La mina de los 100 cadáveres - Capítulo II (2)

4.8K 26 4
                                    

París, Francia... en la actualidad...

Ring ring... Ring ring...

—¿Diga?

—¿La señorita Ceberny?

—Sí, soy yo, pero... ¿cómo ha conseguido mi teléfono? Nadie lo tiene, excepto el director del museo y unos pocos amigos.

—Señorita Ceberny, es usted una de las antropólogas más importantes del mundo y, por otro lado, yo tengo mis contactos.

La apacible voz al otro lado del teléfono tranquilizó a Cintia y atrajo su atención.

—¿Y usted quién es?

—¡Ah!, por supuesto. Perdone mis toscos modales. Mi nombre es Víctor Familev...

Cintia se revolvió en su asiento en cuanto entendió que estaba hablando con el conde Familev, uno de los hombres más ricos de los Balcanes y un gran benefactor del museo en el que ella trabajaba. Los imperios náutico y minero que poseía eran codiciados por los magnates de Occidente que, a pesar de los innumerables intentos de hacerse con ellos, el conde se percataba de sus artimañas y esquivaba las adversidades con gran maestría.

—Lo lamento mucho... no pretendía... yo...

—Por favor, Cintia. ¿Me permite llamarla por su nombre de pila?

—Por supuesto —contestó Cintia, sobresaltada.

—Se trata de un asunto de suma importancia para mí y me gustaría que se encargase de él. Y, por favor, no es necesario hacer hincapié en el hecho de que desearía que todo el asunto fuese —cómo lo diría— abordado con calma y discreción.

—Pero mi trabajo en el museo está a medias y necesitaría tiempo para prepararme, hablar con el director, encontrar un sustituto temporal...

—Todo está arreglado —contestó con satisfacción el conde—. Únicamente necesito que acepte mi invitación. Por supuesto será remunerada en consecuencia y podrá escoger a su propio equipo, permitiéndome sólo añadir a uno de mis expertos.

—En tal caso, acepto. ¿De qué se trata?

—Si se asoma por la ventana verá una limusina blanca aparcada enfrente de su edificio. En ella va el experto que le acabo de mencionar y le facilitará toda la información que necesita. Me temo que mi agenda me impida que nos veamos en persona, pero estoy seguro de que dispondrá de todo lo necesario para llevar a cabo la labor sin precisar de mi intervención.

Cintia se acercó a la ventana de su piso con vistas al Museo del Louvre y se fijó en la limusina que el conde había dispuesto para ella.

—Muy bien... prepararé mis cosas y saldré enseguida —dijo sin apartar la vista del coche.

—Gracias, Cintia, y que tengas un buen viaje.

Cuando colgó el teléfono, la antropóloga se dio cuenta que había aceptado un trabajo que no sabía de qué iba. Tan sólo con saber que uno de los hombres más inteligentes y ricos del planeta había solicitado sus servicios le bastaba. Corrió a su habitación, preparó apresuradamente una pequeña maleta de viaje, escribió una nota para la mujer de la limpieza y se marchó.


La mina de los 100 cadáveresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora