Gemma tuvo tanto novios como novias cuando ellos aún vivían juntos. Su madre aceptó a todas las parejas que su hermana llevó en algún momento a casa. A todos menos a Ernesto que, en palabras de su madre, no era más que un patán (su hermana le decía que era una exagerada hasta que, cuando terminó con él, abrazó a Anne y le dijo que tenía razón).
(Harry sigue sin entender qué es ser un patán —nunca se lo explicaron. Y los significados que hay son tan coloquiales que no sabe con cuál de todos quedarse.)
Anne, de hecho, tuvo a una preferida, una muchacha que medía un metro sesenta y nueve, que tenía el cabello castaño y rizado hasta sus hombros. América se llamaba y Harry aprendió muchas cosas de ella, pensamientos que conserva consigo como si fuesen los más importantes (junto a la pulsera con colores del arcoiris que lleva atada en su muñeca izquierda).
Estuvo con Gemma casi tres años —terminaron porque la novia de su hermana se mudaba a Irlanda y "las relaciones a distancias son muy complicadas", dijeron. Además, Gemma estaba estudiando y América no estaba dispuesta a que dejara todo atrás por ella.
Gemma quiso hacerlo. América se lo prohibió. Le dejó una extensa carta en la que le prometía que si se volvían a encontrar y seguían solteras, podrían comenzar de nuevo o, bien, seguir en donde lo dejaron.
Han pasado tres años desde entonces y Harry sabe que su hermana aún la extraña, que la añora y que la recuerda en la mayoría de las cosas que hace. Porque si Gemma es una figura importante dentro de la comunidad LGBT de su localidad es por América. Sabe también que si Gemma está ahorrando para viajar el día de mañana a Irlanda es por ella, porque se lo contó como un secreto.
"Quiero ir en su busca, ¿acaso es tan descabellado y malo?" Le dijo cuando estaban frente a la chimenea semanas después de que su madre muriera. Había sido una tarde difícil, porque habían pasado por la televisión una vieja película que veían en familia. Gemma había llorado y Harry, a duras penas, la había abrazado por los hombros y le había dado unas palmaditas en la espalda. Gemma le dijo que había sido el mejor consuelo que había recibido.
"Si la amas, ¿por qué habría de ser descabellado? No lo entiendo" su voz había salido monótona, mientras veía cómo el café oscilaba en la taza que estaba en sus manos. "Quiero decir, amar es ser fiel, ¿no? Es preocuparte por otra persona, por tratar de que esté bien. Es querer prepararle el desayuno antes de que despierte y es arroparla cuando está durmiendo destapada en el sillón". Tomó un sorbo de su café y miró el fuego de la chimenea.
La relación que su hermana había tenido con América había sido tan significativa a sus ojos que no cree que hubiese otra forma de amar aparte de esa. Tampoco tuvo padres juntos que pudieran cambiarle la visión de las cosas.
(Por eso la tiene como ejemplo. Es su definición de amor.)
América, cuando Gemma dormía en su regazo, le contaba a Harry todos los planes que tenía para ellas a futuro. Ella le preguntaba que qué pensaba al respecto; él le decía que mientras cuidara de su hermana, no tenía por qué tener pensamientos negativos hacia su relación.
América, en más de una oportunidad, le explicó por qué había grupos de personas que no aprobaban a las parejas de un mismo sexo. Harry le decía que no los entendía. Amor era amor y eso no dependía del género de cada uno de los implicados; que si se querían era por algo —el sexo no era más que un detalle.
América, le sonreía, le acariciaba la mano —como ella sabía que a Harry le gustaba— y le decía que ojalá más gente pensara como él.
(Harry piensa que, si la gente pensara más como él, las cosas serían un poco más sencillas y no existirían los malos entendidos ni las mentiras. La confianza sería cosa de todos los días y la gente no la buscaría como si fuese la cosa más escasa y extraña.)
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Bajo las hojas del otoño » l.s.
Fanfiction(Un AU en el que Harry solo necesita poco más de siete días de otoño para caer por Louis, el chico que conoce en la biblioteca y con quien comparte más de una cosa en común.) [ Portada regalada ♡]
