Capítulo 14 (día 5)

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Apenas recibió el mensaje se puso a gritar. Gritaba y gritaba, pensando que sus ojos lo habían engañado; pero tras haber leído ese mensaje incontable veces, era más que obvio que era real. Todo lo que ocurría era cierto; los asesinatos y el asesino que tenía una pequeña obsesión con su hija o con él, porque sabía que si algo le ocurría a Lucía él iba a sufrir. Alguien golpeó la puerta un par de veces, y al seguir escuchando los gritos y sollozos del hombre, pateó la puerta para abrirla y se lo encontró tirado en el suelo, abrazado sus piernas y con las lágrimas que rebalsaban de sus ojos. Cuando Álvaro escuchó el ruido de que alguien empujaba la puerta con el pie (mejor dicho, la pateaba) se preguntó por qué había hecho eso si era más fácil abrirla. Eso le hizo reflexionar que en cualquier ocasión había algún drama, y que después de todo, las películas no eran una exageración.

No conocía al policía que había entrado irrumpiendo su privacidad, y se lo llevó en cara.

—No puedo estar solo, no me dejan estar solo, NO PUEDO TENER MI PROPIA PRIVACIDAD.

—Señor, ha llamado su esposa— El policía le extendió el teléfono y abandonó la habitación.

Miró confundido al aparato que se encontraba en su mano, y finalmente se decidió a colocarlo al lado de la oreja para poder oír los reproches de su esposa... o la voz triste de ella por haberse enterado de lo que le había ocurrido a Lucía. No escuchó nada del otro lado hasta que pronunció un «hola» sin ganas. Pareció que Rita se había despertado, porque exclamó sorprendida:

— ¡Al fin! Pensé que estabas muerto...— Su voz era natural, parecía no estar al tanto de que su hija seguramente estaba en peligro.

—Rita... Lucía desapareció...

Del otro lado, se escuchó un grito ahogado que hizo que Álvaro cerrara los ojos, y una pequeña lágrima saliera. También se oyó como Rita lloraba desconsoladamente y el teléfono se caí al suelo, cortando la llamada. El hombre apoyó el teléfono en el escritorio y salió al pasillo, que se encontraba desierto. Dio unos pasos, y casi involuntariamente, terminó donde se encontraba Omar Sánchez. Estaba sentado en una esquina, con los ojos cerrados como si estuviera durmiendo.

En frente de la celda, había un pequeño banquillo donde antes se había sentado Nicolás, pero ahora él se iba a sentar y sentiría como su mundo se caía. Si esto era una broma de mal gusto, quería que terminara en ese mismo instante, aunque sabía que el asesino iba muy en serio. Como su vista estaba medio borrosa por las lágrimas que caían, empujó el banco e hizo que Omar abriera los ojos alarmado. Álvaro murmuró que lo sentía, pero reacomodó el banco y se volvió a marchar hacia su oficina.

Otra vez, como si su cuerpo no recibiera las ordenes que él mandara, fue al comedor donde la tele estaba encendida y transmitía un noticiero. Ese no era el que miraba siempre, pero como no encontraba el control remoto y el televisor estaba a una altura que no alcanzaba, lo dejó. En la mesa había un plato con restos de comida y al lado una libreta con un bolígrafo. Sintió como alguien se acercaba hacia él, así que se volteó bruscamente.

—Oye, oye... soy yo, compañero.

Esa era la voz de Cardona, quien luego de que su compañero lo reconociera se sentó al lado de este.

—Deberíamos de escribir las pocas pistas que tenemos ahora, ¿no crees? ¡Es que son tantas que se nos van a olvidar!

Álvaro lo miró de hito en hito.

—Hace dos segundos dijiste que eran pocas y luego dices que son muchas.

—Hombre, sé lo que te está pasando porque a mí también me sucede. Somos nosotros contra el asesino— dijo apoyando una mano en el hombro de su compañero.

—Es que... de tan solo pensar que no pasaré la última Navidad con mi hija me entristece... porque nunca más la veré— Se había llevado la mano a la frente y cerraba fuertemente los ojos— Si muere, NUNCA MÁS LA VERÉ.

Cardona tomó la libreta y empezó a escribir.

Pista nº1: el asesino es muy detallista y perfeccionista.

Pista nº2: es zurdo. Esto lo pudimos descubrir gracias a la muerte de Morales, a quien ahorcó y dejó la marca de su pulgar izquierdo.

Pista nº3: lleva una frondosa barba, aunque ya se la pudo haber afeitado.

Pista nº4: no quiere hacerle daño a Álvaro Albino, sino, ya hubiese matado a Lucía cuando tuvo la oportunidad. Además, él mismo lo confirmó.

Pista nº5: todos los asesinatos o secuestros están unidos por un lazo casi invisible, el cual solo lo puede ver el...

—Se está acabando la tinta— anunció Cardona—. ¿Me puedes traer otra lapicera? No quiero que quede desprolijo por si luego hay que presentar el documento.

Albino asintió y fue en busca de una. Cuando regresó, se la entregó a su compañero quien completó la pista número cinco con «asesino». Luego de eso, Álvaro le preguntó por qué no había nadie allí, a lo que este le respondió que el entierro de Nicolás Morales se estaba realizando en ese momento.

Fueron juntos hacia un bar que no quedaba muy cerca de la comisaría ya que el quiosco al que iban siempre había cerrado por duelo. Seguramente, el dueño iba a ir al funeral de Morales, aunque no era su familiar. Él no quería ir, ni Cardona se lo propuso. Estaba un poco sensible, y quería seguir teniendo la dignidad que había perdido al explotar en llanto en la comisaría.

Debía estar con su esposa, pero seguramente ella ya debía de estar con alguna de sus tontas amigas consolándola, aunque ya eran pasadas las doce de la noche. Al recordar la hora, se sorprendió de que el funeral sea a aquellas horas de la noche.

En el bar, no había nadie. Antonio, el dueño del lugar, les trajo un par de cervezas y ellos les agradecieron; no estaban en hora de trabajo, por lo que podían tomar lo que quisieran e incluso emborracharse. Se mantuvieron en silencio, principalmente porque lo único que tendrían que decirse sería que todo estaría bien; pero ambos sabían que eso iba a ser una gran mentira, aunque doliera pensarlo. Una vez que terminaron su bebida, pagaron y cada uno se fue directamente a su casa, aunque estarían en compañía hasta la plaza, porque una vez allí se separaban. Tuvieron que pasar por un callejón para llegar al centro del pueblo. No era un callejón de esos que siempre están a oscuras y hay miles de grafitis por las paredes; es más, hasta había un pequeño cantero muy bien cuidado por alguna de las vecinas. No daba un mal rollo pasar por allí, pero las personas que podían evitarlo, lo hacían.

Había algún que otro banco por esa zona, y pudieron contemplar bajo el farol que un vagabundo dormía allí plácidamente. Aunque no estuviesen trabajando, uno de los deberes de la policía era sacar a cuyas personas irrumpan en un espacio público. Se acercaron a ese hombre tranquilamente, ya que no tenían arma y por lo general esas personas cargaban con una navaja. Siempre eran un gran problema esos indigentes porque estorbaban a la gente (por lo general, mujeres) que pasaban por allí y alguna que otra vez, les robaban.

—Oiga, señor. Este es un espacio público.

El hombre no se movía y ni siquiera parecía que respiraba. En el caso de Álvaro, se imaginaba lo peor; pero en cuanto a Guillermo, él tenía esperanzas de que haya consumido alguna sustancia que lo dejó en ese estado de "muerto".

Álvaro lo volteó y pudo ver como los grandes ojos del hombre se encontraban desorbitados, mientras que su pantalón estaba cubierto de sangre gracias a una lastimadura que había en la rodilla izquierda. El vagabundo, a pesar de que hacía mucho calor, llevaba un gorro de lana de color marrón que en él se había impregnado un color carmesí. Le sacaron el gorro de un manotazo y pudieron ver como en la pelada del hombre, también había sangre. Alguien le había disparado en la rodilla y en la coronilla.



Crimen NavideñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora