Libro VI

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Así dice entre lágrimas, y suelta riendas a la flota

y al fin se aproxima a las playas eubeas de Cumas.

Vuelven las proas al mar; con tenaz diente entonces

sujetaba el áncora las naves y las curvas popas

cubren la ribera. El grupo de muchachos salta impaciente

a la playa de Hesperia; unos buscan las semillas del fuego

que se ocultan en las venas del sílex, otros se dirigen a los bosques,

tupida morada de las fieras, y señalan los ríos que van encontrando.

El piadoso Eneas por su parte la roca busca que preside

el alto Apolo y el apartado retiro de la horrenda Sibila,

la enorme gruta, a quien la mente grande y el corazón

inspira el vate Delio y descubre el futuro.

Ya entran en los bosques de Trivia y en los techos de oro.

Dédalo, según es fama, huyendo del reino de Minos

osó lanzarse al cielo con plumas veloces

por un camino nuevo y bogó hasta las Osas heladas,

y sobre la roca calcídica se detuvo al fin suavemente.

En cuanto regresó a estas tierras te consagró, Febo,

los remos de sus alas y te levantó un templo enorme.

En las puertas la muerte de Andrógeo; los Cecrópidas luego

obligados a pagar el castigo (¡qué desgracia!) todos los años

de siete de sus hijos; allí se ve la urna con las suertes echadas.

Enfrente corresponde asomando por el mar la tierra cnosia:

aquí el amor salvaje por el toro y uniéndosele a escondidas

Pasífae, y la híbrida estirpe y la prole biforme,

ahí está, el Minotauro, testimonio de una Venus nefanda.

Aquí la famosa construcción de la casa y el laberinto intrincado;

pero apiadado del gran amor de la princesa,

el propio Dédalo le descubre las trampas del edificio y sus revueltas,

guiando con el hilo sus ciegos pasos. Tú también parte

grande en obra tamaña -si el dolor lo quisiera-, Ícaro, tendrías.

Dos veces había intentado cincelar en oro tu caída,

dos veces cayeron las manos de tu padre. Todo lo recorrerían

con sus ojos de no ser porque Acates, enviado por delante,

regresa y con él la sacerdotisa de Febo y de Trivia,

Deífobe de Glauco, que así dice al rey:

«No es éste para ti el momento de mirar estampas;

ahora mejor será sacrificar siete novillos de un rebaño

intacto y otras tantas ovejas escogidas según la costumbre.»

Así dijo a Eneas (y no retrasan los hombres las sagradas

órdenes) y convoca a los teucros la sacerdotisa al alto templo.

El flanco inmenso de la roca eubea se abre en un antro

al que llevan cien amplias entradas, cien bocas,

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