Capítulo 4

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            Salieron por la puerta de atrás al jardincito de la casa seguidas de Lennon, jadeando de placer ante la perspectiva de una excursión nocturna.

            Pasaron la verja de la valla del fondo que rechinó sobre sus goznes.

            —Tendré que pintarla y engrasarla este verano —dijo Zi por enésima vez, sabiendo que dentro de treinta segundos ya se le habría olvidado y que la puerta se quedaría un año más como estaba. Seguramente hasta que se cayese al suelo y ya no hubiera solución.

            —¿Por dónde vamos? —preguntó Natalia.

            —Podríamos rodear la piscina. Dime tú por dónde piensas que es mejor. Por lo menos tienes localizado el coche. Habría que llegar a su altura sin que nos vean.

            —¿Y si nos descubren?

            —Pues podemos hacer que estamos paseando al perro... Voy a por la correa —dijo Zi, y salió corriendo hacia la casa.

            Volvió al poco rato con la correa de Lennon en la mano y unas bolsas de plástico “recoge cacas” en la otra.

            —¿Dónde vas con eso? —preguntó Natalia.

            —Es para que parezca más verídico, hoy en día nadie saca a pasear a su perro sin la correa y las bolsitas negras. Le contestó Zi agachándose para enganchar a Lennon por su collar.

            —Si tú lo dices. —se burló Natalia. —Vamos a rodear la piscina. Luego entraremos en las pistas de tenis por el lado de las cabinas. Así llegaremos al coche desde atrás, y sobre todo estaremos más protegidas por lo que queda del murete.

            —Es verdad y en esta parte el seto de hiedra está bastante bien —dijo Zi mirando su reloj, eran ya las doce de la noche.

            —Si estos tíos están aquí por ti y nos ven...

            —¿Si nos ven, qué? —preguntó Zi parándose en seco.

            —Pues no lo sé. Y es lo que más nerviosa me pone. No saber qué es lo qué va a pasar, ni qué alternativas tengo.

            Zi asintió con la cabeza y se pusieron en marcha.

          Rodearon la piscina, caminando despacio con Lennon tirando de la correa en todas direcciones.

            Hacía una noche maravillosa de final de junio. El cielo estaba completamente despejado y una luna casi llena brillaba tanto que daba una impresión de profundidad infinita al azul oscuro. Había tanta luz que apenas se podían distinguir todas las estrellas. Una pequeña brisa dejaba una sensación cálida sobre la piel desnuda de sus hombros.

            La pequeña urbanización estaba construida en semicírculo alrededor de la piscina. Todos los adosados tenían su diminuto jardín privado que los separaba de la parte común. Durante el fin de semana, en esta parte pululaban los niños, adolescentes y padres, bañándose y armando jaleo. Ahora sólo se escuchaba el sonido de los grillos entrecortado por el quehacer cotidiano de algunas familias terminando de cenar o de ver la película, saliendo de alguna ventana abierta, detrás de los setos.

            A su izquierda se hallaban las pistas de tenis, que daban a la calle de Zi y Natalia, y a la derecha el portal de emergencia que daba a la otra calle, la que salía de la urbanización. Pero más valía que no hubiese emergencia porque aquello era un amasijo de objetos viejos, sillas, mesas, un balancín destartalado y más cosas, que los niños utilizaban para hacer sus cabañas y guaridas.

M A P A M U N D IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora