capitulo 14

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A la mañana siguiente, una lluvia gris golpeaba con fuerza el parabrisas del vehículo que se dirigía hacia el norte de San Francisco.

Serena llevaba un vestido y un impermeable negros. Parecía el atuendo apropiado para una mujer que acabase de perder a un familiar. Miró por décima vez a Darien sentado a su lado en la parte de atrás del todoterreno. Pero él continuaba ignorándola.

Su familia se había ofrecido a llevarles al aeropuerto, pero él se había negado, y media hora después, había aparecido un todoterreno negro y una furgoneta grande frente a la fachada del viejo caserón de los Tsukino. Un conductor uniformado había abierto la puerta del todoterreno mientras seis guardaespaldas de traje oscuro habían salido como un relámpago de la furgoneta y se habían alineado en dos filas para proteger la entrada de Darien en el vehículo. Los padres de Serena se habían quedado estupefactos. ¡Demasiado despliegue para una persona normal!

Había llegado el día, pensó la chica. El día en que le diría que lo amaba. Pero aún no. El vuelo a Las Vegas duraría unas dos horas. Allí tendría la ocasión de decírselo sin necesidad de que se enterasen el conductor y el guardaespaldas que viajaban en la parte delantera.

Miró por la ventanilla, sorprendida. Se inclinó hacia delante y tocó tímidamente el hombro del conductor.

-Disculpe, pero creo que se ha equivocado. Éste no es el camino al aeropuerto.

-No es ningún error -se apresuró a decir Darien-. No vamos al aeropuerto.

- ¿No?

- ¿Recuerdas que te hablé de una clínica que estaba a una hora de camino, al este de San Francisco? Tiene los mejores especialistas en traumatismo craneal de todo el país.

- ¿Vamos a esa clínica y no a Las Vegas? -Preguntó ella mirándole fijamente y luego añadió al verle asentir con la cabeza-: ¡Entonces has conseguido rescatar a Hotaru!

-Sí -contestó él mirando para otro lado. Serena sintió una inmensa alegría al darse cuenta de lo que eso suponía.

Darien no iba utilizarla como moneda de cambio. Había comprendido que ella valía más que todas sus promesas. Debía haberse vuelto atrás en su idea de no pagar un céntimo a Diamante y debía haberle ofrecido una fortuna a cambio de Hotaru. ¡Era la única explicación posible!

Pasaron por una zona de matorrales, poblada de enebros y, tras atravesar una gran reja, llegaron al área de aparcamiento de un pequeño pero moderno hospital. El edificio era un simple bloque uniforme y austero, pero incluso bajo aquella lluvia fría de finales de febrero, a Serena le pareció muy hermoso.

Darien la había antepuesto a sus promesas y a su honor. Sintió ganas de abrazarle y ponerse a cantar una canción. Estaba tan feliz, se sentía tan enamorada, que ya no le importaba quién pudiera escucharla.

Cuando el coche se detuvo frente a la puerta de entrada del hospital, ella se volvió hacia el pelinegro.

-Te amo.

-Serena... -exclamó él con los ojos muy abiertos y la respiración contenida.

Ella le impidió seguir, tapándole la boca con la mano.

-Si no te lo hubiera dicho ahora, creo que no habría tenido valor luego. Te amo, Darien. Te amo y nunca olvidaré lo que has hecho hoy por mí...

Se interrumpió al ver un Ferrari rojo, seguido por una furgoneta, pasando junto a su todoterreno. Los dos vehículos aparcaron unos metros delante de ellos. Un hombre salió del Ferrari. Serena sintió un vuelco en el corazón al verlo.

- ¡Diamante! -exclamó sorprendida, volviéndose hacia el pelinegro-. ¿Qué está haciendo aquí?

El conductor y el guardaespaldas se bajaron del coche dejándolos solos en el interior.

-Está aquí por lo del trato -dijo el chico muy sereno de forma inexpresiva.

Serena se volvió y vio a Diamante abriendo la puerta trasera de la furgoneta aparcada delante de ellos. En el interior, había una mujer morena y esbelta, tendida en una camilla. Diamante miró al pelinegro, apuntó con el dedo pulgar hacia la mujer que yacía inconsciente, y luego se quedó esperando con una expresión desagradable y las manos en las caderas.

Entonces vio a Serena y esbozó una dulce sonrisa.

Ella volvió la cabeza para no verle y cerró los ojos con un gemido.

-No puedes entregarme a él. No puedes.

-No me queda otra elección.

Sus palabras cayeron en su alma como un jarro de agua fría. Había sido una estúpida pensando que él podía haber cambiado de opinión.

-Debe de haber alguna otra manera.

-No la hay -replicó él-. Lo he intentado todo sin éxito. No me ha quedado otra salida. La he buscado por todas partes y siempre he llegado tarde. Pero lo que suceda a partir de ahora depende de ti.

-Así que todos aquellos viajes no eran de negocios, ¿verdad? -exclamó ella-. La cabaña de las Maldivas, nuestra villa en Cabo, no eran viajes románticos ni por cuestiones de trabajo. ¡Estabas buscando a Hotaru a mis espaldas! -él asintió con la cabeza, desolado-. Eres igual que diamante. Sedujiste a una mujer mientras estabas comprometido con otra.

- ¡No, no es verdad!

- ¿Qué es Hotaru para ti, Darien?

-No te lo puedo decir.

- ¿Es por una promesa?

-Sí.

- ¿Y mis sentimientos?, ¿no significan nada?

-No, eso no es cierto. Pero tengo que cumplir con mi obligación.

- ¿Así que eso es todo lo que soy para ti? ¿Una obligación?

-No, no es verdad, Serena... Significas algo más para mí...

- ¡Muchas gracias! -Dijo ella con amargura-. Acabo de decirte que estoy enamorada de ti y lo único que se te ocurre decirme es que soy algo más que una obligación.

Él dudó un instante y luego le entregó un sobre.

-Dejo la decisión en tus manos. Es cierto que te secuestré y te seduje, pero ahora eres libre para decidir nuestro futuro.

- ¿Libre para qué? -Exclamó ella sollozando mientras arrugaba sin darse cuenta el sobre que tenía en las manos-. ¿Para arrojarme en los brazos de otro hombre?

- ¡No! -dijo él furioso-. Sé que nunca volverás a amarlo. Pero... debe ser tu propia decisión.

Serena creyó ver de pronto la cruda realidad. Darien estaba dejándola por la mujer a la que realmente amaba, sin dignarse a darle siquiera una explicación.

-Veo que las promesas significan mucho para ti. Pues bien, yo también tengo una -exclamó ella llena de indignación con los ojos llenos de lágrimas-. Nunca vuelvas a dirigirme la palabra. No quiero volver a verte nunca más.

-No puedes hablar en serio.

-Claro que sí. Pasaré por la afrenta de este... trato, pero quiero que me des tu palabra de que nunca más volveré a verte.

- ¡No! -Exclamó él poniendo las manos en sus hombros- ¿No lo entiendes? Hice una promesa y tengo que cumplirla.

-Sí, claro que lo entiendo. Lo entiendo mejor que nadie -replicó ella, apartando sus manos con una mirada fría y dura como el hielo-. Por eso precisamente quiero que me des tu palabra.

-Está bien -dijo él en un tono de voz muy bajo como si le arrancasen del alma las palabras-. Si eso es realmente lo que deseas... Intentaré no volver a verte nunca más.

- ¡Promételo!

-Te doy mi palabra -dijo él con el corazón destrozado-. Pero, a cambio, tienes que prometerme que leerás esa carta.

-Está bien -repuso ella, abriendo la puerta del coche antes de que él pudiera decirle nada.

Darien había cumplido su promesa. Hasta el último momento ella había esperado que la rompiera y que le dijera que la amaba sólo a ella. Pero se había equivocado.

Bajó del todoterreno y se dirigió a donde Diamante la estaba esperando junto a su flamante deportivo.

-Querida -la saludó el barón muy sonriente-. Al fin, estamos juntos de nuevo.


-Voy a ser mejor a partir de ahora. Todo va a ser diferente, cariño. Te lo juro. Haré todo lo que tú quieras, sólo deseo hacerte feliz.

Serena suspiró cansada mientras miraba el paisaje por la ventanilla. Estaban adentrándose en la zona este de San Francisco. Diamante se había pasado la última hora hablando de amor y perdón. ¡Como si él tuviera alguna idea de lo que significaban esas palabras!

Tal vez ella tampoco lo sabía, se dijo Serena con amargura pensando en la cara de angustia de Darien cuando le había dicho: «Intentaré no volver a verte nunca más».

O tal vez sí. Quizá ella había aprendido lo que significaba el amor después de todo. Sufrimiento. Miró la lluvia deslizándose por los cristales, mientras tomaban la autopista hacia el oeste.

-Reconozco lo egoísta que fui empeñándome en celebrar nuestra boda en Suecia. Debí comprender lo importante que era para ti casarte en tu ciudad natal. Te lo juro, cariño, esta vez será diferente.

-Llévame a casa -dijo ella.

-Como tú quieras, cariño -dijo el rubio, dispuesto a no llevarla la contraria-. Iremos derechos a casa de tus padres. Y luego celebraremos lo antes posible la boda que tanto deseabas. ¿Mañana te parece demasiado pronto?

- ¿De verdad crees que voy a casarme contigo? -exclamó ella, volviéndose hacia él.

El Blackmoon cambió de carril en su Ferrari, sorteando el intenso tráfico que circulaba por aquella autopista resbaladiza con tanta lluvia como caía en ese momento.

-Me hago cargo de lo que has debido pasar estos días, teniendo que soportar estar secuestrada y en manos de ese bruto depravado.

¿Bruto depravado? Ella recordó la expresión desolada de Darien cuando el Ferrari pasó junto a él, con ella sentada al lado de Diamante. Sus miradas se habían cruzado sólo un instante en medio de la lluvia gris. Luego el albino había pisado el acelerador y lo habían dejado atrás.

Lo había perdido... para siempre.

-Pero ahora tenemos que olvidar las cosas desagradables, Serena -añadió el chico.

Ella se volvió hacia él de nuevo, con cara de indignación.

- ¿A qué cosas desagradables te refieres? -Exclamó ella con frialdad-. ¿A la farsa de boda que preparaste para poder acostarte conmigo mientras estabas esperando que tu verdadera esposa se muriese para quedarte con su dinero?

Se hizo un gran silencio en el interior del Ferrari.

-Lo hice porque te amaba. Sólo quería el dinero para hacerte feliz -respondió Diamante con voz acaramelada-. Ahora debemos pensar en nosotros, cariño. Tenemos toda una vida por delante. Cásate conmigo esta noche. Te compensaré por todo.

Le vino entonces a la memoria una noche en una cabaña junto al mar, una copa de frambuesas con champán, un baño con mucha espuma y unos ojos negros llenos de fuego y de ternura. Cuando ella le había preguntado por qué hacía eso, Darien le había respondido que para compensarla por la noche de bodas que no había tenido.

Miró al hombre rubio que tenía a su lado. Sin duda, él pensaba que sería cosa fácil ganársela de nuevo con unas cuantas palabras. ¿Cómo podía haber estado tan ciega como para creer que estaba enamorada de un hombre así?

-No nos vamos a casar -le dijo ella muy serena-. Ni esta noche ni nunca.

-Pero, cariño, si todo lo que he hecho ha sido porque te amo. Me he divorciado de Hotaru y he renunciado a su fortuna. Todo lo que tengo ahora es este coche y un castillo que requiere una fortuna para mantenerlo. ¡He renunciado a todo... por ti!

- ¿Y tú crees que por eso estoy obligada a casarme contigo? ¿Simplemente porque permitiste a Darien llevarla a un centro médico para atenderla debidamente en vez de dejarla morir como tú deseabas?

Diamante soltó una mano del volante y trató de tomar la suya.

-Comprendo que ahora estés enfadada. Después de nuestra boda, verás las cosas...

- ¿Qué tengo que hacer para que me escuches? -le dijo ella casi gritando-. ¡No voy a casarme contigo! ¡Nunca! Sal de la autopista y para. Tomaré un taxi para volver a casa.

Diamante retiró la mano. Tomó la primera salida de la autopista con una expresión sombría en la mirada. Pero en lugar de detenerse, tomó el cambio de sentido y se incorporó de nuevo en la autopista, ahora en dirección contraria. Hacia el este.

- ¿Realmente pensabas que te dejaría marchar? -Dijo él en voz baja-. Renuncié a la fortuna de Hotaru, pero me debes la tuya.

- ¡Mi fortuna! -Exclamó la rubia, soltando una carcajada-. Si te refieres a los cincuenta dólares que tengo en mi cuenta, puedes considerarlos tuyos.

- ¿Me tomas por tonto? Estoy hablando del dinero que Chiba te ha dado. Esos millones de dólares y esa antigua fábrica -dijo el rubio, apretando el acelerador-. Una vez que el edificio sea demolido, el terreno podrá venderse a un buen precio.

- ¿De qué estás hablando?

-Darien me llamó anoche. Siempre me había dicho que no me daría un centavo, pero esta vez es para ti. ¿Sabes lo que me dijo? «Lo que pase después es cosa de Serena» -Diamante la miró de reojo-. ¡Oh!, ya veo que el Chiba no te lo ha dicho. Acaba de convertirte en una mujer muy rica.

Serena pensó entonces en el sobre que el azabache le había dado y que aún seguía cerrado.

Comenzó a abrirlo con manos temblorosas pero el albino se lo quitó y lo arrojó por la ventana.

- ¿Por qué has hecho eso?

-Ya no lo necesitas. Olvídate de él, Serena.

- ¡Detén el coche!

-Darien es un bastardo malnacido. Un don nadie. Te ha lavado el cerebro, poniéndote en mi contra -dijo él lleno de resentimiento-. Igual que hizo con esa hermana suya.

- ¿Hotaru es su hermana?

-Creo que es su hermanastra o algo parecido -respondió él con indiferencia-. Le prometió guardarle el secreto para evitar un escándalo. Su madre estaba muy enferma. Después de la muerte de su padre, Hotaru temió que la noticia pudiera acabar definitivamente con su salud -dijo él sonriendo con malicia-. Estaba en lo cierto. Excepto que fue el accidente de Hotaru lo que ocasionó finalmente la muerte de su madre, dejando toda su fortuna a mi novia.

- ¡Eres un monstruo!

- ¿Es eso todo lo se te ocurre decirle al hombre que amas?

- ¡Yo no te amo!

-Acabarás amándome, cariño. Ya lo verás -dijo él, sin dejar de sonreír tratando de acariciarle una mejilla, y luego añadió resentido al apartar ella la cara-: ¿Ya no soy bastante para ti? A él no le hacías tantos ascos, ¿verdad?

Ella se dio la vuelta sin dignarse siquiera a responderle. Él se quedó mirándola unos segundos y luego pisó el acelerador a fondo hasta que el coche adquirió una velocidad de vértigo. Serena se agarró al cinturón de seguridad, muerta de miedo.

-Eras una chica muy dulce y obediente -dijo él en voz baja-. Yo haré que lo vuelvas a ser.

Giró bruscamente en una salida de la autopista para tomar una carretera secundaria, en dirección a las montañas que se veían a lo lejos. Era una carretera estrecha, mal asfaltada y llena de baches. Conforme ascendían, la lluvia se iba convirtiendo en agua nieve.

La chica miró asustada por la ventanilla como el coche se deslizaba y derrapaba a gran velocidad por aquella carretera sinuosa cada vez más cubierta de nieve.

«Darien», imploró ella, cerrando los ojos. «Por favor, ven a por mí».

Pero entonces se acordó de la promesa que ella misma le había obligado a hacer y se echó a llorar desesperada. Con aquella promesa había cavado su propia tumba. Estaba perdida.

- ¿Adónde me llevas? -preguntó a Diamante.

-A una cabaña privada donde podamos estar solos. Durante días. Semanas, si es necesario -respondió él con una diabólica sonrisa que la hizo estremecerse-. Conseguiré revivir tu amor por mí. Gozaré de tu cuerpo hasta que me canse. Y cuando haya conseguido que olvides a ese griego bastardo malnacido, me darás todo lo que tienes y te casarás conmigo.

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Jodete diamante y vz darien q te pasaa aaaa buenooo maña subo el capitulo final

La Novia Raptada (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora