Capítulo 5

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Tan rápido como mi cuerpo me lo permite cierro la puerta del auto y camino hacia la entrada del apartamento.

Esta vez se pasó, pienso.

Mis ojos débiles de tantos pinchazos, se van cerrando justo cuando toco la puerta del apartamento de mi hermano.

En cuanto abre me dejo caer a sus brazos como peso muerto, no puedo ni conmigo. Sus músculos se tensan ante la sorpresiva caída, cuando se da cuenta que soy yo, me atrae a sus brazos, cierra la puerta y me toma estilo nupcial para luego dejarme sobre una superficie suave. Entreabro mis ojos y veo que estoy en su habitación. Todo esto entre palabrotas dichas por lo bajo.

— ¿Qué están haciendo contigo, hermanita? —escucho que susurra.

Un débil gemido de dolor sale de mi boca al intentar responder.

Sus ojos se abren en forma de plato y creo que ya vio mi brazo. Deja un beso en mi frente y sale rápidamente del cuarto. Lo siguiente que escucho es un golpe a la pared seguido de un grito de dolor. Lágrimas se acumulan en mis ojos, por todo. Por lastimar a mí hermano, por decepcionarlo, por no ser valiente y enfrentarme ante mi problema y por permitir que me destruyan poco a poco.

Recuerdo aquella tarde de verano, cuando tenía seis años y queriendo escalar el árbol me resbalé, pero nunca choqué con el duro suelo. Mi padre estaba ahí, sosteniéndome, diciendo que yo era su pequeña princesa y que me protegería de todo, desde ese día lo vi como mi verdadero héroe. Luego, llegó Alek prometiendo protección, con mis ojos de niña inocente lo vi como mi protector.

Sé cómo se siente. La impotencia de no saber qué hacer, la ira de ver como destruyen poco a poco a quien prometiste proteger y la tristeza de saber que no durará mucho sin antes que la bomba explote.

El dolor corrompe mi cuerpo entero, obligándome a cerrar los ojos y luego, lo único que veo es oscuridad.


(...)


— Char, despierta –unos ásperos dedos acarician mi mejilla, besa mi frente y suspira—. Hermana, arriba.

Mis ojos poco a poco, ajustándose a la luz hasta encontrarse con la imagen abatida de mi hermano. Bolsas de tanto llorar bajo sus ojos miel, labios rojos de tanto morderlos y ceño fruncido.

— ¿Estás mejor? —pregunta en un susurro, asiento y trato de levantarme pero mi hermano vuelve a acostarme.

— ¿Qué ocurre? –murmuro adormilada.

—Nada ocurre. Iré a darme una ducha sólo quería que sepas que no irás al ensayo hoy –dice firme.

Quiero rechistar y pelear para tener el pase libre para ir a ensayo pero sé que será sin fin alguno, así qué asiento ceñuda y me levanto de la cama. Tomo una remera grande de Alek y me la pongo sacándome el pantalón para luego ponerme un bóxer como short.

Camino por pasillo hasta la cocina. Rebusco en la heladera algo que no sea pizza congelada, cerveza o queso vencido, pero fracaso en la búsqueda.

El timbre del departamento suena. El grito de Alek desde el baño diciéndome que abra la puerta me da el permiso a caminar y abrir.

Unas gafas de sol cuadradas es lo primero que veo, su ceño se frunce al instante en el que me ve. Baja las gafas hasta encontrarme con sus ojos y para nada disimulado me recorre con la mirada haciendo que mi cuerpo sienta una electricidad que últimamente se hace presente cuando él está.

— ¿Está Alek? —cuestiona con esa voz gruesa que tiene. Asiento y abro la puerta permitiéndole el paso.

Inclina su cabeza levemente hacia atrás y suelta el humo, tira el cigarrillo en una plantera que hay al costado de la puerta y entra.

—Está en la ducha —me encojo de hombros y vuelvo a la cocina sintiendo su mirada quemar mis piernas.

— ¿Cómo te encuentras? —Doy un salto en el lugar por su ronca voz a mis espaldas—. Ya sabes, por aquella vez que no comiste.

Volteo y lo veo inclinado por los codos en la isla de la cocina, mirándome seriamente.

—Siempre estoy igual, a veces es peor y a veces no tanto, pero siempre igual –me encojo de hombros.

— ¿Tienes alguna enfermedad o algo? —pregunta confundido, niego con la cabeza sin darle ningún tipo de información extra. Que ironía.

—Char, ¿quién era? –aparece en la cocina con una toalla en la cintura y gotas de agua corriendo por su cuello y pecho.

—La bestia —señalo al tatuado en mi frente. Hago una mueca, no sé su verdadero nombre.

Este cuando ve a mi hermano en paños menores aprieta sus puños y aprieta su mandíbula hasta rechinar sus dientes. Inmediatamente una duda asalta mi mente. ¿Será gay y le gusta mi hermano? Frunzo el ceño ante mis pensamientos, que mala suerte para las mujeres.

—Amigo, no te vi. No sueles venir por esta parte de la casa.

La bestia se encoje de hombros y se saludan con un puño.

—Como sea. Venía a ver si puedes pedirme una cita con tu padre –dice serio. 

Frunzo el ceño, confundida.

— ¿Qué ocurrió? —pregunta Alek, volviendo su rostro serio.

—Quiero la custodia completa de Sophie —dice decidido.

Alek se relaja notablemente y asiente en comprensión mientras frunzo aún más el ceño.

—De acuerdo, hablaré con él ahora mismo —asiente y sale de la cocina.

El tatuado voltea a verme.

— ¿Vine en mal momento? —aprieta los puños observándome como si fuera a matarme.

—No —me encojo de hombros y vuelvo a mi trabajo para alimentarme.

Desgraciadamente no soy de esas chicas que comen y no engordan pero nunca me privaría de hamburguesas, chocolates y muchos dulces. No señor, jamás.

¿Voy al gimnasio? No lo necesito al tener los duros ensayos. Pero tampoco querría ir. Seamos sinceros, los musculosos engreídos siempre criticarán a los flacuchos que recién comienzan, y las mujeres dotadas que se creen mucho, siempre van a hacer de menos a las nuevas con ganas de verse mejor. No soy la excepción. Porque al fin y al cabo, todos somos juzgados.

—Digo porque verte a ti así —me señala con el mentón, dando una repasada a mi cuerpo provocándome otro escalofrío—. Y a él así. Uno pensaría fácilmente que sí acabo de interrumpir —levanta una ceja

— ¿Y eso te molesta? —me atrevo a retarle con la mirada.

Me apoyo sobre mis codos sobre la mesa de la isla en un inútil intento de intimidación y a muy poca distancia de su rostro donde nuestros codos prácticamente se tocan entre sí.

— ¿Debería? —pregunta inclinándose a mi rostro.

— No lo sé, tú dímelo.

Un carraspeo de garganta hace que nos separemos de golpe, la bestia se aclara la garganta y se gira a ver a mi hermano. Ruborizada vuelvo a terminar mi bocadillo.

— ¿Interrumpo? —pregunta Alek, enojado. Niego con la cabeza y camino hasta besar su mejilla.

—Dejaré a la feliz pareja seguir disfrutando —masculla entre dientes.

Abro grande mis ojos, pero antes de que pueda corregirle sale por la puerta del departamento. Observo a mi hermano un poco confundida pero este sólo se limita a negar con la cabeza claramente, divertido.

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Mi Stefan en multimedia.

Les saluda, Sunshine

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