I'm alright though

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La puerta cerró con firmeza y Michael se achicó con algo de pena. Estaba especialmente molesto ese día, su novia había estado siendo una perra desde la mañana (aunque lo era bastante seguido) y su voz aún retumbaba en la cabeza. Michael había aprendido a los gritos que a una mujer nunca se le puede preguntar por qué es escandalosa. Al menos está bastante buena, era lo que Michael se repetía cada vez que la escuchaba chillar.

El hecho de acabar de salir de su sesión con el psicólogo no mejoraba para nada su estado de ánimo. Había sido como todas las otras, ella diciéndole que tenía baja autoestima y él girando los ojos en sus órbitas. En ocasiones Michael se encontraba imaginando que se convertía en Jigglypuff y cantaba haciendo dormir a su terapeuta, para luego dibujarle un pene en su mejilla.

Ni siquiera debía ir allí, pero sus padres lo habían mandado porque "no tenía ningún amigo". Lo tenía;  Ashton era su mejor amigo, el problema es que había arruinado su reputación dejando la Universidad. Los padres de ambos creían que era un vago, mas a Ashton no le molestaba porque decía que ellos no lo entendían. Michael creía que Ashton era genial. Y odiaba ir al psicólogo por una estupidez como esa, pero si le buscaba el lado positivo, la señora Sands también estaba buena. 

Casi se cayó sobre alguien mientras refunfuñaba. Resultó ser un muchacho de su edad, Michael no lo había visto porque estaba sentado en la vereda, hecho un rollo con su propio cuerpo. Frunció el ceño.

—Bueno—fue lo que dijo Michael como una disculpa.

Se sorprendió ver que el rubio le sonreía, normalmente todos le daban una mirada desinteresada y seguían con su vida. Soltó una nube de humo por su boca y le hizo un gesto para que se sentara a su lado. Michael se encogió de hombros y le hizo caso.

—¿Nombre?—habló el rubio, mirándolo.

Tenía los los ojos azules inyectados en sangre, dientes amarillos y un piercing en el labio, Michael decidió concentrarse en eso para no marearse con el aroma dulzón que el rubio estaba liberando de su boca.

—Michael.

—Luke—estiró su mano hacia él y Michael observó en silencio el cilindro que el rubio mantenía entre sus dedos—. ¿Porro?

—No soy de las drogas.

—Eso supuse. Aunque tu pelo de pelo verde y tus ojeras te pueden hacer ver como uno de esos.

—¿Qué?

—¿Por qué estabas en el psicólogo?—cuestionó el rubio, ignorando que Michael había hecho una pregunta antes.

Cada vez que Michael pensaba en eso, se llenaba de frustración. Lo que decían de él le enfurecía tanto que quería patear sillas y romper bancos.

—Lo usual—contestó fingiendo indiferencia—. Baja autoestima, sin amigos, sueños locos de formar una banda... Me temo que estás hablando con el tipo al que todos llaman perdedor.

El rubio le dio una sonrisa torcida.

—Que ellos digan cosas no significa que sean ciertas.

× × ×

Se volvió un buen hábito para Michael hablar con el rubio después o antes de su sesión con la terapeuta. Luke no hablaba muy seguido sobre su vida, pero el mayor podía adivinar algunas cosas con las pequeñas frases que decía. Al parecer Luke era el Michael de su escuela, un perdedor.

Le gustaba pensar que allá afuera había alguien como él. Y más que nada le gustaba saber que esa persona era Luke. En unas semanas se había dado cuenta de que Luke lo hacía sentir mucho mejor que su estúpida terapeuta, más que nada cuando era ella misma la que lo hacía enojar.

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