Capítulo II: Don't Lose Your Head

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Ya me dolían los brazos de sujetar carpetas, este tío parecía querer joderme bien el fin de semana.

—No te olvides de repartir los folletos por la calle, y hazme todas las fotocopias bien... No como la última vez, ¿eh, Baxter?

—Sí, señor Boyd —fue por culpa de esa fotocopiadora barata hace un año y aún me lo recuerda. Maldito rencoroso.

—Bueno. Pues ponte a ello, muchacho —se sobó el espeso bigote—. Feliz fin de semana —exclamó alzando una mano y girándose.

—Gracias, igual... —cerró sin más la puerta—... mente... Capullo.

Sin ganas ni de respirar salí del despacho de mi jefe. Nadie me había dicho que trabajar en un lugar en el que tantas cosas geniales habían sido creadas, podía ser tan asqueroso como lo estaba siendo. Los estudios Trident no eran ya lo que habían sido. Aunque tampoco habían sido gran cosa. Pero ya me entendéis, hasta lo peor puede empeorar.

Mi móvil comenzó a vibrar en mi bolsillo. Comenzó a sonar Dragon Attack de Queen, pero inexplicablemente una melodía odiosa se sobrepuso, cortando la canción. ¿Por qué se había desconfigurado de repente y ahora emitía ese estúpido timbre predeterminado? Tampoco entendía demasiado de móviles, pero me resultó extraño. Sostuve todos los papeles y carpetones con una sola mano, haciendo malabarismos, y saqué el aparato.

—Me pillas un tanto ocupado, mamá.

—Hola, cariño. ¿Qué tal?

—Bien..., pero... no voy a poder ir este fin de semana...

—Oh... ¿Mucho trabajo?

—Me temo que sí... —miré con odio hacia la mesa de mi jefe, mientras caminaba trabajosamente a través de la vacía sala.

—Bueno... No pasa nada, el fin de semana que viene, ¿eh?

—Claro, mamá. Sin falta – suspiré mentalmente—. Ahora tengo que dejarte. Auguro una montaña de papeles cayéndose de mi mano. Te llamo mañana.

—Vale, cielo. Que te sea leve.

—Gracias.

—Te quiero.

—Y yo a ti.

Y se me cayeron todos los documentos, estupendo. Colgué el teléfono y me lo guardé de nuevo. Recogí aquel desastre como pude.

Un grito me desconcentró. Parecía provenir de mi despacho, probablemente debía de ser la compañera con la que compartía esa sala. Lo recogí todo más rápido y caminé hacia allí con ese desorden sobre mis brazos. Antes de abrir oí unas voces, las cuales me resultaban peculiarmente conocidas. Golpeé con el pie la puerta y la abrí.

—¡Ethan! —exclamó mi compañera Zebra, que parecía aterrada. Entonces vi a las otras cuatro personas que estaban con ella. ¿...? Sin querer, dejé caer todos los papeles al suelo de nuevo.

—¿Qué demonios...?

—¡Han salido de ese armario! —la chica de melena negra señaló un aparador que usábamos para abrigos.

—¿Eh...? —miré completamente incrédulo a los asustados tipos.

—¡Los cuatro! Estaba recogiendo para irme a casa y de repente... ¡han salido de ahí! —Zebra me miraba en busca de una respuesta cuerda.

—Eh... —no sabía qué decir. No sabía ni qué pensar sobre mi existencia. ¿Acaso el estrés me estaba jugando una mala pasada?

—¡Ethan! —me sacó de mi trance la chica—, ¿¡tú sabes algo de esto!?

—Eh, pues —abrí mucho los ojos intentando pensar en algo. Porque me daba la sensación de que sí era cosa mía, por alguna razón—... ¡SÍ!

—... ¿Tú los... metiste en el armario? —la joven me miraba como a un loco. No estaba seguro de porqué había dicho que sí. Qué puñetas sabría yo de eso.

—¡NO! —grité, sobresaltando a todos—. ¡QUIERO DECIR...! ¡YO NO LOS METÍ AHÍ...! Esto... ELLOS QUERÍAN... AH... Ah... ¡DARME UNA SORPRESA!

Por alguna razón pensé que si ella se iba pronto creyendo lo que yo decía, me sería más fácil lidiar con la situación. Los cuatro se quedaron expectantes y atemorizados a un lado de la habitación.

—... Entonces... ¿Los... conoces...?

—SÍ —interrumpí—. SON... Son... UNOS VIEJOS AMIGOS. ¡SÍ!

—... Oh... Bueno... Entonces yo me... Me voy ya. Nos vemos el... ¿... lunes...?

—CLARO. ¡ADIÓS!

Zebra cogió su bolso y, mirando con temor mi frenética sonrisa, salió de la habitación. Tomé aire con agresividad y miré al suelo. Me giré... y allí seguían.

—La madre que me parió —dije temiendo por el estado decrépito de mis nervios.


Siete minutos antes.


Estaba muy oscuro y los cuatro muchachos se encontraban apretujados en alguna parte.

—Eh, dejad de empujar...

—¿Se puede saber qué hiciste, Roger?

—¿Qué mierda voy a hacer?

—Y luego llamándome poseído a mí...

—No es el momento, Deacy.

—Ya visteis esa cosa, no fui yo. ¿... Esto peludo de aquí qué es?

—Me parece que tenemos abrigos alrededor...

—Aquí hay una bufanda.

—¿Dónde estamos?

—Ni idea, pero esto es muy estrecho. Se me acaba de dormir una pierna.

—Creo que esa es mi pierna.

—Por eso no la sentía.

—Eh, chicos. Creo que esto es una puerta... ¡AAAAH!

Los cuatro cayeron al suelo, y alguien chilló.

—¡Quitaos de encima! —exclamó Freddie.

—Alguien me clavó el codo en la barriga... —John se agarraba el estómago poniéndose en pie.

—Oh —Roger aún tumbado en el suelo miró hacia arriba y sus ojos se toparon con los de alguien más.

—¿¡Quiénes sois!? —exclamó una joven de cabello oscuro, la cual había gritado hacía unos segundo—. ¿¡Cómo habéis entrado!?

Los cuatro chicos se quedaron helados. Observaron la habitación, en la cual había aparatos raros sobre escritorios. No entendían nada. Todos se irguieron y miraron aterrados el lugar extraño y desconocido en el que ahora se encontraban.

Alguien irrumpió en la sala, un muchacho de cabello castaño despeinado que cargaba un enorme montón de papeles y carpetas. Se quedó mirándolos alucinado, y tiró sin querer todo lo que llevaba encima.


KEEP YOURSELF ALIVE #4: Crossing the HOT SPACE! ♕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora