Parte 2 : muros invisibles (1/2)

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—Soy Edgar, y estoy aquí para...

—Escribir.

Edgar se queda boquiabierto, la sorpresa se refleja lentamente en sus cejas arqueadas, los segundos pasan y sigue así. Naiko espera.
Y no es hasta que Edgar ve el libro de recortes que está abierto sobre la encimera de la cocina que se relaja y se apoya contra el marco de la puerta.

—Oh. ¿Así que ya has leído tus notas?

—Síp —asiente Naiko, y no se da cuenta del fugaz destello de decepción en la expresión de Edgar.

Hoy, la conversación se reanuda en el apartamento de al lado, el de Edgar. Es una caja encalada llena de papeles hechos una bola, latas de cerveza medio vacías, una miríada de formas acromáticas. Sábanas desordenadas y arrugadas sobre el colchón desnudo, cortinas que cuelgan flácidas, como banderas de rendición. Hay pequeñas colillas y unas pastillas amarillas organizadas sobre la mesa, formando una palabra: «NAIKC». Todo ello con un revestimiento de blanca fragilidad, que apenas consigue alejar el amianto post-moderno. Naiko se siente aislado, pero asimila todo lo que tiene que ver con Edgar, acoge con entusiasmo cada uno de sus pasos letárgicos y sus largas pestañas.

Naiko cree que Edgar es la viva imagen de todo lo que hay en la habitación. Tirado en el sofá. Él es el tipo de persona que pertenece a esta clase de lugar con toda probabilidad, o el tipo de hombre que ya se ha acostumbrado a la superficialidad de la clase alta. Una especie de hombre relleno y aún así hueco, con sombras que caen entre la emoción y la reacción.

—No te gusta este lugar, ¿verdad?

—Es todo blanco y negro. No parece el hogar de una pers...

—Toma —dice Edgar, de repente.

A Naiko casi no le da tiempo a girarse lo suficientemente rápido como para coger el paquete aún precintado de post-its amarillos que le tira Edgar.

—¿Qué es esto?

—por favor ¿No los reconoces?

—No, quiero decir, ¿para qué me los das?

—Tú eres el que ha dicho que mi habitación es toda en blanco y negro —Edgar se encoge de hombros, y se reclina en el sofá hasta que la base de su cuello está completamente expuesta, y de repente es todo bordes afilados de la barbilla, cartílago, codos, nudillos, uñas—. Así que coloréala. Apuesto lo que quieras a que lo estás deseando. Y mira, son del color del sol. Te hacen sentirte vivo, ¿o no?

—Eres horrible.

—Tu mirada de enojado —comienza Edgar con una sonrisa— es mi favorita.

Así que Naiko se rinde, aunque sólo después de darle una orden al ruliento.

—De ahora en adelante, Señor Naiko. Es hasta ridículo lo maleducado que eres.

Edgar se echa a reír, quitándole importancia, el humo explota como nubes de purpurina sobre su cabeza, su sonrisa amplia de júbilo. Naiko acerca una silla a la pared más cercana y se sube en ella, tambaleándose un poco a la vez que abre el primer paquete y desliza el pulgar bajo el primer post-it. Lo alinea en un ángulo perfectamente perpendicular, y pasa su pulgar sobre los bordes, estirando las esquinas. La pared está cálida por el sol que entra y la voz de Edgar le llega como un murmullo tranquilizador desde atrás, una neblina de pequeñas e insignificantes palabras que flota sobre muecas melancólicas.

—¿Alguna vez te has preguntado cuántas veces has hecho precisamente lo mismo, a la misma hora, con la misma pistola de cola y el mismo cubo de ojos de cristal y el juguete del día anterior al día anterior al día anterior de todos los ayeres? ¿Cuántas veces te has sentado a la mesa para cenar solo y te has preguntado si mañana recordarás lo que ha pasado hoy?

Con el tiempo, Naiko se da cuenta de que Edgar no está haciendo preguntas realmente. Las está contestando.

—¿Alguna vez te has planteado si no puedes recordar porque, en realidad, no hay nada que recordar? Si haces lo mismo cada día de la semana, cada semana del mes, los doce meses del año, la memoria pierde su propósito, ¿no te parece? ¿Qué crees que pasaría si empezaras a romper esa rutina?

Se pasan la noche así. Naiko no va al bar y no canta, sólo escucha el curso de los susurros de Edgar y los murmullos del pergamino bajo su piel, los latidos de su pulso que se derraman en las grietas invisibles de la blanca habitación. El proceso de dejar que Edgar acabe con su rutina es casi demasiado fácil.

En algún momento, Naiko termina de decorar con los post-its y Edgar con sus preguntas. Están en el mismo sitio en el que estaban antes, en el sofá y en el sillón, disfrutando del atardecer, cuando una melodía se establece entre ellos. Crece, fluida y sin esfuerzo, empieza con el final y termina en el principio, y crea un hilo invisible que va desde la lengua de Naiko hasta los dedos de Edgar, y los levanta como si fueran marionetas sobre su regazo.

Antes de quedarse dormidos, Naiko moldea esas líneas melódicas, el la bemol, el si sostenido, el mira a Edgar sus manos están bailando.

Anterograde Tomorrow { Edgar x Naiko} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora