Primera Parte

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I

   Se despertó tarde, entre una y dos. Su cuerpo estaba adolorido, y el corte que llevaba bajo la ceja izquierda demostraba que lo que pasó la noche anterior no había sido un sueño, todo había sido real.

"Los Hijos de Caín están aquí" pensó. Luego de la muerte de su madre, cuando llegó el momento de leer el testamento, había una nota específicamente para Lucía, en ella su madre le contó la verdad. Encontró al fin el nombre de su padre, y donde debía de buscar. "Christopher Orwell. Búscalo, la Abadía te dará las señales, Westminster es la llave a los hijos, y a tu padre" le había escrito su madre, pero Lucía llevaba mas de un año en Londres, y aún no encontraba la llave. 

   De hecho, había encontrado muy poca información sobre la orden en su investigación.  Siendo honesta con ella misma, no era prácticamente nada . Sólo dos escritos que hablasen de ella. Uno cuando se infiltró de noche en la Catedral de Santiago de Compostela pudo encontrar documentos redactados el 1303, cerca de la fecha de la elección del papa Benedicto XI, donde se hablaba de dicha orden y se le culpaba de haber saqueado e incendiado numerosas iglesias en Inglaterra. La segunda vez fue cuando ya había llegado a Inglaterra. En cuanto se bajó el avión en Londres, lo primero que hizo fue investigar la Abadía de Westminster, básicamente la única pista que tenía sobre su padre. Lo único que encontró fue un informe en el que se decía que habían robado numerosos informes y documentos de distintos siglos, muchos de ellos no tenían copias ni estaban documentados. El informe había sido escrito en latín, en el año 1435 en la Universidad de Caen, y había sido transportado a distintas iglesias inglesas durante los últimos tres siglos.

Lo único de lo que realmente estaba segura, era de el odio de la iglesia para con la orden. Durante un tiempo incluso pensó que serían terroristas enemigos del catolicismo, pero desechó esa idea luego de entender que de ser así, los medios los divulgarían. "Hay algo en ellos que la iglesia quiere ocultar". Sin embargo, ese "algo" no era fácil de descubrir.

Decidió ducharse, pues los pensamientos ya la habían corroído bastante. Se vistió con un una blusa blanca, unos pantalones de tela negros, unas botas de cuero negras que le llegaban hasta las rodillas, una chaqueta de cuero caqui y una bufanda gris. Pasó al baño a curarse la herida y luego a la cocina para comer. Se sirvió unas empanadas de Cornish frías del día anterior, cada mordida le daba arcadas. Si había algo algo a lo que no se había acostumbrado desde que llegó, era a la comida. Luego del rápido almuerzo, se lavó los dientes, tomó su mochila y partió hacia la Abadía.

Los pensamientos durante el viaje eran extraños. Durante todo ese tiempo, pensó que encontrar alguna pista, aunque fuese mísera, sobre los Hijos, la alegraría, pero no estaba feliz. Sentía pánico, y un frío a través de su espalda que le provocaba escalofríos. Aún tenía en su mente la cabeza de Manakel, cayendo llena del negruzco líquido que emanaba de la tráquea. Cómo las alas que se habían formado de su túnica se deshacían y se volvían polvo. "Quién lo hizo era un hombre" pensó. Pero realmente eso era lo más terrible. Lucía no lo había visto aparecer, ni tampoco pudo notar cuando se fue. Era una sombra, silencioso, rápido y letal. "Lo peor es que me vio". Se tranquilizó un poco cuando vio desde lejos la Abadía.

  Era una visita bastante conocida en Westminster, pues, como estudiante de religión y teología, solía visitar la Abadía para investigaciones y proyectos. "Además olvidan vigilarme, y he entrado a tantos lugares de personal autorizado que ya parezco una voluntaria más" pensó.  

El lugar parecía mas ajetreado de lo normal, pues Lucía contó aproximadamente unas doscientas personas, entre trabajadores y turistas. "Esto es bueno" se dijo, "Entre mas personas, mas distracción". Se preparó para moverse rápidamente en cuanto el guardia del pasillo se distrajese, pero se detuvo. Había algo que le llamaba la atención.

No sabía que fue lo que la había llevado ese día a dicho lugar, fue simple instinto, pero ahí estaba, entre el mar de gente que visitaba la Abadía ese día domingo, vio el mismo cabello y los mismos ojos grises, y por un momento sintió que aquellos ojos también la veían, pero cuando se acercó ya no estaba. Nuevamente había desaparecido. Buscó durante casi una hora, pero todo parecía indicar que aquél extraño había abandonado ya el lugar. Decidió ir directamente a su trabajo, pues ya se le había hecho tarde para volver a su departamento.

Terminó por ser un día agotador, pues nuevamente tuvo que cerrar el local, prácticamente sola. "Al menos pude dejar de pensar en anoche" dijo para sus adentros. Mientras caminaba de vuelta a casa, pasó nuevamente por los callejones por los que Manakel la había perseguido, esta vez, con mas calma, pero también con una extraña sensación de incomodidad. A cada paso, se sentía mas acechada. A cada paso, su corazón se contraía más y mas, y la desesperación comenzó.

 Empezó a sentir que las calles le daban vueltas, y que cada callejón era mas pequeño y torcido que el anterior. Escuchaba la voz del ángel, lo escuchaba reír, y reír a carcajadas. Empezó a correr, mientras los callejones y sus pulmones se contraían cada vez más. Sin saber como, había vuelto a la Abadía. Lo que vio esa noche perduró en su mente por mucho tiempo.

El frontis de la Abadía siempre le había parecido bello. Pero esta noche era diferente, pues las hermosas luces que la iluminaban durante la noche, esta vez lucían aterradoras y enceguecedoras, y las sombras que estas provocaban parecían atraparla, con un millar de tentáculos líquidos, negros y corrosivos. La inundaba el pavor y la desesperación, mientras la masa negruzca avanzaba cada vez más. "Va da devorarme" pensaba. Quería gritar, pero era incapaz de emitir cualquier sonido, sentía como la tráquea se inundaba con algún polvo picante y espeso.

Entre todo esto, el la miraba y se acercaba, lentamente. Era el hombre que había asesinado a Manakel. Parecía que cada paso que daba demoraba una eternidad. Lucía sentía que se había quedado sin aliento durante horas, y lo único que podía distinguir claramente, era la cinta negra que llevaba en el brazo. Pensó en su padre, y sintió como las lágrimas caían, aunque en ese momento era difícil saber si lloraba por el, o por si misma.

-Aléjate de mi.- Le escuchó decir. Hablaba en voz baja y muy pausada, pero también muy grave.- No nos busques mas.- Fue lo último que pudo oír, antes de que sus ojos se cerrasen, y no se volvieran a abrir.

 Lucía despertó con un grito de desesperación, estaba en su cama, ilesa. Buscó desesperadamente su celular para ver la hora. Eran las cuatro de la madrugada. Sentía los músculos del cuerpo agarrotados, y en su mente las emociones se revolvían y entremezclaban. No fue capaz de dormir más esa noche, pero de algo estaba segura. 

No dejaría de buscarlos.

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⏰ Última actualización: May 16, 2016 ⏰

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Los Hijos de Caín: EncrucijadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora