Capítulo tres: Un nuevo diagnóstico

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—No creo que tengas esquizofrenia, Allison. No muestras el cuadro completo para diagnosticar esa enfermedad.

—Pero, doctora, he visto... —contradije desesperada.

—Tranquila. Todos alguna vez hemos creído ver y escuchar cosas. Todo siempre tiene una explicación. Sin embargo, sí me preocupa tu presión arterial. ¡La traes por las nubes!

»Allison, tu cuadro es ocasionado más por estrés. Te has mudado de otro país, a veces eso puede ser un shock física y mentalmente.

Resoplé sin querer mientras la doctora tomaba un post-it.

—Aún eres demasiado joven para medicarte, y no lo creo necesario. Pero te puedo referir con un terapeuta para que te ayude a manejar ese estrés acumulado en ti —garabateó en el papel el nombre y dirección del terapeuta.

Suspiré llena de alivio.

Estrés... ¿Por qué nunca se me ocurrió eso? ¿Por qué siempre imagino lo peor?

—Pediré a mi asistente que te haga una cita con mi colega para atenderte lo más pronto posible..., antes de que tengas un ataque al corazón —bromeó.

—Y entonces ya no necesitaré ayuda —seguí con una broma, pero apenas rio. Continué—. Gracias, doctora.

Le extendí la mano para despedirnos. Enseguida tomé el pedazo de papel que me dejó en el escritorio y salí del consultorio con una sonrisa optimista.

Aguardé ansiosa en la sala de espera para que la asistente de la doctora me diera las instrucciones con respecto a mi cita con el terapeuta.

—Bien... —la asistente colgó el teléfono para dirigirse a mí. Fui a su escritorio muy apresurada—, el doctor puede atenderte en treinta minutos. Su consultorio no queda lejos de aquí, así que llegarás a tiempo.

—Gracias —dije sonriendo amablemente por su ayuda.

Ella me sonrió también en respuesta.

Salí apresurada, pero ya afuera me tomé un segundo para desdoblar el pedazo de papel; lo acerqué y alejé de los ojos un par de veces tratando de entender el nombre de mi próximo doctor.

—Aiden Barnes —leí en voz alta, aun dudosa de que dijera eso los jeroglíficos de la doctora.

Su nombre no sonaba al de alguien que se dedicara a ayudar a personas, parecía más el de un actor famoso.

Detuve mis pensamientos ahí, no quería juzgar al libro por su portada. No cuando necesitaba su ayuda.

Pero es difícil cuando la idea se ha arraigado, tal y como el déjà vu que parece nunca irse.

Con mi paso aun ansioso de soluciones, me tomó llegar a su consultorio menos tiempo de lo que había predicho la asistente.

Toqué el timbre y esperé a que alguien me respondiera por el intercomunicador. Pero no hubo ninguna respuesta y solo un zumbido que me avisaba que empujara la puerta para entrar.

El consultorio era acogedor, moderno y muy blanco para mi gusto; parecía más una casa de diseñadores. Una hermosa joven estaba detrás de un escritorio con una pila de folders amarillos a un costado suyo. Estaba ocupada con una llamada, por eso no me había hablado por el interfono, y solo me indicó con una seña de mano que tomara asiento.

Ese lugar jugaba mucho con la acústica, la voz de la joven paseaba por el lugar en un eco somnífero. Tenía que esperar pacientemente a que terminara su llamada para hablar con ella; mientras tanto, miré todo a mí alrededor para tranquilizar mi súbito nerviosismo.

Expiación (Novela extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora