Libro VIII

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Cuando la enseña de la guerra sacó Turno

del alcázar laurente y resonaron los cuernos con ronco canto

y cuando azuzó los fogosos caballos y llamó a las armas,

turbados al punto los ánimos, en seguida en agitado tumulto

el Lacio entero se juramenta y la juventud se levanta

fiera. Primero los caudillos Mesapo y Ufente

y Mecencio despreciador de los dioses, de todas partes reúnen

ayuda y dejan los dilatados campos sin cultivadores.

Se envía también a Vénulo a la ciudad del gran Diomedes

para pedir refuerzos y que informe de que en Lacio los teucros

se han instalado, de que Eneas ha arribado con su flota y los Penates

derrotados trae y dice que los hados lo han elegido

como rey, y de que muchos pueblos al héroe se han unido

dardanio y que su nombre crece asombrosamente en el Lacio.

Qué pretende con estas empresas, qué final del combate

desea si la suerte le ayuda, más claro estaría

para él mismo que para el rey Turno o para el rey Latino.

Esto por el Lacio. Al ver así las cosas el héroe

laomedontio vacila entre gran oleaje de cuitas,

y raudo su ánimo hacia aquí o hacia allí se divide

y a muchas partes lo lleva y a todo da vueltas.

Igual en el agua de una vasija de bronce cuando la trémula luz

reflejada por el sol o por la imagen de la luna brillante

revolotea por todos los lugares y ya al aire

se eleva y hiere en lo alto del techo el artesonado.

Era la noche y un profundo sopor se había apoderado

por las tierras todas de los cansados animales, aves o ganados,

cuando el padre en la ribera bajo la bóveda del éter helado,

Eneas, turbado su pecho por una triste guerra,

se acostó y concedió a sus miembros tardío descanso.

Le pareció que el propio dios del lugar, Tiberino

de amena corriente, como un anciano se alzaba entre las hojas

de los álamos (leve de glauco manto lo cubría

y su cabello umbrosa caña lo coronaba);

que así le hablaba luego y borraba sus cuitas con estas palabras:

«Oh, de una raza de dioses engendrado que de los enemigos

nos rescatas la troyana ciudad y salvas la Pérgamo eterna,

esperado en el suelo laurente y en los predios latinos:

ésta será tu casa segura, tus seguros Penates (no te rindas).

Ni te asusten amenazas de guerra; abajo se vinieron

todo el enojo de los dioses y sus iras.

Y tú mismo, para que no creas que el sueño te forma imágenes falsas,

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