La Saga de Yo - Negocios de Almas

35 0 0
                                    

Es una noche estrellada de luna nueva. Solo, atravieso la carretera junto al hospital de Viana do Castelo y empiezo a descender por la calle en dirección al cementerio. Detrás de mí, se encuentra el centro comercial local, lo Estación Viana. Muchos dicen que se trata de la joya de la ciudad. A mí me parece más una daga espetada en su corazón, porque, desde su construcción, las calles del centro histórico se encuentran casi vacías, a excepción de uno u otro día especial del año. No que eso me importe. Yo voy al centro comercial de cualquier manera, cuando me conviene.

Unos pasos más adelante, avisto a un grupo de jóvenes en una parada de autobús, ninguno de ellos con más de dieciséis años. Ellos gritan desenfrenadamente, tanto chicos como chicas, muy borrachos, mientras rodean a dos de sus compañeros que luchan salvajemente. Es esta la juventud de hoy. Duermen de mañana, en vez de dormir de noche. Beben y se entierran en el hedonismo para olvidar su vida sin objetivos, a no ser ganar dinero para comprar más olvido y hedonismo. No todos son así, lo sé bien, pero muchos lo son, quizá la mayoría.

Bueno, por lo menos son mejores que sus padres. Estos están endeudados hasta el cuello, comen arroz con arroz y duermen en colchones en el suelo para poder tener una casa enorme y cambiar de coche cada par de años en un intento de mostrar a los demás que son ricos. Es claro que una familia en la que los dos padres ganan el miserable salario mínimo y los dos hijos estudian no puede ser tan rica como intenta ostentar, y todos saben esto porque casi todos hacen lo mismo. Sin embargo, las personas prefieren creer en lo que ven envés de lo que saben. Pero me importa un bledo. Cada uno tiene el derecho de desperdiciar su vida como entiende.

Mientras paso del otro lado de la carretera, los dos jóvenes siguen luchando, rasgando la ropa, rompiendo dientes y sangrando de los labios. Sus compañeros hacen de cuenta que los quieren separar, pero en realidad incitan uno contra el otro. Y lo peor es que, probablemente, todo aquello comenzó por una razón estúpida. Tal vez uno de ellos haya mirado de reojo el escote de la novia del otro. Esa es una cosa curiosa. ¿Por qué es que los escotes muestran siempre más de lo que estamos autorizados a ver?

Es claro que no intervengo. Durante mis deambulaciones nocturnas, he visto cosas mucho peores. Asaltos, secuestros, violaciones y hasta asesinatos. Yo sólo actúo cuando sé que las personas están bajo la influencia de los agentes del Cielo o del Infierno. Caso contrario, dejo que cada uno haga lo que le va en el alma. Al final, todos van a parar al sitio que merecen. ¿O será que no?

He recorrido estas calles todas las noches a causa de una leyenda que circula por la ciudad hace más de cincuenta años. Cuenta ésta que, una noche, dos jóvenes robaron una bolsa de caramelos y decidieron esconderse en el cementerio para dividirlos, pero, al subir el muro, dejaron caer algunos en el exterior. Dejándolos atrás en su prisa, se sentaron en una lápida y comenzaron a dividir los demás:

- Uno para mí, otro para ti. Uno para mí, otro para ti.

En ese instante, pasó un viejo borracho que los escuchó:

- Uno para mí, otro para ti. Uno para mí, otro para ti.

Pensando que se trataba de Dios y Satanás a dividir las almas, el hombre decidió acercarse para mirar. Fue entonces que escuchó:

- ¿Y qué vamos a hacer con los que están allá fuera?

Temiendo por su alma, el viejo se escabulló en la noche.

Esta historia es contada en los cafés de la región como una anécdota, pero me llamó la atención porque ha sido renovada con el pasar de los años. Hay versiones que incluyen tecnologías modernas y cambios recientes al cementerio y a la ciudad. Pueden ser sólo actualizaciones populares; después de todo, "quien cuenta un cuento aumenta un punto"; pero puede haber algo más, eventos posteriores que fueron combinados con la historia original. Como los acontecimientos son descritos como si hubiesen ocurrido en esta época del año, decidí pasar por el cementerio todas las noches de Febrero. Soy escéptico cuanto a la veracidad del mito, pero es uno de esos casos en los que prefiero tener la certeza.

Me acerco al cementerio por la parte trasera, el punto donde se describe que el borracho pasó. En las otras noches, no he notado nada anormal, pero me agarró por sorpresa cuando empiezo a escuchar:

- Uno para mí, otro para ti. Uno para mí, otro para ti.

De inmediato, busco manera de entrar, pues, a esta hora, las puertas están cerradas. Por suerte, las obras de ampliación del cementerio obligaron al derrubie temporal de algunas partes de los muros, y es por una de estas fallas que entro. Del otro lado, un ángel del Cielo, una criatura rubia de alas blancas, y un ángel caído del Infierno, de alas y pelo rojo y dedos que terminan en garras negras, dividen entre sí pequeños papeles con algo escrito.

- Uno para mí, otro para ti. Uno para mí, otro para ti.

Sin embargo, un ángel del Purgatorio, fácilmente distinguible por sus cabellos y ojos blancos y alas con plumas de base blanca y puntas rojas, recorre el cementerio, copiando en otros papeles los nombres en las lápidas más recientes.

Existen leyes bien definidas sobre la división de las almas, que garantizan que cada una vaya para el reino de la otra vida que merecen. Estos ángeles, sin embargo, las dividen al azar. ¿Por qué? No lo sé. Tampoco importa. Esto va en contra de todo lo que defiendo. Tengo que intervenir.

- ¿Qué están haciendo? - pregunto.

Los tres se vuelven hacia mí, sus ojos abiertos en sorpresa y temor. Todos me conocen. Esta no es la primera vez que interfiero en asuntos de ángeles.

- Nosotros... Yo... Él... - dijo el ángel del Cielo.

Sonrío. Me da cierto placer ver a uno de los prepotentes ángeles apocado.

- Yo sé lo que están haciendo. Empiecen a distribuir las almas de acuerdo con las leyes y no al azar. Traten de deshacer las injusticias que han cometido antes. Cómo, no me interesa ni me importa. Sino...

Hago una breve pausa. Uno de los ángeles iba a responder, pero no le dejo y continúo:

- Si no, voy a rezarle a Él, - apunto hacia el cielo - y le sacrificaré una cabra a Él - apunto hacia el suelo - y les cuento lo que estáis haciendo. Me gustaría ver cuál sería vuestro castigo.

- No si no te dejamos salir de aquí - responde el ángel del Infierno, avanzando en mi dirección con las garras negras abiertas.

Los otros dos lo agarran. Puedo hablar mal de ellos, pero hay una línea que los ángeles de los dos reinos superiores nunca cruzan.

- Vamos a resolver todo - asegúrame al ángel del Purgatorio. - Lo prometemos.

Sin más una palabra, me doy media vuelta y abandono el cementerio. Por supuesto que no soy estúpido y dejo junto a la pared un pequeño micrófono para asegurarme de que no vuelven a hacer lo mismo. Y también es claro que ellos saben que yo no soy estúpido y no van volver a hacerlo.

Inicio el trayecto de vuelta al hospital, junto al cual dejé el coche. La riña entre los dos jóvenes de hace poco ya terminó, y ahora no se vi ni rastro del grupo. Probablemente uno fue a pagarle una copa al otro para le ayudar a olvidar y volvieren a ser amigos. Que estupidez.

FIN


La Saga de Yo - Negocios de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora