Capítulo 4: La Aldea

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El ansiado día de continuar la búsqueda de Brenar había llegado.
Madelín se levantó nuevamente temprano, junto con toda la familia. Fuera por el hecho de estar sumamente animada aquel día, o por el incipiente cariño que comenzara a sentir por esa familia, o por simple rutina, el caso es que cada vez le molestaba menos el recibir o acatar las pequeñas órdenes que recibía de Kalin. Los anfitriones notaron estos sutiles cambios, alegrándose para bien, aunque sin hacérselo saber a la muchachita. No eran dados a felicitar lo que les parecía correcto, tal vez a causa de la vida esforzada que llevaban.


Debido a que el viaje a la aldea sería exclusivamente para buscar referencias del paradero del padre de Madel, saldrían ese día temprano, para tener toda la jornada enfocada en ello.
Así fue como Madelín partió junto a Dorteb, en la carreta familiar. Cuando se despidieron, Kalin le dio un gran beso en la mejilla a Madelín, acción que fue imitada con muchas ganas por los dos pequeños, Siam y Neral. Sin embargo, y para la extrañeza de la niña, Tenor no estuvo presente en su despedida. La princesita pensó que tal vez estaría ocupado en sus quehaceres, pero de todos modos sintió un poco de dolor en su pecho: no era algo consciente, ya que por regla general, nunca había sentido apego por nadie (salvo por el padre), y no lograba entender lo que significaba encariñarse con alguien, mucho menos extrañarlo. El sentimiento que la invadió respecto al pequeño Tenor fue algo parecido al despecho, sentimiento que sí le era familiar.
Antes de partir, Kalin les había entregado una canasta con algunas colaciones para el viaje. Si bien podrían comer en la aldea, era mejor estar preparados para cualquier contingencia.

El viaje hacia la aldea tomaba algunas horas, según lo que Dorteb le había comentado a Madelín, por lo que tendrían un tiempo para conversar. La princesita pensó si sería bueno seguir indagando sobre su amado príncipe, del cual tan bien habían hablado la última vez.
Fue así que comenzó de nuevo a preguntar, fingiendo poco interés, acerca del hijo del Rey Baroel.
— ¿Brenar? —contestó Dorteb—. Pues es un jovencito, un poco mayor que tú, supongo, pues ni siquiera le ha crecido la barba. No lo conozco en persona, pero he oído que se comporta como un adulto... A veces me pregunto qué cosas habrá visto en su corta vida para tener ya la madurez que ni su padre tiene a su edad...
— Lo que no entiendo es —le interrumpió Madelín— ¿cómo es que ustedes lo conocen? Me refiero, a que es el príncipe del reino vecino ¿no? No les he oído hablar sobre el Rey de vuestro reino, o de sus hijos, si los tiene...
Tal vez por estar tan imbuida en la mentira y en su papel de la extranjera, sin quererlo, había preguntado por sí misma, y por su propio padre, el Rey. Esto no pareció agradar mucho a Dorteb, pues su expresión cambió de súbito: aspirando una gran bocanada de aire, pareció sopesar lo que diría.
— El Rey Daregdul... —dijo lentamente—. Ese es otro, igual que Baroel.
Madelín abrió sendos ojos de espanto, pero el hombre continuó, sin quitar los ojos del camino.
"La verdad, es que no hay mucho que decir. Es simplemente otro déspota que vive a costa de nosotros, de nuestro trabajo."
Madelín estaba conmocionada, y su silencio alertó a Dorteb, quien la miró de soslayo, constatando el espanto que la niña mostraba.
— Ah, tranquila —dijo de pronto—. Dije que es un déspota, pero no temas, que no es mal sujeto. Si tu padre tuvo negocios con él, seguro todo fue bien. Tranquila.
La princesita lo miró ahora desconfiada. Dorteb le respondió.
— Sí, sí. Dije que vivía a costa de nosotros, pero no le tenemos rabia por eso. Lo cierto es que más que ser un aprovechador, es un inepto. Quiero decir, no tiene lo que se necesita para ser un verdadero gobernante, ¿me entiendes? Sí sabe ser rey, pero ser un rey no es lo mismo que ser un líder, si entiendes a lo que me refiero...
Madelín por supuesto no entendía, pero su mente volvía a su palacio, al trono, a su padre sentado en él, disfrutando de los manjares que habitualmente comían en las fastuosas fiestas que incluso ella misma ayudaba a organizar. Ella lo amaba con fervor, incluso luego de haber escuchado todas esas cosas que Brenar le comentara sobre él. Es que era difícil borrar tanto cariño y regaloneos recibidos del que fuera, hasta hace unos días, el hombre de su vida. Pues ella misma era feliz viviendo la vida que él le otorgaba. La verdad es que se sentía algo descompuesta de tanto oír barbaridades acerca de su padre. Porque en el fondo intuía que eran verdades, y eso la hacía sentir peor. No tenía cómo replicar. Lo curioso, es que no se daba cuenta que no tenía que hacerlo: nadie sabía quién era ella.
— Como sea —continuaba Dorteb—, a nosotros no nos molesta trabajar, eso es parte de la vida, y nos sentimos orgullosos de vivir así. Incluso no nos molesta tener que pagar tributo a la corona, si con ello obtenemos la seguridad que se supone el Rey nos debe otorgar a cambio. Pero ahí es donde falla este Daregdul: sus guardias vienen tarde, mal y nunca a nuestras aldeas, y los pocos que vienen, saben menos de cómo defenderse que nosotros mismos. Al final, estamos pagando sin recibir nada a cambio, y eso está molestando cada vez más a la gente.
Madelín escuchaba preocupada.
— Yo supe —comenzó a decir tímidamente— que hubo una guerra, entre este reino y el del sur, pero que ya se acabó...
— Ah, sí, claro, la Guerra del Paso. Eso fue en los tiempos de mis padres. Pero justo hace un par de años, se terminó. La verdad, no tenemos claro cómo fue, aunque los rumores dicen que el bruto de Daregdul ofreció su hija como prenda a Baroel, para que se casara con Brenar, y así acabar la guerra. Cosas que sólo se le ocurren a la gente rica. Mira que vender a la propia hija, válganme los dioses.
Madelín sintió como si un dardo atravesara su corazón. Ella era esa hija, esa prenda que fue vendida a cambio de un pacto. Su ánimo decayó de inmediato. Pero Dorteb prosiguió su retahíla.
"En fin. Ese es nuestro querido y flamante Rey. Lo único de bueno que tendría esa unión entre los príncipes —si es que el rumor es cierto— es que el joven Brenar quedaría a cargo de los dos reinos."
Los ojos de Madelín volvieron a brillar ante esa hipótesis. Mas, al instante, volvieron a opacarse, al recordar que aquel príncipe había denegado casarse con ella. Las cosas eran tan raras a este punto, pensó. Ella quería a toda costa encontrarse con Brenar, pero ahora que oía más y más cosas acerca del mundo "real", no pudo evitar pensar si acaso el joven querría realmente encontrarse con ella. Pues, hasta ese momento, ella había partido confiando plenamente en sus propias dotes, en su belleza, en su carisma, para ganar la atención del príncipe: recuperar aquella oportunidad de conocerse mejor, que tan rápidamente le fue arrebatada.

MadelínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora