El Inicio, Parte I

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Dahlia disfrutaba muchísimo de salir a pasear por el bosque durante las noches. Le encantaba contemplar el cielo estrellado y el reflejo de la luna en el agua quieta. El viento helado soplaba con fuerza entre los pinos, produciendo un arrullador sonido que la hechizaba. Sus rubios cabellos, tan claros que casi eran blancos y muy lisos, ondeaban con alegría mientras ella corría cuesta abajo, porque era necesario escalar una pequeña colina y luego descender para llegar al otro lado, donde estaba su adorado estanque. Allí se sentaba largas horas a meditar y platicar consigo misma, con sus chispeantes ojos ambarinos absortos en el mar de sus pensamientos.

Cuando había luna llena, en vez del astro parecía ser la rubia quien reflejaba la luz del sol, pues su tersa piel era tan pálida como luminosa. Era una escena bastante peculiar encontrarla sola en mitad de la noche sentada en el pasto o sobre una roca al lado de la pequeña laguna, a veces cabizbaja murmurando, y a veces erguida con la mirada fija en el firmamento. Nadie se atrevía a interrumpir esos mágicos momentos en los que ella se extasiaba tanto. Ni siquiera Emil, su padre, irrumpía en esos ratos de paz que le ayudaban tanto a su bella hija a sanar su corazón roto por la muerte de su madre, Déneve, más de dos años atrás, debido a una extraña enfermedad incurable.

Dahlia era muy buena aparentando que estaba de buen humor. Quien no la conocía bien creería enseguida que a ella nunca le pasaba nada malo, pues su cálida sonrisa disfrazaba su tristeza; y daba a entender que su alma había alcanzado una completa armonía. Pero todo aquello no podía estar más lejos de ser cierto. Se sentía abandonada y olvidada por todos, ahora que su madre ya no estaba con ella. Sabía que Emil la amaba a su manera, pero desde que Déneve murió, las largas jornadas de trabajo y las horas en el bar del pueblo lo mantenían muy apartado, como si evadiese la realidad y también su responsabilidad paternal. Así que la chica se había agenciado para sí una manera de sentirse un poquito mejor, quedándose muchas horas cerca de ese maravilloso lago, el cual siempre tenía oídos para todo cuanto ella quisiera contarle.

Ni siquiera en la escuela lograba conseguir un mejor amigo que su estanque. Era como si nadie fuera capaz de notar su presencia, o tal vez se habían puesto de acuerdo todos para ignorarla. Ella se limitaba a ir a las clases, participar un poco, tomar sus apuntes y retirarse de inmediato al sonar la campana. De todos modos no había ningún chico o chica que se extrañara por ese comportamiento, y ella tampoco parecía darle mucha importancia. Sin su madre, quien había sido su única amiga, Dahlia ya se estaba acostumbrando a andar siempre sola por la vida, arreglándoselas a duras penas.

Pasaron así varios meses de gran soledad, y en una noche de invierno como tantas otras, mientras la joven veía con detenimiento su reflejo en el agua congelada, sintió que había una presencia, como si alguien estuviera de pie a sus espaldas. Su cuerpo dio un giro veloz, pero no encontró nada más que una exuberante rosa blanca tirada en el suelo. Frunció el ceño y se acercó para tomarla. ¿Cómo podía haber una rosa allí, si ninguna flor crecía cerca de aquel estanque? Mucho menos iba a florecer algo en pleno invierno, con tanto frío y nieve por todas partes. Con los dedos índice y pulgar de su mano derecha, sujetó el tallo de la peculiar rosa y la alzó muy despacio hasta llevarla a la altura de sus ojos. Despedía un aroma que no correspondía con el esperado. Era una mezcla de algo marchito con un leve rastro de... ¿sangre? Con una mueca de disgusto, aventó la rosa con fuerza hacia el hielo.

"¿De dónde habrá salido esa cosa?", se preguntaba, perpleja. "No entiendo quién la trajo, ni cómo es que no pude verlo cuando llegó. ¿Qué sucede aquí?", pensaba para sus adentros.

—Creo que por hoy ha sido suficiente. Será mejor que me vaya a casa a dormir ya —musitó, algo asustada.

Decidió apurar el paso, no se sentía nada cómoda con ese incidente tan fuera de lo común. Pero no había caminado ni dos metros cuando sintió un tirón en su cabello que le sacó un gran grito de dolor. Mientras se frotaba la cabeza para calmar el ardor que le quedó después de aquel tirón, volteó de manera brusca. Su voz la abandonó por completo y comenzó a temblar sin control. Tenía el estómago hecho un nudo, el miedo se apoderó de ella, pero presentía que sería inútil tratar de huir o pedir ayuda. Quizás aquella criatura en forma de chica solo quería lo mismo que ella, que alguien la escuchara, así que era mejor encararla de una vez por todas...

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora