Sonreír se me estaba volviendo un vicio, el cerrar los ojos y pensar en ti. Las mariposas eran nada para describir esas cosquillas en mi estómago cada que estabas cerca de mí. No me gusta deberle nada a nadie, ni mucho menos poner en manos ajenas mi felicidad, pero aunque pueda ser hostil en ocasiones… tú me hacía suspirar.
A veces no tenía palabras para hacerte saber lo que me hacías sentir, mis mejillas se ponían coloradas cuando acariciabas mi cabello o me mirabas así… Como sólo tú sabías hacerlo.
Sé que quizá esto no fue eterno, y sé también que pudimos salir heridos, pero hay riesgos que valen la pena ser tomados… pues las recompensas son aún mayores. Y esas recompensas son cosas tan sencillas que se tornan gigantescas e inmarcesibles.
Me gustaban tus ojos cuando se perdían en la nada al estar divagando entre pensamientos confusos. Me gustaban tus labios cuando decían mi nombre, cuando decían ‘te quiero’ y cuando me callaban con un beso.
Me gustaban tus manos entrelazadas con las mías, tus mejillas y las comisuras de tus labios cuando me ofrecían una cálida sonrisa. Me gustaba tu cabello desarreglado y los lunares en tu cuello. Tus hombros, tus brazos y también tu barbilla… Me gustaba tu voz e incluso tus malos chistes.
Me gustaba cuando me rodeabas con tus brazos, cuando me escuchabas y me dabas consejos. Me gustaba saber que confiabas en mí y me gustaba cuando me contabas tus más profundos miedos. Amaba la forma en que seguias luchando y decías que no te darías por vencido, amaba que durmieras recargado en mi hombro y que con un abrazo me quitabas el frío.
Y adoraba sobre todo, esa valentía tuya de quereme, de permanecer conmigo y no querer soltarme. Que me procuraras y cuidabas como si fuese una niña pequeña, pero al mismo tiempo me respetabas y querías como mujer.
Son tantos los detalles y cualidades que me atraían de ti, que no podría terminar de escribir. Lo más razonable en estos casos, es decir menos y actuar más…
Para que no te quede duda de que todo tú, es lo que me encanta más.
