El Abismo de los Sueños. Parte 3

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Durante unos minutos que le parecieron interminables, Mario se sintió caer.

Cayó y cayó, muy despacio, sin apenas percibir que realmente se estuviese moviendo. Rodeado por la inmensidad del Abismo de los Sueños, el fontanero miró a su alrededor una vez más y pudo ver que la oscuridad era más intensa, más profunda.

Pero la esencia de Luigi seguía allí.

Mario lo sentía. No sabía cómo, pero lo sentía. No podía ver nada que indicara que su hermano aún estaba allí, con él, en todas partes, en cualquier dirección hacia la que dirigiera la mirada; pero lo sabía. Podía sentirlo.

Entonces, mientras caía, Mario empezó a ganar velocidad. Cada vez descendía más rápido, precipitándose hacia la negrura. El héroe se preparó para el golpe que le esperaba, pero, para su sorpresa, aterrizó con suavidad, como si, simplemente, hubiera estado flotando y hubiese tomado por sí mismo la decisión de posar sus pies en el suelo. Sin necesidad de pararse a pensarlo, Mario supo a qué se debía el que no se hubiera hecho ningún daño, o, mejor dicho, a quién, e, interiormente, lo agradeció.

Tras tomarse unos segundos para ubicarse, el fontanero reanudó la marcha, avanzando en medio de la oscuridad por el único camino posible. Estaba decidido a seguir adelante, a llegar hasta el fondo de aquel asunto y a regresar, cuanto antes, a la realidad. No podía esperar para reunirse con la princesa y con Luigi. No podía esperar para verles y abrazarles, tranquilo al saber que ambos estarían sanos y salvos.

No obstante, una nueva voz lo detuvo.

"Hermano... ¡vamos allá!"

Mario se giró y, al fin, pudo ver de nuevo numerosas luces verdes que componían la figura de Luigi. Allí estaban otra vez: sus emociones, danzarinas, rodeándolo y proclamando aquellos sentimientos que, ahora, Mario conocía. Sonrió sin poderlo evitar, y su sonrisa se amplió al ver que una de aquellas siluetas bailarinas flotaba hasta posarse ante él.

En ese instante, se produjo un intenso destello que provocó que Mario tuviera que cubrirse los ojos con las manos para evitar que la brillante luz lo cegara. Por suerte, ésta no tardó en atenuarse.

—¡Vamos allá!

Mario abrió los ojos, sorprendido. Aquella voz no había sonado tan etérea como las de las emociones de Luigi, sino mucho más cercana. Aquella voz...

Apartándose las manos del rostro, Mario se atrevió a mirar lo que tenía ante sí.

—¡Venga, Mario! ¿A qué esperamos?

Allí estaba, al fin, Luigi Soñador. Con su gorra verde, su peto color azul oscuro y su amplia pero tímida sonrisa.

—¡Luigi! —exclamó Mario, contento de verle.

—¿Luigi Soñador? —intervino Duermeberto, apareciendo ante ellos—. ¿Eres tú de verdad?

—¡Claro! —asintió Luigi—. ¿Quién si no?

—¿P-pero cómo has...? ¿Cómo has...?

—Bueno, la verdad es que no ha sido fácil —admitió Luigi, un tanto asustado—. Pero lo he conseguido gracias a Mario.

—¿Eh? —Aquello sí que era algo que el fontanero no se esperaba—. ¿Gracias... a mí?

—¡Sí! Es que, bueno... —Luigi bajó la vista, repentinamente sonrojado—. Era como si, al saber que tú estabas aquí, tuviera que... bueno...

—¿Sí? —lo animó Mario, curioso.

Luigi masculló algo, sin atreverse aún a levantar la cabeza, pero Mario no pudo entenderle.

M&L: Dream Team Bros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora