Deja su marca la renovada imagen

936 56 2
                                    


Para visitar cuantas veces quisiera a la madre de la nueva Avicia, no tropezaba Pierston con otro obstáculo que las cinco millas de ferrocarril y las otras dos de cuesta escarpada que había que trepar hasta las alturas de la isla. Así fue que dos días después repitió el viaje, y a la hora del té llamó a la puerta de la viuda. Como había temido, la hija no estaba en casa. Se sentó junto a la antigua querida de su corazón, que en pasados días eclipsara a su madre y ahora estaba eclipsada por su hija. Jocelyn sacó la botina del bolsillo.

-Entonces, ¿fue usted quien libró a Avicia del cepo en que se había metido?

-Sí, querida amiga: y acaso te ruego que me ayudes a salir del mío antes de acabar la conversación. Pero no importa ahora esto. ¿Qué dijo ella del percance?

La señora Pierston le miraba pensativa, y replicó con muestras de interés:

-Pues me parece extraño que haya sido usted, señor. Creí que podía haber sido un joven..., otro mucho más joven.

-Pudiera serlo en cuanto atañe a los sentimientos... Ahora, Avicia, iré derecho al asunto. Virtualmente hace muchos años que conozco a tu hija. Al hablar con ella puedo anticipar los giros de su pensamiento, sus emociones, sus actos, pues no en balde hice tan largo estudio de todo ello en tu madre y en ti. Por lo tanto, no necesito estudiarla; la estudié y aprendí en sus anteriores existencias. Ahora no te asustes. Quiero casarme con ella. Esto me llenaría de gozo si no hubiese nada descabellado en ello o que pareciese demasiado locura en mí y tan degradante para ella si consintiese. Como ya sabes, puedo hacerla relativamente rica y satisfaría todos sus antojos. Ésta es la idea, lisa y llanamente expuesta. Ajustaría en mi ánimo algo que durante cuarenta años ha estado desbaratado. Después de mi muerte, ella tendría absoluta libertad y todos los medios para disfrutarla.

La señora Pierston se mostró algo sorprendida, pero en modo alguno asustada, y exclamó con picaresca sencillez, en la que difícilmente se dejaba de advertir la afectación:

-¡Ya me figuraba yo que estaba usted un poquito prendado de ella!

Conociendo como conozco la tónica de su temperamento desde que hace años pasó aquello conmigo, nada de lo que haga en este particular puede admirarme.

-Pero ¿no pensarás mal de mí por ello?

-De ningún modo... A propósito: ¿adivinó usted para qué le dije que viniese a verme?... Pero ahora poco importa... Ya es cosa pasada... Por supuesto, eso dependerá de los sentimientos de Avicia... Acaso prefiera casarse con un joven.

-Sin embargo, supongamos que no apareciese un joven de satisfactorias condiciones...

En la cara se le conocía a la señora Pierston que apreciaba la diferencia entre pájaro en mano y ciento volando. Miró curiosamente a Jocelyn de arriba abajo, y dijo:

-Sé que para cualquiera sería usted un perfecto marido. Sé que sería usted mucho más perfecto que otros la mitad menos viejos; y aunque es mucha la diferencia de edad entre usted y ella, verdad es que ha habido matrimonios muchos más desiguales. Hablando como madre, puedo decir que por mi parte no habrá inconveniente alguno para que se case usted con ella, con tal que ella esté de acuerdo. En esto estriba la dificultad.

-Pues yo desearía que me ayudaras a vencer esta dificultad -respondió él cariñosamente-. Acuérdate de que hace veinte años te devolví un marido descarriado.

-Es cierto; lo hizo; y aunque no puedo decir grandes cosas respecto a la felicidad que de ello resultó, siempre comprendí que no eran menos nobles sus intenciones respecto a mí en este particular. Yo haría por usted lo que por ningún otro hombre, y hay una especial razón que me mueve a favorecer su propósito con Avicia, y es que estoy absolutamente segura de ayudarla a tener un marido cariñoso.

La Bien Amada - Thomas HardyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora