Capítulo 13 -Donde el escepticismo de Eddie es demostrado-

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Polo Sur - La Antártida

El cauce del río así como su caudal se había incrementado sensiblemente. El curso se antojaba cada vez más sinuoso, y sus aguas fluían a una velocidad mayor. Cinco horas a bordo de aquella rudimentaria barcaza, cuya resistencia estructural quedó sobradamente demostrada, les hizo avanzar una distancia más que considerable. No así la resistencia física del grupo, que ya comenzaba a resentirse. A menudo sentían hormigueo en las articulaciones, y los músculos comenzaban a agarrotarse, dando lugar a inesperados calambres. Sin duda, era evidente la necesidad de pisar tierra firme, donde poder estirar todo el cuerpo y obsequiarlo con un buen reposo.

En aquellos momentos la prioridad pasaba únicamente por encontrar un lugar que les ofreciera relajación y descanso, a ser posible con poca vegetación donde pudieran ejercitar las piernas. Una orilla medianamente cómoda para atracar la pequeña embarcación para después acceder a ella sin demasiada dificultad. Buscando tales características, navegaron aún varios kilómetros.

Eddie, atento siempre ante cualquier agente externo, visualizó un lugar apropiado para acampar.

—¡Allí! ¡Mirad allí! —gritaba—. ¡Un poco más adelante! ¡Justo a la derecha del árbol caído parece un buen sitio!

—Sí, tiene buena pinta —observó Marvin.

—Ahora debemos evitar —ordenaba Eddie— que la fuerza del agua nos arrastre y nos haga pasar de largo.

No era difícil que eso sucediese, pues la corriente del río era cada vez más poderosa; de modo que, los cuatro se dispusieron a remar al mismo tiempo con el fin de contrarrestar la fuerza natural del agua y poder así acercarse a la orilla propuesta por Eddie.

De repente, mientras todos remaban en una misma dirección, una especie de leve silbido magnético se fusionó con el ruido de las aguas; sorpresivamente, dos enormes e insólitos objetos circulares y de color plateado sobrevolaron sus cabezas. Se dirigían corriente abajo, y no emitían ruido alguno que se caracterizara con algún tipo de motor mecánico. Los cuatro, sobrecogidos, se incorporaron dando un brinco sobre la balsa, de tal modo que la impresión que les causó aquella imagen inaudita, casi surrealista, los hizo caer de espaldas. Desafortunadamente, Peter y Norman que controlaban la zona de popa, al no disponer de más espacio, se precipitaron al agua. Norman se restableció del sobresalto y logró nadar hasta aferrarse a la quilla de babor, mientras Peter quedaba rezagado a varios metros de la balsa.

Eddie, aún aturdido, gritaba desesperado el nombre del joven científico.

—¡Aguanta, te lanzaré una cuerda!

Marvin, todavía tendido sobre las cañas, no daba crédito a lo que había visto pasar volando sobre él.

A consecuencia de la excitación, Peter perdió los nervios y no lograba acercarse a la embarcación, distanciándose de ella cada vez más. La cuerda, que lanzó Eddie varias veces, no alcanzaba a sujetarla. Mientras tanto, para evitar que se alejasen aún más de Peter, Eddie y Marvin remaban con todas sus fuerzas contracorriente. Norman, aún en el agua, aferrado con ambas manos a la estructura, consiguió recobrar el aliento. Éste, sin pensárselo dos veces, se lanzó al encuentro del científico. Eddie le arrojó una cuerda con un lazo en su extremo, Norman la sujetó en su cintura apretando bien el lazo, y comenzó a nadar para socorrer a Peter. Éste gritaba desesperadamente.

Después de algunos minutos interminables, Norman, con un esfuerzo sobrehumano, logró llegar hasta el abatido amigo. Entre zambullidas y bregando con la fuerza de las aguas, mientras intentaba sostener a Peter, pudo aflojarse el lazó pasándoselo también por su cuerpo, quedando así ambos amarrados. Con determinación, Eddie y Marvin desde la balsa comenzaron a tirar de la cuerda hasta conseguir acercarlos al borde de la estructura.

EL SECRETO DE TIAMATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora