Capítulo catorce: Una batalla por un imperio (Parte II)

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Nefertiti

Lancé la espada ensangrentada apenas ingresé a mi habitación. Cerré ambas compuertas y me apoyé en ellas con la mirada fija a la abertura que mostraba el cielo anaranjado. Solo quedaban minutos para que el cielo se tiña de negro, y aparezca la redonda luna blanquecina por las montañas.

Desde que decapité a ese traidor, he intentado mantener la calma y concentrarme en la estrategia para enfrentar a los hititas, pero la mirada de ese hombre no ha dejado en paz mi mente, torturándome cada segundo. Esa mirada amenazante que me observaba hasta después de muerto, hizo que sintiera miedo y dudara de mi decisión. No es coincidencia que justo en el momento en que escupió con repugnancia sus últimas palabras, Atón me haya abandonado.

Mi sangre comenzó a hervir, mi corazón empezó con adrenalina y en el interior de mi garganta se formó un desagradable nudo que me impedía tragar. Tomé mi corona con ambas manos, retirándola de mi cabeza rapada y la lancé con furia, estrellándola sobre la mesa. La cerámica voló de la mesa, quebrándose en el suelo y haciendo un gran estruendo. Empecé a gritar hasta que mi garganta presentara un ardor como si unas uñas me la desgarraran. Mis brazos azotan cada mueble y objeto que se me cruzara. Reliquias familiares y de mi amado Akhenatón, dejaron de existir en un solo segundo. Mis pelucas volaron por la ventana, mis ropajes terminaron manchadas por la cebada derramada, y las joyas dejaron de existir cuando cayeron del balcón.

Retiré todo rasgo de lágrimas en mis mejillas. Tomé aire y recogí mi corona. La observé con cuidado, solo había recibido un diminuto daño. La serpiente dorada que se posicionaba en el centro, se había desprendido ante el golpe. Mi respiración se dificultó por largos segundos, una vez controlada me acerqué a la única mesa sobreviviente tras mi arrebato, y por Atón, agradezco que la estrategia de la batalla aún permaneciera intactica en la base. Desplomé mi cuerpo en la silla y observé atentamente las figuritas de mis compañías contra los Hititas.

—Con esto, la gloria ya está en la palma de mi mano —comenté a la nada—. La gloria para mi gente, para mí, sobretodo para mi amado. Pero...

Incliné mi cuerpo analizando con más profundidad el mapa, evitando saltarme algún pequeño detalle que acomplejaría esta batalla. Y justó allí, bajo mis narices, había olvidado algunos pueblos que rodeaban a los Hititas. Tomé una de las figuras en mi mano, incliné mi cuerpo hacia atrás y observé detenidamente el objeto.

—Si se integran... —fruncí el ceño al darme cuenta en lo que estaba pensando. Negué con la cabeza y lancé las figuras talladas por la ventana—. Jamás pasará.

Fuertes golpes se presentaron en las grandes puertas de mi habitación. De soslayo observé por la ventana, la oscuridad ya se encuentra sobre nosotros y Atón ya nos ha abandonado para darnos fuerzas en el amanecer. Las puertas abrieron dejando a entrar al comandante al mando de las compañías. Con los brazos detrás de su espalda, una postura firme y con su armadura esperó hasta que le hiciera un ademán para comentarme algo que ya sabía.

—Las compañías ya se encuentran fuera del palacio, mi Diosa. La luna ya se ha asomado por las montañas de Atón, solo nos hace falta su presencia para marchar.

—Bajo de inmediato.

El oficial asintió y se retiró con pasos marcados y firmes.

Me encaminé hasta la mesa y tomé entre mis manos mi corona. La admiré por última vez y la coloqué sobre mi cabeza. Me coloqué la armadura y tomé la espada de Akhenatón en mis manos alzándola a las pinturas de la habitación donde se encontraba mi amado alabando a Atón. Respiré con fuerza y solté el aire con convicción.

Secretos en Amarna (FDLA #2) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora