Capítulo 1.

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Su sueño fue interrumpido gracias a un fuerte aroma que comenzó a esparcirse por la habitación, se cubrió la cara con la sábana que cubría la mitad de su cuerpo desnudo y maltratado sintiéndose por fín acobijado. Sin embargo, el olor era tan fuerte y desagradable a tal punto de volverse insoportable.

Sans se sentó en la cama con un poco de dificultad ante el dolor que sentía en la columna y en sus brazos, el humo del cigarrillo se acercó a su rostro y este lo alejó con su mano. -¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes de hacer esto después de tener sexo?

Papyrus se llevó a la boca nuevamente el cigarrillo mirándolo de reojo, ¿qué o quién demonios se creía para venir a imponerle órdenes? No dijo ninguna palabra y volvió a perder su mirada hacia el frente.

-...Hm, como siempre, tú nunca me escuchas. -Sans se levantó de la cama y agarró sus pertenencias, se vistió rápidamente dominado por la rabia y ya finalizado abandonó la habitación. Tenía mejores cosas que hacer que aguantar otra vez al arrogante de su hermano.

No sabía exactamente qué hora marcaba el reloj, de todas formas se le había perdido en el bosque la semana pasada, pero su instinto le decía que no eran más allá de las cuatro de la mañana

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No sabía exactamente qué hora marcaba el reloj, de todas formas se le había perdido en el bosque la semana pasada, pero su instinto le decía que no eran más allá de las cuatro de la mañana. No tener sueño ya no se le era extraño, había perdido esa parte de él hace años, igual que como su orgullo y su dignidad. Incluso tal vez había perdido la capacidad de controlar su propia vida. Sí, si lo analizaba detenidamente sí la había perdido, le había entregado su control a nadie más que a Papyrus. A ese malnacido que sólo se aprovechaba de él, cosa que de todas maneras era su culpa pues nunca le había puesto un alto. Quizás porque sabía que si lo hacía los resultados serían peores.

Bajó a la cocina por un vaso de agua, había sido una noche agotadora y dolorosa, nada fuera de lo normal a lo que ya estaba acostumbrado a recibir día por medio. Ya se había vuelto una rutina volverse la ramera de su hermano todas las noches del viernes y del domingo, tenía tantas cicatrices que ya no era sorpresa agregar una más a su colección.

Cogió un vaso y lo llenó de agua, lo bebió con tranquilidad y volvió a llenarlo. Tenía el aroma a cigarrillo impregnado en sus pequeños huesos, eso lo molestaba e incomodaba.

-Tendré que darme una ducha después, o no me quedaré tranquilo. -Se dijo a sí mismo para luego volver a beber.

El vaso cayó al suelo rompiéndose en decenas de pedazos en el suelo, había perdido el control de sus manos por un momento y eso le costaría caro.

Se apresuró en recoger los pedazos de vidrio roto del suelo al sentir movimiento en el segundo piso, comenzó a transpirar en abundancia mientras sus dedos sangraban. No le dolía en absoluto, ignoraba el dolor pues ya se había vuelto algo normal en él, sólo se concentraba en el sonido de las escaleras. Sus manos ya estaban llenas de vidrios, los lanzó al basurero para recoger lo que quedaba.

Demasiado tarde. Antes de volver a agacharse fue agarrado y lanzado al refrigerador brutalmente por Papyrus, que sólo vestía sus pantalones. Este acorraló al más pequeño entre sus brazos y el electrodoméstico mirándolo como una fiera.

-¡P-Perdóneme, J-Jefe, se me resbaló de las manos...! ¡Jefe! -Papyrus lo hizo callar tomándolo de las muñecas con fuerza y elevándolas hasta por encima de su cabeza.

El miedo de su hermano hacia él era como su alimento, lo llenaba de energía y poder. Era como una rata entre las garras de un león. -Sabes que odio el ruido por la madrugada, ¿cuántas veces debo decirte lo mismo? -Fue apretando más y más las muñecas de su hermano a medida que hablaba.

-¡Muchas, m-muchas veces! ¡...N-No lo volvere a hacer, l-lo p-prometo! Me duele...

Sans no podía sostener la mirada de su hermano, lo aterraba, sabía que de él podían venir los más horribles castigos que se le podían venir a la cabeza. Era horrible sentirse intimidado por su propio hermano.

Finalmente, ya teniendo bastante con su patético intento de piedad, lo soltó volviendo por donde había llegado. -Quiero que limpies todo el suelo. Y si llego a encontrar un mínimo rastro de vidrio, te irá muy mal...

-C-Como ordene, Jefe...

Rápidamente se lanzó al suelo a recoger lo que quedaba de vidrio, pero apenas podía mover los huesos de sus manos, dolían demasiado como para hacer algo. Pero Sans prefería caer en ese dolor que ganarse el castigo de su hermano. Incluso era más preferible la mismísima muerte, pues de seguro esta sería más piadosa con él.

Cuando se aseguró de que todo el piso de la cocina estuviera limpio y barrido más de tres veces pudo quedarse tranquilo en una esquina de la habitación. Se sentó con la espalda a la pared recogiéndose de rodillas, miró al suelo unos 15 minutos tratando de ver si nada se le había escapado de las manos. Todo parecía reluciente, o al menos eso esperaba. Metió su rostro entre sus brazos y rodillas, trató de calmarse, no se había percatado de lo agitado que estaba. ¿Cómo era posible temerle de esa forma a alguien de su propia familia?

Bueno, quizás Papyrus ya no lo veía como tal. Ya no lo llamaba por su nombre sin agregarle "Basura" o "Pedazo de mierda", ni siquiera lo llamaba por lo que era, su hermano. Sans tampoco lo llamaba por su nombre pues a petición de él-o más bien como una obligación- le había dicho que lo llamara Jefe. Eso claramente alimentaba más su egocentrismo.

Para Papyrus, Sans se había vuelto su perra personal. Ahora sólo era un juguete más de su lista, otro objeto con el cual saciarse y que podía deshechar cuando quisiera. Eso era lo que más lo lastimaba, porque a diferencia de él, para Sans, Papyrus seguía siendo su querido hermano.

Puede que la gente de Snowdin les dijera que eran muy parecidos en la manera de comportarse, que ambos eran unos idiotas y que sólo sabían hacer el mal. Pero la gran diferencia entre ellos es que Sans lo amaba, y él no. Y eso nunca cambiaría.

Él nunca dejó de amar a Papyrus tanto como hermano y como "amante" últimamente, por eso mismo aguantaba todo lo que él le hacía sin quejarse, recibiendo todo el dolor y la mierda que Papyrus le lanzaba todos los días. No quería perderlo pues era a la única persona que tenía a su lado, de tan sólo pensar en la soledad lo petrificaba. Pero tampoco quería seguir recibiendo castigos sin sentido, ya se había aburrido de todo eso y quería encontrar la forma de darle un paro a todo, pero era tan cobarde que sólo guardaba silencio y dejaba que las cosas siguieran su rumbo.

Esa era la única forma de mantener a Papyrus a su lado, porque otra no existía. Sólo había un título para él y ese era el de ramera personal, no de amante.

Y con eso se tenía que conformar.

Enséñame A Amar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora