Prefacio

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Otra noche sin un peso en los bolsillos, donde llegaría a casa a pelear con su esposa por las deudas atrasadas

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Otra noche sin un peso en los bolsillos, donde llegaría a casa a pelear con su esposa por las deudas atrasadas. Otra noche en la que prestó su cara y su cuerpo en vano para ser golpeado.

Estaba harto de la misma situación, pero ¿qué más podía hacer? Su sueldo como carguero en una empresa automotriz no le alcanzaba ni para el autobús y ni modo de juzgar el trabajo de su esposa, ella al menos pagaba más por los gastos en la casa.

Se volvió a echar agua en la cara, teniendo cuidado del golpe en su ojo. La mole de ciento cincuenta kilos de Henry por poco lo dejó inconsciente en el ring; si no fuera porque fue más inteligente, quedándose quieto tirado en el suelo, hubiera recibido un boleto directo al hospital.

Se miró al espejo, recibiendo su cara destrozada en el reflejo. Fue una bestia a la que se enfrentó, de no ser porque necesitaba el dinero le hubiera dicho que no aceptaba la pelea a su representante en las apuestas, pero precisaba conseguir completar la renta del mes. Al final se quedó sin nada, ni siquiera con lo del otro enfrentamiento que ganó.

Sabía lo que le esperaba luego de que saliera de ese baño. Deber dinero allí era como deberle al diablo, el dinero que se manejaba en el Hexágono era mal habido, por consiguiente, si perdía una pelea tenía que pagar con algo. Desde que fue derrotado en una contienda, cuando era primerizo, nunca más perdió. Esta vez, luego de dos años de trabajar en ese club clandestino, tendría que arreglárselas con Sandro, su manager, como irónicamente lo llamaba; podría ser muy buena gente con él porque era el que le engordaba la billetera, pero cuando no rendía nada, mandaba a dos de sus escoltas para que lo pusieran a raya. Pudiera que a veces fuera flexible pero ya llevaba dos noches así, sin dar frutos.

Vio con rabia sus ojos, de un color miel que se ponían más oscuros y siniestros, sus labios fruncidos, hasta las arrugas en su frente se pronunciaron a la par que se enrojecía por la cólera. Sosteniéndose del borde del mesón, se contuvo para dar un golpe al espejo pero el enfado consigo mismo le ganó. Dio un puñetazo justo a su reflejo, los vidrios retumbaron sobre el lavamanos cayendo al suelo, causando un estruendo. Se cortó la mano, la sangre brotaba manchando la pared amarillenta del otro lado; otra herida que se sumaba a las lesiones que su mujer no se atrevería a curar.

Retrajo el brazo percatándose que un cristal se quedó adherido en su piel. Lo retiró sacudiendo la mano, salpicando el suelo del baño. Cargado de frustración salió del baño dispuesto a afrontar las consecuencias.

Un golpe a la altura del estómago lo recibió a la salida, sacándole por completo el aire, dejándolo encorvado. Otro más en el rostro; fue seco, dado al parecer con un bate. El tercero fue en la espalda, el último que recibió y que lo dejó tendido en el suelo.

—¡Si mañana me haces perder el tiempo, olvídate de venir! ¡Ya me debes casi mil dólares en apuestas! —espetó la imperante voz de Sandro.

Con dificultad, Eduardo se levantó de su sitio, quedando de rodillas, sosteniéndose con las manos que ardían por los puñetazos dados a su contrincante y los cortes del espejo roto. Alzó la vista, enfocándose en dos gorilas vestidos de traje negro, uno de ellos sosteniendo una vara metálica en la mano. Reparó en el tipo vestido de traje blanco tras ellos, pulcro, con un sombrero de ala ancha que ensombrecía su rostro.

En Tus Manos © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora