CAPÍTULO 6

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Cuando Leah llegó a su casa, lo primero que hizo fue subir al segundo piso a encerrarse en su habitación. Estaba cansada y necesitaba aprovechar sus horas de tranquilidad al máximo, porque sabía que, al día siguiente, Ross estaría ahí temprano y no lograría hacerlo.

Se aseó rápido y se puso un pijama limpio. Luego apagó la luz y se lanzó a la cama, acomodándose de tal forma que quedó cubierta por las frazadas hasta la altura de su cuello.

Cerró los ojos, sintiéndolos pesados, y se acurrucó en la almohada para tratar de entrar en calor. El invierno en Soulville era más crudo que en su vieja ciudad, pero por sobre todo en las noches, donde se levantaba viento fuerte y la marea subía. En el primer piso escuchó cómo Lorena y Robert discutían con la chimenea de piedra, que los había hecho rabiar desde el primer día de mudanza, al apagarse con facilidad y no temperar la casa. La culpa, según ambos, no era de ellos al no saber prender el fuego, sino de la mala calidad de la construcción o, viniendo al caso, de la leña.

Se quedó dormida entre reclamos y el sonido del viento golpeando su ventana. Y así estuvo hasta entrada la madrugada, a eso de las cinco, donde se despertó de sobresalto, temblando.

Regañándose internamente, se levantó somnolienta y caminó a su armario a medio armar sin encender las luces, para buscar algo con qué abrigarse. La mayoría de su ropa seguía en las cajas sin ordenar, y los paquetes de su intento de decoración estaban desperdigados en el suelo, iluminados tenuemente por un foco de electricidad que se encontraba a pocas casas.

En medio del desorden, logró llegar, y lo abrió para sacar alguna chaqueta para colocarse y seguir durmiendo. Sin embargo, al momento de darse la vuelta con la prenda escogida entre sus manos, vio una sombra escabullirse por fuera de la ventana, a muy escasos metros de ella.

Ahogó un grito, y armándose de valor, sujetando la ropa con fuerza, caminó hacia el balcón para ver si lo había imaginado o de verdad alguien había escalado hacia su habitación.

Lentamente corrió la cortina y se asomó sin abrir la ventana, tocando el pestillo para asegurarse de que estuviera correctamente cerrado. Estaba asustada. Con la vista recorrió el pequeño espacio y las casas de alrededor para ver si había rastros de lo que había visto. Pero, para su suerte y sorpresa, no estaban ni la sombra, ni su portador.

La calle yacía en el más pétreo silencio.

Lejos de sentirse calmada tuvo una terrible corazonada. Así que rápidamente, y mucho más despierta que antes, se fue hasta su cama y se acostó tapándose hasta la cabeza para comenzar a rezar.

Sentía el corazón latiendo en su garganta, y le costaba respirar a falta de la libertad del aire tapado con las frazadas, pero no se destapó y no se detuvo, hasta que escuchó la alarma del despertador de su papá y el ruido exterior comenzó a hacer presencia en las otras casas y la calle misma.

Ahí fue cuando se tranquilizó.

Se permitió asomar la cabeza fuera de los cobertores. Y notó que su alcoba estaba considerablemente más clara con los primeros rayos del sol asomándose por entre medio de la cortina mal cerrada.

Se levantó sin ánimos, sintiendo su cuerpo adolorido al haber estado quieta y tensa por más de una hora. Le dolía la cabeza. También, tenía hambre. Arrastró los pies hasta el baño para dar inicio a su día. Frente al espejo notó que su rostro estaba pálido, y que profundas ojeras se encontraban marcadas abajo de sus ojos café claro. Las cuales siempre se le hacían notar con facilidad cuando dormía menos de lo que estaba acostumbrada. Se lavó la cara con brusquedad, tratando de darle algo de color a su rostro para no alertar a sus padres en el desayuno. Pues, no podía decirles que se había despertado hace bastante rato, y que para más problemas, había visto a un posible ente escabullirse de su cuarto, sin dejar rastros.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora