Prólogo: EL UNIVERSO ESTÁ EN MOVIMIENTO

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El día a día de Kenna Marcone solía ser una cadena de eventos repetitivos. Levantarse temprano, alistarse, desayunar, dar la ronda y volver a casa. Lo más admirable en Kenna era la forma en que enfrentaba sus días. Con elegancia y tranquilidad. Sin dejar entrever ningún sentimiento propio de una carga tal; como lo era el cansancio, el aburrimiento, la melancolía o en días inusuales: el miedo.

Todo cambió sin embargo el día en que recibió la llamada de su hermana. Parecía algo tan simple, una simple llamada, pero lo cambiaba todo. Una llamada de los Tlemhs y todo se ponía patas arriba. En esa solo llamada Kenna vio desfilar ante sí su pasado, su presente y el futuro de sus hijos. Incluso se tentó a negarse. Decirle a los Tlemhs: «Háganlo ustedes, reúnanse con los viejos soldados y vean qué pueden hacer, no cuenten con mis muchachos.» ¿Pero qué hubiera dicho su difunto esposo Stephan de tal actitud?

Era como si lo escuchara de nuevo, fuerte y claro: «Podemos escondernos, eso es seguro, pero ¿nos sentiremos bien con nosotros mismos luego? ¿Viviendo escondidos?»

No, de seguro no. Kenna observó largo rato su tabla electrónica. Sabía que algo extraño estaba sucediendo desde recibió la orden de construir en algún lugar de la tierra una base para soldados. Solo que no sabía qué tan grave era. Aunque los Tlemhs se equivocaran y todo eso no tuviera nada que ver con Owen Cassmar, seguía siendo extraño tal orden directa de La Hermandad.

Las opciones de los Tlemhs eran simples: Owen se estaba poniendo en movimiento y La Hermandad lo sabía, moviendo sus fichas para resguardase. O aquello no tenía nada que ver con Owen, lo que llevaba a la segunda opción: La Hermandad quería empezar a adueñarse del planeta Tierra.

Bien era cierto que el planeta Tierra formaba parte de La Hermandad y de todos sus acuerdos desde hacía ya muchos años, desde aquella guerra que acabó con la Tierra ingenua. Pobres terrestres, según la historia habían acabado por destruirse solos y cuando los Eidans decidieron intervenir para ayudarlos, La Hermandad se adelantó. Con la poca población que sobrevivió a los conflictos internos de Tierra, La Hermandad logró adoctrinarlos y sumarlos como el cuarto planeta de la organización.

Kenna a veces se encuentraba a sí misma pensando en cómo sería la Tierra antes de ser anexada a La Hermandad. De seguro un lugar mejor, libre de tantas reglas estúpidas impuestas por La Hermandad, pero otras veces, al recordar su historia, creía que quizás no fuera tan así. Después de todo ellos mismo habían orquestado su casi destrucción.

Fuera como fuera, eso ya era pasado. La Tierra era entonces tan importante como cualquier otro planeta de la asociación. Además Kenna no podía negar que le tomó cariño al planeta. A fin de cuentas pasó los últimos dieciséis años allí y tenía una buena vida. Pero ¿cuánto duraría esa vida?

Como si se tratara de una respuesta, su hijo irrumpió en la habitación. Algo le pasaba, Kenna podía saberlo con una sola mirada. Bien era cierto que Ian siempre había sido algo taciturno, muy serio, tal como su padre, pero existía otra cosa en su semblante: ¿preocupación? Casi parecía un horror de apreciar en un rostro tan joven.

—Me dijo Shannen que me buscabas —dijo el muchacho, sentándose frente a su madre. Ella asintió.

—Así es y antes que nada te pido una disculpa. No debería abrumarte con estas cosas tan pronto, pero se hizo necesario. Además, de los tres, creo que serás tú quien mejor cuidara de ellos. —La confusión se gravó en el rostro del joven, haciendo a Kenna sentirse más culpable.

—¿Qué pasa, mamá?

—Ahora no puedo explicártelo todo, es mejor que lo haga gradualmente. Por el momento solo tienes que saber un par de cosas. —Él asintió y ella prosiguió—. Primero, quiero que me acompañes a todas las actividades que tengo. Debo hablar con el Ceann Melvin y supervisar una nueva construcción. Quiero que estés atento a todo. Sé que ahora no tendrá sentido pero más adelante te servirá.

—¿Para qué?

—Para muchas cosas Ian, información sobre nuestros nuevos visitantes. El funcionamiento de un colectivo y cómo podrás lograr que te escuchen. Toma de decisiones, como manejar a otros a tu cargo. Todo eso es conocimiento importante.

—Está bien, lo haré. De seguro Shannen se nos una también.

—No hay problema con eso. Solo que tú hermana suele ser más impulsiva. Llegado el momento ni ella ni Urien deberán tomar decisiones, eso quedará para ti. ¿De acuerdo? —Kenna sabía que estaba poniendo una carga muy pesada sobre su hijo, pero sabía que él podía hacerlo, y aunque el muchacho parecía no entender gran cosa, asintió.

—¿Algo más?

—Sí... eh, ¿recuerdas a tu primo Mika? Estaba muy pequeño la última vez que lo viste. —El muchacho sonrió asintiendo de nuevo. Kenna prosiguió—. Bien, él vendrá en un par de semanas y quiero que tú te encargues de su entrenamiento.

—No entiendo. Él está en Agua, ¿no? ¿No es mejor que vaya a la academia? ¿Qué puedo enseñarle yo?

—Créeme hijo, estás tan capacitado como cualquier profesor de la academia. Aquí en la Uisce todos saben de lo que eres capaz. Además te servirá tener un pupilo, para que vayas practicando sobre cómo dirigir a la gente.

—Bien, si tú lo dices, ma.

—Perfecto. Una cosa más, ¿cómo va Urien con sus habilidades? —Ian hizo una mueca, como dejando entrever el porqué de su preocupación al momento de ingresar en la habitación.

—Va bien, pero se pierde muy a menudo. No sé en qué anda pero me preocupa que lo distraiga de sus responsabilidades.

—Hablaré con él. Gracias, hijo. Puedes retirarte.

El muchacho dio otro asentimiento y se fue. Kenna Marcone se levantó de su asiento y caminó alrededor de la habitación. Era una pequeña oficina ubicada al lado opuesto de la casa. Pensó en el pasado, en su esposo, en el último día que lo vio. Lo extrañaba cada día más y parecía tan injusta su muerte. Había algo seguro, su muerte no significaría nada si ninguna otra cosa sucedía.

Caminó hacia su tabla electrónica y marcó a los Tlemhs. Escondidos casi desde el mismo día en que perdió a su esposo.

—¿Me oyes? —La señal era mala, debido quizás a la distancia o al lugar en que se ocultaban su hermana y su cuñado. Fuera por el motivo que fuera, el mensaje debía ser rápido.

—Sí, te escucho.

—Bien. Primero, puedes dar la orden para que me envíen a tu hijo.

—Perfecto, Kenna.

—Segundo, participaremos, pero no seremos tan impulsivos como la primera vez. Eso nos llevó al fracaso. Ustedes muévanse silenciosamente y con calma. Ubiquen a los antiguos rebeldes que aun sigan vivos y que no representen amenaza de traición. Yo contactaré con los que pueda. Tercero, los muchachos no deben saber nada aun. Se los diré cuando sea el momento. Y por último, suerte.

—Entendido, Kenna. Suerte para ustedes también. Estaremos en contacto. Y que las estrellas los acompañen.

La llamada finalizó y Kenna sintió una opresión en el pecho. No había señales clara, pero de que algo estaba en movimiento, eso era seguro.

Voluntad de Tierra [Razas #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora