Capítulo 10

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A las once de la mañana del día después de la llegada a Varsovia, León despertó en su casa como cada mañana. Las heridas de su rostro habían casi desaparecido pese a que su aspecto carecía de vitalidad. Comprobó los billetes de avión y los horarios disponibles para el primer avión con destino Madrid. Navegó y registró una cuenta de correo electrónica nueva desde la que escribió a Zofia un mensaje encriptado. Supo que alguien lo interceptaría. Un correo vacío. Aquello los mantendría ocupados rastreando la dirección de origen.

Al terminar, se fue a duchar cuando el teléfono sonó.

"Mira por la ventana.", decía el mensaje.

León se acercó a la ventana y vio la ciudad vacía, casi dormida. Todo le parecía minúsculo, despreciable.

"Doce en punto.", dijo otro mensaje. León caminó hasta su cuarto y cogió su cámara fotográfica. Amplió la visión del objetivo en dirección a las doce respecto a las agujas del reloj.

Una mujer en la ventana, la llama de un cigarrillo.

"Bien hecho.", dijo.

"¿Quién eres?", contestó.

El teléfono sonó.

—¿Hola? —dijo León.

—León, no estás solo —dijo la mujer —. Estamos contigo.

—¿Quién eres?

—Komarnicki... —dijo la mujer.

—Un momento, un momento... —dijo León nervioso.

—Él y los suyos...

—Escucha, no entiendo nada...

—¿Sabes qué pensarán cuando todos sepan que su hija está embarazada?

—¿Cómo sabes eso? —preguntó León.

El corazón le latía en la garganta.

—Te lo explicaré todo más tarde, León...

—¡Espera, espera!

—...

—¿Hola? —dijo — ¡Mierda!

Al otro lado del teléfono no contestó nadie. Se escuchó un ligero golpe, como si hubiese caído al suelo. Después varios hombres entraban en el apartamento. Volvió a mirar por su cámara de fotos. Las luces se encendieron, dos hombres forcejearon con la silueta.

Las luces se apagaron de nuevo.

Esperó varias horas hasta que tomó la línea que lo llevó al aeropuerto.

El vehículo estaba lleno.

Supo que lo seguían. Un hombre con gafas redondas se sentó tras él. Lo había visto antes, aunque no recordó en qué lugar.

Atemorizado, se bajó y caminó hasta un hotel para sacar dinero.

—Perdone, ¿podría llamar a un taxi? —dijo ansioso en la recepción.

—El servicio es sólo para clientes.

—Es una urgencia.

El recepcionista negó con la cabeza y León prefirió no insistir antes de llamar la atención de los pocos que rondaban por allí.

Salió de nuevo a la calle y levantó el brazo hasta que logró parar a uno de los taxistas que conducían al aeropuerto. Pidió al taxista, un hombre cerca de jubilarse, que fuese lo más rápido posible. El anciano pisó el acelerador como si nada le importara más.

El Profesor: un thriller de acción y romance prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora