✦ DÍA 8 ✦

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Don Lucio optó por alejarse de su hogar hasta el anochecer

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Don Lucio optó por alejarse de su hogar hasta el anochecer. Necesitaba pasar tiempo a solas y reflexionar, acomodar sus ideas y preocupaciones. Subió a su vehículo y condujo sin rumbo por las afueras de Argentina. Avanzó con las ventanillas bajas y el viento que enredaba su largo cabello.

En el asiento del copiloto descansaba un portafolio con los materiales necesarios como para escribir algunas de sus memorias. En el asiento trasero, un tupper plástico contenía su almuerzo, preparado por Olga al amanecer.

No deseaba alejarse demasiado o tomar caminos angostos con bifurcaciones porque, aunque su sentido de la orientación era bueno, perderse en medio de la nada podría convertirse en una aventura tediosa y de varios días. Ya le había ocurrido en dos ocasiones y no tenía planeado repetir el error.

Manejó hasta alcanzar la orilla de un río, donde un sendero de tierra serpenteante que apenas si se veía entre el pasto. Tomó ese sitio como punto de referencia, estacionó y caminó contra la corriente por algunos minutos. No estaba seguro de cómo se llamaba el sitio, dónde nacía el cause o en dónde desembocaba. Tampoco le importaba.

Se detuvo cerca de un árbol que podría darle sombra. Allí movió su cuello de un lado al otro para descontracturarse. Quería dejar atrás las formalidades y pretensiones por un rato. Esto era algo que jamás se atrevería a hacer en presencia de otras personas porque temía que arruinara su imagen ante la sociedad, pero de vez en cuando necesitaba de la armónica soledad, de las conversaciones consigo mismo.

Se quitó los zapatos para no arruinarlos y los dejó junto al tronco. Luego, caminó descalzo hasta la orilla y se sentó con los pies en el agua helada. Era un día nublado, pero cálido. La brisa leve no le molestaba y el sol asomaba cada tanto en el cielo.

Don Lucio observó los alrededores, curioso, y sonrió ante la desolación. Se soltó entonces el cabello y se recostó sobre el pasto. Con la mirada posada en las nubes, pensó en los sucesos de las últimas semanas y se preguntó quién era él en realidad, qué hacía todavía en el purgatorio y cuál era su propósito. Imaginó formas en el cielo mientras viejas melodías arrastraban sus preocupaciones.

Al llegar a la ciudad se había propuesto forjar un buen estatus con su apellido, al igual que lo tenía en el mundo de los vivos. Trabajó, se ensució las manos, engañó, mintió e hizo lo que estuvo a su alcance para obtener una reputación poderosa y una fortuna envidiable. Pero ¿para qué? ¿De qué le servían el dinero y los contactos si no tenía con quién compartirlos? ¿Por qué seguía acumulando billetes si no sabía en qué gastarlos? Nada le causaba placer desde la muerte de su esposa. Y, sin embargo, el miedo al infierno era más fuerte que su deseo por cambiar su presente y arriesgarse a que su alma fuese a la siguiente instancia de la muerte.

—¿Qué quiero? —consultó en un susurro, pasado un rato. Alzó una mano y la observó a contraluz como si en ella estuvieran escritas las respuestas—. ¿Y por qué Anahí me incomoda tanto sin haber hecho nada extraordinario para ganarse mi respeto, mi admiración o mi temor? ¿En realidad quiero asustarla o protegerla? ¿Me genera odio, respeto o cariño? —suspiró, incapaz de hallar consuelo a sus interrogantes—. Manuela, mi Manuela. Si estuvieras acá todavía, no me encontraría en esta situación. Y si tuviera dudas, vos las responderías todas. Siempre hallabas las palabras indicadas para relajarme.

Evocó el rostro de su esposa una vez más e imaginó que ella se recostaba a su lado y le dedicaba una mirada comprensiva, aunque silenciosa. Se dejó llevar por la idea de volver a enredar sus dedos entre los rulos de ella, por bailar un tango descalzos en medio del campo. Sin vergüenza, sin nada que los detuviera ni los cohibiera.

En momentos como aquel, él extrañaba la compañía de su amada. Desearía poder bailar ahí mismo con ella una última vez, darle un beso más y poder cumplir con la única promesa que alguna vez rompió.

Por muchos años había intentado olvidarlo todo, dejar atrás la melancolía y seguir adelante. Sabía que la tristeza no le servía de nada y que la culpa era su peor enemiga. Sin embargo, la presencia de Anahí logró despertar su costado vulnerable.

Por momentos, él se convertía una vez más en el Lucio antiguo, en el hombre que más allá de ser respetado, era apreciado. El que sonreía a diario y siempre tenía tiempo para distenderse de sus obligaciones. Junto a la pelirroja, fragmentos de su pasado regresaban, salían a flote con ganas de revivir.

Tal vez, en el fondo él deseaba volver a los años previos. Quizás, Anahí se le presentaba como una excusa para recuperar lo perdido.

Él lo sabía, lo había aceptado en su interior, pero todavía no estaba listo para exteriorizarlo.

«Anahí no es Manuela», se dijo varias veces, decepcionado. «Y jamás podré sentir por alguien lo que alguna vez sentí por mi esposa». La convicción era sincera.

Lo que más le molestaba era que, de vez en cuando, olvidaba que su protegida no era su esposa. No comprendía el motivo, pero algunos detalles de su personalidad le resultaban similares. En el físico no se parecían más que en el blanco de los ojos, pero ambas poseían un fuego similar en sus almas.

En más de una ocasión casi le dijo «Manuela» a Anahí cuando la llamaba por su nombre.

Don Lucio se llevó ambas manos a la cabeza y ahogó un grito frustrado. Todavía le quedaban más de veinte días de tortura.

«Una vez que se marche, todo volverá a la normalidad», pensó. Confiaba en que Anahí se convirtiera apenas en una memoria más sobre la que él escribiría en el futuro.

Olvidó su almuerzo por completo y tampoco redactó su pasado. Don Lucio se quedó recostado sobre el pasto hasta que se le entumecieron las piernas con el agua. Y recién cuando el sol ya casi desaparecía por completo tras el horizonte, regresó a su hogar.

 Y recién cuando el sol ya casi desaparecía por completo tras el horizonte, regresó a su hogar

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Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora