1/Primer Fragmento

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Supe enseguida que, en aquel instante, el preciso momento en el tiempo donde decidí por acto de voluntad propia abrir mis ojos, todo había llegado a su indudable final. La perspectiva del mundo giró frente a mi mente. El embudo de existencia taladró mi vista a tal punto en que nada me fue reconocible.

Lo primero que vi fue el cielo y las nubes que surcan el páramo invisible. Rendiría tributo a cualquier entidad, sin importar qué tan antigua o moderna sea si pudiera haberme concebido el deseo del recuerdo. Pero el mundo no es tan benevolente.

Los flecos de mi cabello son soplados con brusquedad, la impresión que tendría al mirar lo que se haya debajo de mis pies sería –en la simpleza más mundana– una caída libre al vacío. Mi destino pareció sellado. Fueron incalculables la potencia de mis gritos ante aquel arrebato, y no se vieron calmados hasta que lo comprobé; y no era yo quien caía al vacío.

Era hora ya que tú despertar, –una voz susurró a mis sentidos.

Su léxico era horrendo, la idea que surgió en mi mente fue que se trataba de un ser que jamás había hablado mi idioma en su vida, pero que ahora se vio obligado a hacerlo.

Un sordo de nacimiento es incapaz de entonar de forma correcta. A un ciego le es imposible describir el sol con sus propias palabras; sus propios pensamientos. Y un mudo jamás liberará sonido alguno al que se le encuentre sentido a través de su garganta. Eso frente a mí cumplía el mismo estándar.

Su figura se asemejaba a la de un humano muy alto, con el rostro oculto tras una indescifrable máscara de incertidumbre. El mundo alrededor de su cabeza era nublado. Aunque si se me preguntara; sí, respondería que no existe rasgo mortal en su aspecto.

¿Comprender el por qué aquí estar?

Seguidas de sus inaudibles palabras el viento paró de soplar y la realidad que conocí hasta ese entonces colapsó. Bajo mis pies, sentado sobre el aire, observé la ciudad de la modernidad aparecer.

Quise escupir mis pensamientos, las únicas palabras que querría haber dicho durante toda la travesía. Y me sentí igual que aquel ser sin boca, a pesar de que tuviera la mía.

Me levanté del vacío y caí al suelo invisible. Miré mi tierra, a donde pertenecí alguna vez. Y creo recordar que lloré, no sabía la razón, pero igual lo hice; el mar de lágrimas derramadas por el mundo que puede que haya querido.

El ser agitó una especie de bastón en sus manos y golpeó la nada. Ésta reaccionó, mandando un ondulado halo de luz azulado que desapareció en el acto. Regresé la atención a su presencia, no sé cuándo fue que consiguió tal artilugio decorado en exceso. Se veía tal como una larga estaca de madera no muy bien cortada con varios grabados vagos y uniformes.

Observa –transmitió–. Aquello todo ver tienes, deseo tuyo es.

Sentí que el primer sonido que mis cuerdas vocales han podido expulsar fue un enorme interrogante. Con razón desconocida, alcé mi mano al ser. Tal vez pedí perdón, que no lo hiciera, o quizás yo pensé en detenerlo.

Un nuevo movimiento de su bastón marcó el clímax.

El mundo se movió hacia nosotros al punto de que hasta los insectos podían ser escuchados. Vi el mundo nuevo, y lo reconocí como viejo –aunque no quisiera admitirlo–. Y el ser mostró aprobación al fugaz pensamiento.

El cielo se tornó oscuro. No creí en lo mismo que sintieron los individuos de la modernidad, en lo más profundo conocía la respuesta. Puntos blanquecinos pintaron el firmamento de azul oscuro e iluminaron la nacida noche.

Roge. Pataleé. Grité. Lloré. Acusé. Y me rendí.

Todo en absoluto silencio. Por eso el ser me ignoró.

–¡Mira, las estrellas fugaces van a aparecer! –Esta fue la vez primera desde que inició en que escuche una voz verdadera. La inocencia de una niña que llama a su pequeño hermanito.

La cara del niño se reflejó en alegría cuando las líneas que esperaba ver se dibujaron una tras otra sobre el cielo nocturno, como pinceladas de un maestro pintor que se borran luego de cada trazo.

Ellos gritaron y rieron en asombro y felicidad. Yo no hice nada, mis lágrimas se habían agotado y mis gritos estaban tan ahogados que no podían salir a la superficie.

Y de la misma forma que en el instante en que abrí mis ojos, el mundo colapsó en su final.

El horizonte se encendió con una luz tan roja que era imposible verla. Lo siguiente pareció una grabación que supuse no era mi primera vez viendo.

Una ola de calor fundió la era moderna. En una castigadora cámara lenta fui obligado a ver todo de principio a fin.

Comprende y mira, descansa aquí el deseo.

Vi obligado a las abrazadoras llamas consumir las edificaciones, marchitar la vegetación y calcinar en vida a los dos niños que asombrados disfrutaban del desfile aéreo. Ella quiso proteger a su hermano, y ambos quedaron unidos en una masa uniforme, pegados al fuego infernal.

Esto no había sido lo que alguna vez quise. Ver el mundo en la consumación absoluta, tan lenta y cruel no sería algo que alguien deseara jamás.

¿Qué fue lo que pedí? Ya no podía recordar.

Sólo sé que incapaz de resistir, sellé mis ojos y me negué a ver. Sin embargo, los aullidos de sufrimiento y muerte no desaparecieron.


Y para cuando los volví a abrir, incapaz de resistir, supe enseguida que todo retornó a su punto de inicio. Entonces supe enseguida que, en aquel instante, el preciso momento en el tiempo donde decidí por acto de voluntad propia abrir mis ojos, todo había llegado a su indudable final.

Pero esa vez fue diferente. En mis manos, yo sostuve un libro sellado.

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⏰ Última actualización: Apr 24, 2016 ⏰

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El Cántico del DesconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora