Prólogo.

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 Polo Norte.

 Hacia frío, mucho frío. Aquello era normal, estaba en medio del polo Norte.

 Corría por los grandes glaciales, su cabello azabache ahora era más corto y se había desecho de aquella coletilla, ahora él daba un aire más maduro y varonil, perfecto con el cuerpo que estaba sacando, el de todo un hombre.

Pronto la podría hacer frente sin ningún tipo de esfuerzo, o al menos eso creía él. Seguía corriendo librándose de sus pensamientos, librándose de los pensamientos relacionados con ella; no sabía porque, pero desde que partió de su hogar volante no había dejado de hablar de aquella rubia estúpida para él. Había estado por sitios repletos de agua, sus lugares favoritos y evitando los lugares muy cálidos.

Él hacia poco que había ido al Polo Sur, había pasado allí un año y medio, pero allí ya no había reto para él, ahora le tocaba probarse as si mismo en el norte. Los días pasaban lentamente y más si la mayoría de los días eran de noche, noches bajo cero y oscuras.

Siguió corriendo, vio como en la costa los pingüinos empezaban a adentrarse en el azul océano al igual que sus ojos, para ir a por el pescado.

No se percato hasta que resbaló, caía por una nueva grieta que se había abierto en el hielo. Con las manos desnudas se agarró al hielo, estas a los segundos se convirtieron en unas afiladas garras membranosas de brillantes escamas azules verdosas.

   − Joder…

Debía darse prisa o la grieta se volvería a cerrar, así eran en segundos se abrían grietas pero se cerraban enseguida, así era el calentamiento global. Coloco cada pie en cada pared al igual que sus manos, y fue escalando hasta arriba. Como había previsto la grieta comenzó a cerrarse y se dio más prisa que antes, era así o quedaría aplastado por el hielo.

Quedaban pocos metros y con los pies amarrados al hielo dio un gran impulso y salió al exterior, un nuevo reto superado.

Tomó una gran bocanada de aire y a continuación dio un gran rugido que quebró el suelo a sus pies.

Después de tomar aire siguió su carrera, el frió aire le golpeaba en el pecho y cara. Se había acostumbrado a entrenar sin camiseta, una persona normal ya habría muerto por hipotermia, pero él no; al igual que sus dos amigas no era normal, más bien anormal. Impulsivamente su mano fue a parar a su mejilla derecha.

Fue aminorando la marcha al ver la pequeña cabaña de madera, su supuesto hogar en solitario. Abrió la puerta y se sacudió las botas de piel, las dejó tiradas en la entrada y se dejó caer en su pequeña cama echa con paja.

Revolvió el cabello con su mano y fue bajando hasta detenerse de nuevo en su mejilla derecha. Sonrió levemente, todavía lo recordaba. Cierto era que a lo largo de su viaje había adquirido diferentes cicatrices por todo su cuerpo, pero ninguna tenía comparación con aquella. No dejaba de recordarlo una y otra vez.

Un brillante cabello dorado recogido en una trenza, la bufanda que significaba la muerte y la soledad que portaba, aquellos ojos esmeraldas engañosos y aquella media sonrisa superficial. El aspecto de su mayor rival, a veces pensaba que su encuentro había sido un sueño, pero no. Las yemas de los dedos pasaron la cicatriz, cerró los ojos y espiro.

Crónicas Elementales 2: Agua de Cristal. © [PRÓXIMA REEDICIÓN EN AGOSTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora