KANT

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  Kant... el cielo estrellado encima de mí y la ley moral dentro demí...Alrededor de medianoche Albert Knag llamó por te-léfono a casapara felicitar a Hilde en su decimoquinto cum-pleaños.La madre cogió el teléfono,–Es para ti, Hilde.–Soy papá.–Estás loco. Son casi las doce.–Sólo quería felicitarte.–Me has estado felicitando todo el día.–... pero quería esperar para llamar a que hubiese aca-bado el día.–¿Por qué?–¿No has recibido el regalo?–Ah, sí. ¡Muchísimas gracias!–No me tortures. ¿Qué te ha parecido?–Impresionante. Casi no he comido en todo el día.–Tienes que comer.–Sí, pero es tan emocionante,..–¿Hasta dónde has llegado? Me lo tienes que decir, Hilde.–Entraron en la Cabaña del Mayor porque tú empezaste aincordiarles con aquel monstruo marino.–La Ilustración.–Y Olympe de Gouges.–Entonces no me he equivocado mucho después de todo.–¿Cómo «equivocado»?Creo que sólo queda ya una felicitación. Pero ésa, en cambio tienemúsica.Leeré un poco en la cama antes de dormirme. –¿Entiendes algo?–He aprendido más hoy que... que en toda mi vida. Es increíble queni siquiera hayan pasado veinticuatro horas des-de que Sofía volviódel colegio y encontró el primer sobre.–Pues sí. es curioso lo poco que hace falta.–Pero ella me da un poco de pena.–¿Quién? ¿Mamá?–No, Sofía claro.–Ah...–Está completamente desconcertada, la pobrecita.–Pero ella sólo es... quiero decir...–Quieres decir que simplemente es alguien inventado por tú.–Algo así, sí.–Yo creo que Sofía y Alberto existen.–Hablaremos más cuando llegue a casa.–Vale.–Que tengas un buen día.–¿Qué has dicho?–Quiero decir, buenas noches.–Buenas noches.Cuando Hilde se acostó media hora más tarde, aún había tanta luzfuera que podía ver el jardín y la bahía. En esta época del año,apenas se hacía de noche.Se imaginó que estaba dentro de un cuadro colgado en una paredde una pequeña cabaña del bosque. ¿Era posible asomarse desdeese cuadro y mirar lo que había fuera?Antes de dormirse siguió leyendo en la carpeta grande de anillas.Sofía volvió a dejar la carta del padre de Hilde sobre la repisa dela chimenea.–Lo de las Naciones Unidas puede ser muy importante –dijoAlberto–, pero no me gusta que se meta en mis explicaciones.–No te lo tomes muy a pecho.–A partir de ahora ignoraré pequeños fenómenos comomonstruos marinos y cosas así. Vamos a sentarnos aquí delantede la ventana. Te hablaré de Kant.Sofía descubrió un par de gafas sobre una pequeña mesa entre dos sillones. También se dio cuenta de que las dos lentes eranrojas. ¿Eran una especie de gafas de sol?–Son casi las dos-dijo–. Tengo que estar en casa antes de lascinco. Mamá seguramente tiene planes para el cumpleaños.–Entonces tenemos tres horas.–Empieza.–Immanuel Kant nació en 1724 en la ciudad de Kö-nigsberg, aleste de Prusia. Era hijo de un guarnicionero. Vivió casi toda suvida en su ciudad natal, donde murió a los 80 años. Venía de unhogar severamente cristiano. Muy importante para toda sufilosofía fue también su propia reli-giosidad. Para él, como paraBerkeley, era importante salvar la base de la fe cristiana.–De Berkeley ya he oído bastante, gracias.–De todos los filósofos de los que hemos hablado hasta ahora,Kant fue el primero que trabajó en una univer-sidad en calidad deprofesor de filosofía. Es lo que se suele llamar un «filósofoprofesional».–¿Filósofo profesional?–La palabra «filósofo» se emplea hoy en día con dos significadosalgo distintos. Por «filósofo» se entiende ante todo una personaque intenta buscar sus propias respuestas a las preguntasfilosóficas. Pero un «filósofo» también pue-de ser un experto enfilosofía, sin que él o ella haya elabo-rado necesariamente unafilosofía propia.¿Y Kant fue un filósofo profesional?Era ambas cosas. Si solamente hubiera sido un buen profesor, esdecir, un experto en los pensamientos de otros fi-lósofos nohabría llegado a ocupar un lugar en la historia de la filosofía.Pero también es importante tener en cuenta que Kant teníaprofundos conocimientos de la tradición filosófica anterior a él.Conocía a racionalistas como Descartes y Spinoza, y a empiristascomo Locke, Berkeley y Hume.–Te dije que no me volvieras a mencionar a Berkeley.–Recordemos que los racionalistas pensaban que la base de todoconocimiento humano está en la conciencia del hombre. Yrecordemos también que según los empiris-tas todo elconocimiento del mundo viene de las percep-ciones. AdemásHume señaló que existen unos límites muy claros para lasconclusiones que podemos sacar de nues-tras sensaciones.–¿Con quién de ellos estaba de acuerdo Kant?Opinaba que ambos tenían algo de razón, pero también opinabaque los dos se equivocaban en algo. Lo que les ocupaba a todos era: ¿qué podemos saber del mundo? Esta pregunta filosófica eracomún en todos los fi-lósofos posteriores a Descartes. Semencionaron dos posi-bilidades: ¿el mundo es exactamente comolo percibimos? ¿O es como se presenta a nuestra razón?–¿Y qué opinaba Kant?–Kant opinaba que tanto la percepción como la razón juegan unimportante papel cuando percibimos el mundo. Pero pensaba quelos racionalistas exageraban en lo que puede aportar la razón, ypensaba que los empiristas habían hecho demasiado hincapié enla percepción.–Si no me pones pronto un buen ejemplo, todo queda en simplepalabrería.–En principio Kant está de acuerdo con Hume y empiristas en quetodos nuestros conocimientos sobre el mundo provienen de laspercepciones. Pero, y en este pun-to les da la mano a losracionalistas, también hay en nues-tra razón importantescondiciones de cómo captamos el mundo a nuestro alrededor.Hay ciertas condiciones en la mente del ser humano quecontribuyen a determinar nues-tro concepto del mundo.–¿Eso ha sido un ejemplo?–Hagamos mejor un pequeño ejercicio. Coge esas gafas queestán en la mesa. Muy bien. ¡Y ahora póntelas!Sofía se puso las gafas. Todo se coloreó de rojo a su alrededor.Los colores claros se volvieron color rosa, y los colores oscurosse volvieron rojo oscuro.–¿Qué ves?–Veo exactamente lo mismo que antes, sólo que to-do está rojo.–Eso es porque las lentes ponen un claro límite a cómo puedespercibir la realidad. Todo lo que ves proviene del mundo de fuerade ti, pero el cómo lo ves también está relacionado con las lentes,ya que no puedes decir que el mundo sea rojo aunque tú lopercibas así.–Claro que no...–Si ahora te dieras un paseo por el bosque, o si te fueras a casa,verías todo de la misma manera que lo has visto siempre. Sóloque todo lo que verías estaría rojo.–Mientras no me quite las gafas.–Así, Sofía, exactamente así, opinaba Kant que hay determinadasdisposiciones en nuestra razón, y que estas disposicionesmarcan todas nuestras percepciones.–¿De qué clase de disposiciones se trata?Todo lo que vemos lo percibiremos ante todo co-mo un fenómeno en el tiempo y en el espacio. Kant lla-maba al Tiempo yal Espacio «las dos formas» de sensibilidad» del hombre. ysubraya que estas dos formas de nuestra conciencia sonanteriores a cualquier experiencia. Esto significa que antes deexperimentar algo, sabemos que sea lo que sea, lo captaremoscomo un fenómeno en el tiempo y en el espacio. Porque nosomos capaces de quitarnos las «lentes» de la razón.¿Quería decir con eso que intuir las cosas en el tiempo y en elespacio es una cualidad innata?–De alguna manera sí. Lo que vemos depende ade-más de si noscriamos en Groenlandia o en la India. Pero en todas partesexperimentamos el mundo como procesos en el tiempo y en elespacio. Es algo que podemos decir de antemano.–¿Pero no son el tiempo y el espacio algo que está fuera denosotros?–No, la idea de Kant es que el tiempo y el espacio pertenecen a laconstitución humana. El tiempo y el espa-cio son ante todocualidades de nuestra razón y no cuali-dades del mundo.–Ésta es una nueva manera de verlo.–Quiere decir que la conciencia del ser humano no es una«pizarra» pasiva que sólo recibe las sensaciones desde fuera. Esun ente que moldea activamente. La propia conciencia contribuyea formar nuestro concepto del mun-do. Tal vez puedascompararlo con lo que ocurre cuando echas agua en una jarra decristal. El agua se adapta a la forma de la jarra. De la mismamanera se adaptan las sen-saciones a nuestras «formas desensibilidad».–Creo que entiendo lo que dices.–Kant decía que no sólo es la conciencia la que se adapta a lascosas. Las cosas también se adaptan a la conciencia. Kant lollamaba el «giro copernicano» en la cuestión sobre elconocimiento humano. Con eso quería decir que la idea era tannueva y tan radical mente diferente a las ideas antiguas comocuando Copérnico había señalado que es la Tierra la que giraalrededor del sol, y no al revés.–Ahora entiendo lo que quería decir cuando decía que tanto losracionalistas como los empiristas tenían algo de razón. En ciertamanera los racionalistas se habían olvi-dado de la importancia dela experiencia,, y los empiristas habían cerrado los ojos a cómonuestra propia razón mar-ca nuestra percepción del mundo.–Y la propia ley de causa-efecto, que en opinión de Hume nopodía ser percibida por el ser humano, forma parte, según Kant, de la razón humana.–¡Explica!–Te acordarás de que Hume había afirmado que sólo es nuestrohábito el que hace que percibamos una co-nexión necesaria decausas detrás de todos los procesos de la naturaleza. SegúnHume no podíamos percibir que la bola negra de biliar era lacausa de que la bola blanca se pusiera en movimiento, Por lotanto tampoco podemos afirmar que la bola negra siemprepondrá a la bola blanca en marcha.–Me acuerdo.–Pero justamente eso, que según Hume no se puede probar, Kantlo incluye como una cualidad de la razón hu-mana. La ley causalrige siempre y de manera absoluta sim-plemente porque la razóndel hombre capta todo lo que sucede como una relación causaefecto,–Yo prefiero creer que la ley causal está en la misma naturaleza yno en los seres humanos.–La idea de Kant es que al menos está en nosotros.Está de acuerdo con Hume en que no podemos saber nadaseguro sobre cómo es el mundo «en sí». Sólo podemos sa-bercómo es «para mí», es decir para todos los seres huma-nos. Estaseparación que hace Kant entre «das Ding an sich» y «das Dingfür mich» («la cosa en si» y «la cosa para mí», constituye suaportación más importante a la filosofía.–No soy muy buena en alemán.–Kant hizo una clara separación entre la «cosa en sí» y la «cosapara mi». Nunca podremos saber del todo cómo son las cosas«en sí». Sólo podemos saber cómo las cosas aparecen antenosotros. En cambio antes de cada ex-periencia podemos deciralgo sobre cómo las cosas son percibidas por la razón de loshombres.–¿Podemos?–Antes de salir por la mañana no puedes saber nada de lo quevas a ver o percibir durante el día. Pero puedes saber que aquelloque veas y experimentes lo percibirás como un suceso en eltiempo y en el espacio. Además pue-des estar segura de que laley causal rige simplemente por-que la llevas encima, como unaparte de tu conciencia.–¿Pero podríamos haber sido creados distintos?–Si, podríamos haber tenido otros sentidos, y otro sentido deltiempo y otra percepción del espacio. Además podríamos habersido creados de manera que no hubiéra-mos buscado las causas de los sucesos de nuestro entorno.–¿Tienes algún ejemplo?–Imagínate un gato tumbado en el suelo. Imagínate que unapelota entra en la habitación. ¿Qué haría el gato en ese caso?–Lo he visto muchas veces. El gato correría detrás de la pelota.–De acuerdo. imagínate luego que eres tú la que es-tás sentadaen una habitación y que de pronto entra una pe-lota rodando. ¿Tútambién te irías corriendo detrás de 1a pelota?–Antes de hacer algo giraría la cabeza para ver de dónde viene lapelota.–Sí, porque eres una persona, y buscarás indefectiblemente lacausa de cualquier suceso. La ley causal forma parte, pues, de tupropia constitución.–¿Eso es verdad?–Hume había señalado que no podemos percibir ni probar lasleyes de la naturaleza. Esto le inquietaba a Kant, pero pensabaque sería capaz de señalar la absoluta vali-dez de las leyes de lanaturaleza mostrando que en reali-dad estamos hablando de lasleyes para el conocimiento humano.–¿Un niño pequeño daría la vuelta para averiguar quién ha tiradola pelota?–Tal vez no. Pero Kant señala que la razón en un niño no sedesarrolla totalmente hasta que no tiene mate-rial de lossentidos con el que trabajar. En realidad no tiene ningún sentidohablar de una razón vacía.–No, sería una extraña razón.–Entonces podemos hacer una especie de resumen. Según Kanthay dos cosas que contribuyen a cómo las perso-nas perciben elmundo. Una son las condiciones exteriores, de las cuales nopodemos saber nada hasta que las percibi-mos. A esto lopodemos llamar el material del conocimien-to. La segunda sonlas condiciones internas del mismo ser humano, por ejemplo, elque todo lo percibimos como suce-sos en el tiempo y en elespacio y además como procesos que siguen una ley causalinquebrantable. Esto lo podríamos llamar la forma delconocimiento.Alberto y Sofía se quedaron sentados mirando un instante por laventana. De pronto Sofía vio a una niña que apareció entre losárboles al otro lado del lago.–¡Mira! –dijo Sofía–. ¿Quién es?No lo sé.Apareció solamente durante unos instantes, luego de-sapareció. Sofía se dio cuenta de que llevaba algo rojo en la cabeza.–De todas formas no debemos dejarnos distraer por cosas así.–Continúa entonces.–Kant también señaló que está claramente delimi-tado lo que elhombre puede conocer mediante la razón. podríamos decirquizás que las «lentes» de la razón ponen algunos de esoslímites.–¿Cómo?–¿Recuerdas que los filósofos anteriores a Kant dis-cutieron las«grandes» cuestiones filosóficas, por ejemplo si el hombre tieneun alma inmortal, si hay un dios, si la naturaleza está formadapor partículas pequeñas indivisi-bles o si el universo es finito oinfinito?–Sí.–Kant pensaba que el ser humano no puede obtenerconocimientos seguros sobre tales cuestiones, lo cual nosignifica que rechace ese tipo de planteamientos. Al con-trario. Sihubiera rechazado esas cuestiones sin más, no podríamosconsiderarlo un auténtico filósofo.–¿Entonces qué hizo?–Tienes que tener un poco de paciencia. Cuando se refiere a lasgrandes cuestiones filosóficas, Kant opina que la razón operafuera de los límites del conocimiento hu-mano. Al mismo tiempoes inherente a la naturaleza del hombre, o a su razón, unanecesidad fundamental de plan-tear precisamente cuestiones deeste tipo. Pero cuando preguntamos, por ejemplo, si el universoes finito o infinito, planteamos una pregunta sobre una unidadde la que nosotros mismos formamos una pequeña parte. Por lotanto jamás podremos conocer plenamente esa unidad.–¿Por qué no?–Cuando te pusiste las gafas rojas demostramos que según Kanthay dos elementos que contribuyen a conocimiento del mundo.–La percepción y la razón.Sí, el material de nuestros sentidos nos viene a través de lossentidos, pero el material también se adapta a las cua-lidades dela razón. Forma parte, por ejemplo, de las cuali-dades de la razónel preguntar por la causa de un suceso.–Como por ejemplo el por qué una pelota rueda por el suelo.–Si quieres. Pero cuando nos preguntamos de dónde procede elmundo y discutimos las posibles respuestas, en-tonces la razónestá en cierta manera vacía, porque no tiene ningún material delos sentidos que «tratar», no tiene ninguna experiencia en la que apoyarse. Porque no hemos percibido jamás toda aquellainmensa realidad de la que constituimos una pequeña parte.De alguna manera somos una pequeña parte de la pelota querueda por el suelo. Y entonces no podemos sa-ber de dónde viene.–Pero una cualidad de la razón humana siempre será elpreguntar de dónde viene la pelota. Por eso preguntamosconstantemente, esforzándonos al máximo por encontrarrespuestas a las cuestiones últimas. Pero nunca obtenemosrespuestas seguras porque la razón no tiene material paracontestar.–Desde luego. Es una sensación que conozco muy bien.En cuanto a esas cuestiones fundamentales referen-tes a toda larealidad, Kant mostró que ocurrirá siempre que dos puntos devista sean igualmente probables o im-probables partiendo de loque nos pueda decir la razón hu-mana.Ejemplos, por favor.Tan sensato resulta decir que el mundo tiene que tener unprincipio como decir que no tiene tal principio, porque ambasposibilidades son igualmente imposibles de imaginar por larazón. Podemos afirmar que el mundo ha existido siempre, ¿peropuede algo haber existido desde siempre sin que nunca hayatenido un principio? Ahora es-tamos obligados a asumir el puntode vista contrario. Decimos que el mundo tiene que habersurgido alguna vez y entonces tiene que haber surgido de lanada, si no, sim-plemente habríamos hablado de un cambio de unestado a otro. ¿Pero puede algo surgir de la nada, Sofía?–No, las dos posibilidades resultan igualmente in-concebibles. Almismo tiempo una tiene que ser correcta y la otra equivocada.–Recordarás que Demócrito y los materialistas seña-laron que lanaturaleza tenía que estar compuesta por unas partes muypequeñas de las cuales todas las cosas están compuestas. Otros,por ejemplo Descartes, pensaban que la realidad extensasiempre debe poder dividirse en partes cada vez más pequeñas.¿Pero quién de ellos tenía razón?–Los dos... ¿o ninguno?–Por otra parte muchos filósofos han señalado la li-bertad de lapersona como una de sus cualidades más im-portantes. Al mismotiempo nos hemos encontrado con fi-lósofos, entre los que estánSpinoza y los estoicos, que opinan que todo sucede de acuerdocon las leyes necesa-rias de la naturaleza. También en loreferente a este punto, Kant pensaba que la razón del serhumano no es capaz de emitir ningún juicio seguro.–Tan razonable como irrazonable sería afirmar cual-quiera de lasdos cosas.–Y finalmente, también fracasaremos si mediante la razónintentamos probar la existencia de Dios. Sobre este tema, losracionalistas, por ejemplo Descartes, habían in-tentadodemostrar que tiene que haber un dios simplemente porquetenemos una idea de un «ser perfecto». Otros, por ejemploAristóteles y Santo Tomás de Aquino, dedujeron que tiene quehaber un dios porque todas las cosas tienen que tener una causainicial.–¿Y qué opina Kant?–Rechaza las dos pruebas de la existencia de Dios. Ni la razón nila experiencia poseen ningún fundamento seguro para poderafirmar que existe un dios. Para la razón es tan probable comoimprobable que haya un dios.–Pero empezaste diciendo que Kant quiso salvar losfundamentos de la fe cristiana.–Sí, efectivamente abre la posibilidad de una di-mensiónreligiosa. Donde fracasan la experiencia y la ra-zón surge unvacío que puede llenarse dele religiosa.–¿Y de esa manera salvó el cristianismo?–Puedes expresarlo así, si quieres. Hay que tener en cuenta queKant era protestante. Desde la Reforma un rasgo característicodel cristianismo protestante es que se ha basado en la fe. Desdela Edad Media la Iglesia católica ha tenido más confianza en quela razón pueda servir de apoyo a la fe.–Entiendo.Pero Kant no se contentó con afirmar que estas cues-tionesúltimas tienen que dejarse en manos de la fe del hom-bre, sinoque también era prácticamente necesario para la moral de loshombres suponer que tienen un alma inmortal, que hay un dios,y que el hombre tiene libre albedrío.Entonces hace casi como Descartes. Primero es-tuvo muy crítico,según estamos viendo. Luego se mete por la puerta de atrás aDios y a algo más.–Pero al contrario que Descartes, Kant no deja de señalarclarisimamente que no es la razón la que ha lle-vado a este puntode vista, sino la fe. A esta fe en un alma inmortal, en la existenciade un dios y en el libre albe-drío la denomina postuladosprácticos.–¿Y qué significa eso?–«Postular» significa afirmar algo que no se puede probar. Con «postulado práctico», Kant se refiere a algo que hay que afirmarpara la «práctica» del hombre, es de-cir para la moral del hombre.«Es moralmente necesario suponer la existencia de Dios», decía.De pronto alguien llamó a la puerta. Sofía se levantó, pero al verque Alberto no hacía ningún ademán de levan-tarse, ella dijo:–¿Tendremos que abrir, no?Alberto se encogió de hombros, pero finalmente se levantó éltambién. Abrieron la puerta y vieron fuera una niña que llevabaun vestido blanco de verano y una capu-cha roja en la cabeza. Erala misma niña que habían visto al otro lado del pequeño lago.Llevaba una cesta con co-mida colgada del brazo.–Hola –dijo Sofía–. ¿Quién eres tú?–¿No ves que soy Caperucita Roja?Sofía miró a Alberto, y Alberto asintió.–¿Has oído lo que acaba de decir?–Estoy buscando la casa de mi abuela –dijo la ni-ña- Está vieja yenferma y le traigo comida.–No es aquí –dijo Alberto–. Así que debes darte prisa y seguir tucamino.Lo dijo haciendo un gesto con la mano que a Sofía le recordó algesto que se hace para ahuyentar a una mosca molesta.Pero tengo que entregar una carta –continuó la niña de lacapucha roja.Sacó un pequeño sobre que dio a Sofía. A continua-ción,prosiguió su camino.–¡Cuídate del lobo! –gritó Sofía.Alberto estaba ya entrando en la salita de nuevo. Sofía le siguió yse sentó en el mismo sillón de antes.–Fíjate, era Caperucita Roja –dijo Sofía.–Y no sirve de nada avisarla. Ahora irá a casa de su abuela, y allíla comerá el lobo. No aprenderá nunca, todo esto se repetiráeternamente.Pero nunca he oído decir que llamara a otra puerta antes dellegar a casa de su abuela.Un detalle insignificante, Sofía.Entonces Sofía se fijó en el sobre que la niña le había dado. Fueraponía «Para Hilde». Abrió el sobre y leyó en voz alta:Querida Hilde. Si el cerebro del ser humano fuera tan sencilloque lo pudiéramos entender, entonces seríamos tan estúpidosque tampoco lo entenderíamos.Abrazos, papá.Alberto asintió.