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6: Troublemaker II

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La luz se colaba por la ventana lastimándome los ojos.

Me sentía de la patada, como si un equipo entero de jugadores de americano hubiera pasado encima de mí.

Todo me daba vueltas, y la cabeza me martillaba como jamás lo había hecho.

Ya parecía ser tarde como para ir a clase. Y aunque las sábanas parecían pegadas permanentemente a mi cuerpo, conseguí levantarme para ir a la cocina por medicamento, me daba igual para qué fuera mientras pudiera calmar el dolor de cabeza.

¿Qué debía hacer?

Si hablaba con la directora, seguro me creería que había faltado porque seguía enferma, después de todo dudaba mucho que me hubiera visto bailar alrededor de la fogata a las tantas horas de la madrugada.

Los sucesos de la noche anterior corrían por mi mente como una película de terror, de esas que odias, pero tienes que aguantarte solo porque los demás te están viendo.

Recordé pasármela bien, aunque las imágenes estaban distorsionadas, recordé mi estúpido y sensual baile, pero sobre todo, sobre todo, los besos de Richard Russel.

Toqué mi cuello con inseguridad. Eso sí, lo recordaba perfectamente, incluida la sensación. Había sido emocionante y placentero, seguro en esos momentos llevaba la adrenalina al mil, pero en este mismo instante, lo único que quería hacer era morir.

¿Por qué diablos de entre todos los chicos, decidí llevarme a mi cabaña a Russel?

Lo detestaba, de eso no había duda. Sí, me había pasado con él, y mis disculpas habían sido sinceras, pero era simplemente que no congeniaba con las personas como él.

Y gracias a mi gran estupidez, había estado a punto de hacerlo, si él no me hubiera detenido. Debía ser yo una gran idiota si eso lograba herir mi orgullo.

Suspiré. Estaba hecha un caos.

Decidí vestirme e ir a buscar a Chad, porque no dudaba de que Angie sí habría asistido.

Me puse lo primero que encontré y salí, debía deshacerme de esa sensación tan placentera pero al mismo tiempo tan humillante.

No me crucé con nadie por mi camino, estaba segura de que si no estaban en los salones deberían seguir dormidos por la resaca.

Las cabañas de los chicos estaban en otro extremo, pero no tuve problema, pues el medicamento empezaba a hacer efecto.

Una vez que estuve en el lugar, empecé a buscar la puerta con el nombre de Chad.

No fue difícil, porque era una de las primeras. Vi que la cabaña vecina tenía el nombre de Richard Russel.

Un escalofrío recorrió mi espalda hasta mi nuca, así que eché a correr hacia la cabaña de mi amigo y toqué frenéticamente.

Oí varios pasos y algunas voces, y rogué que Russel no estuviera con él.

Pero al abrir la puerta, supe en ese instante que hubiera preferido encontrarme a Russel que una chica guapa y larguirucha con un pantalón y una sudadera de Chad.

—Hasta luego —murmuró él, que solo llevaba un pantalón puesto.

La chica desconocida se volteó y le dio un largo y apasionado beso, para después irse como si yo no estuviera en ese momento.

Miré a Chad con una ceja levantada.

—Hombres —murmuré y pasé empujándolo con mi hombro.

La noche anterior recordaba haber visto a Chad besarse con una chica, pero también recordaba que me había importado tanto como un gay cacahuate. Bueno, pues ahora estaba enojada, y mucho.

Enamorada de un idiota (EDUI #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora