Los sueños nunca eran tranquilos o tortuosos, no tenían color o sonido, una sensación que me provocara miedo, alegría, nostalgia o desesperación. Desde aquel día el mundo de los sueños no era más que un vacío eterno y oscuro para descansar del monótono día a día, posiblemente igual de vacío que lo anterior, no existía una línea divisoria que mostrara lo distintos que eran los sueños de la realidad, los dos significaban exactamente lo mismo para mí, nada.
Abrí mis cansados ojos, sintiendo como el resplandor de la luz de la mañana me encandilaba haciendo que un par de solitarias lágrimas cayeran por el rabillo de mis ojos. Observé mi habitación, los viejos libros apilados sobre un escritorio sin espacio para nada, las partituras manchadas de café estaban sobre el edredón verde musgo, como si me invitaran a leerlas. Las polvorientas persianas dejaban entrar la luz del sol siempre tan brillante en esta ciudad.
Me levanté perezoso, estirándome y rascando mi cabeza, palpando mi rostro y sintiendo la pequeña barba que había comenzado a aparecer sobre mis mejillas. El piso de madera era frío al tacto de mis pies desnudos y aunque el verano y sus días cálidos estaban terminando, mi pequeño apartamento mantenía el calor incluso en invierno. La sala junto a la cocina americana compartía tonos tierra y verdosos, que lograban del pequeño espacio atestado de libros, cuadernos y partituras desordenadas, un espacio acogedor, al menos para mí.
Caminé al refrigerador, que al ser abierto entregaba un pobre y vacío panorama. Medio litro de leche, algunos huevos, mantequilla, las sobras de la comida china de ayer y algunos aderezos que estaban ahí hace meses. Saqué la leche para comenzar a buscar cereal y un plato en el que comer mí siempre igual desayuno.
Los froot loops de colores flotaban en la leche al igual que mis vagos pensamientos en el oscuro mar que era mi mente. Los desayunos y la vida en general siempre eran igual de monótonos y aburridos, pero en la mañana era cuando esto más se notaba. No existía nadie o nada que me podía distraer de la constante tortura y la infelicidad creciente dentro de mí. Mientras estaba solo no podía fingir sonreír y disfrutar mi comida, estando solo era yo, y aunque me sentía extrañamente solitario, así era mejor. El momento en el que comenzara a añorar la constante compañía, una vida con sentido y felicidad, seria cuando todo en mi estaría perdido, cuando todo lo que conocía podría terminar de un momento a otro de la misma manera en que había terminado hace unos años.
El destino era mezquino, no podías esperar felicidad sin el sufrimiento que siempre estaba de su mano. Pero eso no funcionaba en viceversa, si eras miserable y te hundías en un mar de tristeza nadie podría sacarte de ahí a menos que lo dejaras. Hasta ahora había actuado bastante bien mi papel en la decadente obra de marionetas que las personas llaman vida, hasta ahora incluso mis más cercanos pensaban que era feliz.
No existía un propósito o alguna fuerza llamada destino, las cosas ocurrían de manera aleatoria o sin un místico significado, no teníamos una razón más diferente al existir para morir, cuando te dabas cuenta de eso entonces ya las situaciones sean tristes o felices no importaban mucho. El único objetivo de la vida era sobrevivir e intentar llevar el día a día tranquilo. Podía simplemente suicidarme o dejarme morir perdido en el efímero placer de las drogas, abandonar todo en busca de una muerte rápida, buscando cumplir el propósito de la vida y existencia. Pero hacerlo era como una burla a quienes habían muerto sin desearlo, era una burla a los días soleados y sonrientes que en el fondo de mi corazón añoraba pero me negaba a pensarlo así. Una burla a los desayunos alegres que compartía con mi familia, una burla al rostro pecoso de mi difunta hermana.
Suspire, dejando el tazón de cereal a medio terminar y dirigiéndome al baño para que el agua caliente se llevara con ella mis pensamientos. El vapor no me dejaba ver y me ahogaba un poco. Até una toalla a mi cintura y busque mi afeitadora para comenzar a eliminar esos vellos naranjos que habían comenzado a aparecer. Con el vapor menos denso, busque la colonia inglesa que había tomado la costumbre de usar de loción de afeitarse desde que veía a mi padre hacerlo cuando era niño. El ardor del alcohol se mezclaba con un toque de frescor y notas aromáticas nostálgicas, miré mi rostro afeitado, ahora con unos años menos después de quitar la barba de una semana.

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El Mundo Del Silencio Eterno
Short StoryGregor Reed es un violinista que ha perdido la pasión absolutamente por todo en la vida. Aun así continúa viviendo una vida sin color, donde las danzantes notas que alguna vez llenaron su corazon y existencia ya no lo hacen sonreir. Gregor Reed dese...