidores de frente para ser partícipes de otra carnicería más, seguir por ese camino no podían en absoluto. ‹‹¡Jodidamente fantástico, Armen, ahora sí que la has cagado pero bien!›› se dijo mientras volvía a contemplar a Zerbes con una mescolanza de impotencia y rabia. No sabía qué le había llevado a pensar que aquel desequilibrado iba a lograr sacarlo de allí de una sola pieza. Cuando ya casi estaba predispuesto a hacerse un ovillo allí mismo y ponerse a gimotear sin contención.

—Ser aquí, compañero —insistió el montañés—, Zerbes traer a sitio que tu buscar. Detrás del muro —manifestó el hombretón alegremente, luciendo aquella estúpida sonrisa suya mientras señalaba la pared que tenían en frente. Seguía Indiferente al peligro que se aproximaba a ellos, ni de su desenlace más probable.

‹‹¿Detrás del muro?›› pensó Armen. No sabía si estallar en carcajadas por la hilaridad que empezaba a envolverlo como un sudario, o por el contrario, lanzarse a su enorme pescuezo para intentar estrangularlo con sus propias manos. Decidió al final por no hacer ninguna estupidez. Con la primera tan solo lograría advertir a sus perseguidores de su ubicación. Con la segunda una muerte terrible a manos de ese gigante en taparrabos.

‹‹¡Maldita sea, Armen, piensa, piensa! ¿Qué es lo que puedes hacer ahora?›› Las expectativas no parecían ser muy favorables mirase por donde las mirase. Podrían intentar volver por el mismo camino e intentar enfrentar a sus perseguidores de nuevo (lo que equivaldría a que los enfrentaría Zerbes solo, mientras el cruzaba los dedos y rezaba para que no los hiciesen picadillo en situ en caso de que fuesen demasiados), o volver a subir al piso superior y probar suerte en las calles de la ciudad; lo que parecía igual de arriesgado y suicida a su parecer. ¿Qué debía hacer? Sujetándose la cabeza con las manos mientras barajaba sus míseras posibilidades, el hombretón volvió a espetar;

—Sala encontrase detrás del muro —gruñó, intentando articular con cuidado cada una de las palabras. Dio varios golpes con la palma en la pared como queriendo confirmarlas.— Celadores cruzar por aquí siempre. Zerbes traerte como prometido, ahora tu cruzar para llegar a sala.

Armen lo miró sin comprender. ‹‹¿Cómo pretende que cruce un muro que probablemente tiene varias pulgadas de grosor, tirándome contra él y esperando que lo atraviese sin más?›› No pensaba preguntarle directamente, no fuese que hubiese acertado al adivinar sus intenciones. El grupo que los rondaba por aquella planta ya se encontraba relativamente cerca, por lo que en cambio dijo con un timbre más agudo de lo normal.

—Cómo puedes ver, amigo, ya no podemos seguir por este camino, el muro que tenemos delante nos lo impide. —Era increíble que tuviese que apuntar algo que era tan evidente, pero no sabía muy bien hasta qué punto estaba bien de la cabeza su nuevo "amigo", así que decidió ser más didáctico mientras reprimía la ansiedad que amenazaba con hacerlo devolver. —Puede ser que te hayas confundido en alguna intersección. —‹‹O simplemente no tenías ni la más remota idea de donde nos estabas llevando›› quiso gritar, pero también se abstuvo.

—Zerbes tener muy buena memoria —dijo mientras se golpeaba el pecho—, Zerbes no equivocar de sitio. Tú solo tener que abrir muro y ya está.

Armen levanto los brazos en gesto de disculpa, no fuera que le diese por soltarle un bofetón.

—Vale, vale, entiendo —respondió—, pero ¿Cómo puedo hacerlo? Este muro se ve muy sólido. —‹‹Venga dime sí lo sabes. ¿Cómo pretendes que lo abra, pedazo de animal?››. De pronto se oyeron voces por la zona donde debía de encontrarse la puerta que habían dejado atrás y que daba a las plantas superiores; la salida de allí. Se les acababa de fastidiar el plan B—¿Has escuchado eso?

Zerbes lo miró con expresión extraña.

—La gente de los páramos ser muy obtusa —dijo refiriéndose a él.—Tu buscar en la pared piedra llave que abrir puerta, yo encargarme de las visitas. —Se escupió en las manos y se las frotó, se dio dos palmadas en los muslos y dos en las mejillas y, sin más preámbulo, se dirigió a la zona de donde provenían los sonidos con paso seguro. Desapareció de su vista veinte metros más allá.

Armen perplejo, se quedó con cara de pardillo delante del muro, intentando comprender lo de "la piedra llave" y todo eso. ¿Quería decir que esa pared en realidad era una especie de panel? ¿Podía ser posible eso? Tras reflexionar unos instantes, aun sin haber extraído ninguna conclusión definitiva a ese dilema, comenzó a escucharse gruñidos y gritos espeluznantes al fondo del pasillo. Se estremeció. Con toda certeza supo, que Zerbes se había encontrado con el grupo de quienes perseguían. No sabía cómo acabaría la "reyerta" en si, por lo que decidió buscar la maldita "piedra llave" de la que había hecho mención el grandullón. Por muy absurda que le pareciese la idea, puso todo su ahínco en la misión. Empezó pasando sus manos por las junturas de las piedras, seguido por las esquinas y por los bordes, busco en el techo, incluso en el suelo; pero no dio con nada que llamase su atención. A cada instante que pasaba estaba más seguro de que su esfuerzo iba a ser en vano. A cada instante que pasaba se sentía más idiota. ¿Qué pretendía descubrir así? Las onomatopeyas al fondo del corredor arreciaron, más gritos y gruñidos, más maldiciones, silbidos. En aquel instante, tenía la sensación de estar en una jodida fiesta del día de la matanza del becerro, aunque allí abajo no había ningún becerro, ¿no?. Cada vez más nervioso, siguió palpando la maldita pared como si le fuera la vida en ello (lo que en cierta medida era literal), buscando lo incognoscible, lo cada vez más improbable. ‹‹Respira con tranquilidad, Armen, o al menos respira›› se recriminó mientras proseguía con su infructuosa búsqueda.

De pronto se hizo el silenció, el ambiente se había convertido en una calma inquietante y tensa, su mente empezó a especular sobre lo peor, el choque se había resuelto al parecer, pero ¿a favor de quién?

Mientras seguía palpando la pared, con la misma funcionalidad que un invidente manoseando el aire, con la presión a punto de partirle las costillas, observó mientras retenía el aire en dirección por la que había desaparecido su nuevo compañero. Una silueta comenzó a recortarse sobre la negrura, una silueta enorme, constató. Tragó saliva mientras la presencia se hacía completamente visible para él. Consiguió expulsar el aire que había retenido en sus pulmones cuando advirtió que se trataba de Zerbes. Estaba completamente ensangrentado, apoyándose en la pared mientras se acercaba a él, un breve examen evidenció distintas heridas abiertas que sesgaban su piel. Cuando llegó a su altura lo observó desde arriba con una expresión casi condescendiente.

—La gente de los páramos ser muy obtusa. —le soltó. Sin más explicaciones, apoyó sus ensangrentadas manos en dos pedruscos concretos de la pared, luego tensando cada uno de sus músculos, tras un gruñido, empujó. Como por arte de magia se escuchó un claro chasquido y la gruesa pared comenzó a ceder. Esta pivotó sobre un mismo eje hasta que fue desvelada la sala del otro lado. Tras dar media vuelta completa los extremos volvieron a quedar encajados. Poco rato después escuchó claramente como en el otro lado se reunía un grupo considerable de personas. Miró a Zerbes y este lo miró a su vez a él con una sonrisa de dientes ensangrentados, se dejó caer en el suelo y luego agregó. —Como digo, muy obtusos.  

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