–Es verdad. Y creo que Kant podría haber dicho algo parecido. Nopodemos esperar entender lo que somos.Quizás podamos llegar a entender plenamente una flor o uninsecto pero jamás podremos entendernos del todo a nosotrosmismos. Y aún menos debemos esperar que vaya-mos a entendertodo el universo.Solía volvió a leer la extraña frase una y otra vez, pe-ro Albertocontinuo.–Habíamos dicho que no nos dejaríamos estorbar por monstruosmarinos y cosas por el estilo. Antes de aca-bar hoy quieroexplicarte la ética de Kant.–Date prisa, porque tengo que irme a casa pronto.–El escepticismo de Hume sobre lo que nos pueden decir la razóny los sentidos obligó a Kant a reflexionar de nuevo sobre algunasde las cuestiones vitales, entre ellas las del campo de la moral.–Hume dijo que no se puede probar lo que es bueno y lo que esmalo, porque del «es» no podemos deducir el «debe ser».Según Hume no eran ni nuestra razón ni nuestros sentidos losque decidían la diferencia entre el bien y el mal. Eransimplemente los sentimientos. Este fundamento le pareció pocosólido a Kant.–Lo comprendo muy bien.–Kant partía ya del punto de vista de que la diferen-cia entre elbien y el mal es algo verdaderamente real. En eso estaba deacuerdo con los racionalistas, quienes habían señalado que esinherente a la razón del hombre el saber distinguir entre el bieny el mal. Todos los seres humanos sabemos lo que está bien y loque está mal, y lo sabemos no sólo porque lo hemos aprendido,sino porque es inherente a nuestra mente. Según Kant todos losseres humanos tene-mos una «razón práctica», es decir unacapacidad de razo-nar que en cada momento nos dirá lo que esbueno y lo que es malo moralmente.–¿Entonces es algo innato?–La capacidad de distinguir entre el bien y el mal es tan innatacomo las demás cualidades de la razón. De la misma manera quetodos los seres humanos tienen las mis-mas formas de razón,por ejemplo el que percibamos todo como algo determinadocausalmente todos tenemos tam-bién acceso a la misma leymoral universal. Esta ley moral tiene la misma validez absolutaque las leyes físicas de la naturaleza. Tan fundamental es paranuestra vida moral que todo tenga una causa como para nuestra vida racional que 7+5=12.–¿Y qué dice esa ley moral?–Dado que es anterior a cualquier experiencia, es «formal», esdecir, no está relacionada con determinadas situaciones deelección moral. Es válida para todas las per-sonas en todas lassociedades y en cualquier época. No te dice, por tanto, que nodebes hacer esto o aquello si te en-cuentras en esta o aquellasituación. Te dice cómo debes actuar en todas las situaciones.–¿Pero de qué nos sirve tener dentro una «ley mo-ral» si no nosdice nada sobre cómo debemos actuar en si-tuacionesdeterminadas?–Kant formuló la ley moral como un imperativo ca-tegórico, conlo cual quiso decir que la ley moral es «cate-górica», es decir,válida en todas las situaciones. Además es un «imperativo», esdecir, es «preceptiva» o, en otras pa-labras, completamenteineludible.–Vale...–No obstante, Kant formula este «imperativo cate-górico» devarias maneras. En primer lugar dice que «siem-pre debes actuarde modo que al mismo tiempo desees que la regla según la cualactúas pueda convertirse en una ley general».–Quiere decir que cuando yo hago algo tengo que asegurarme deque desearía que todos los demás hicie-ran lo mismo si seencontrasen en la misma situación. ¿Es eso?Exactamente. Sólo así actúas de acuerdo con la ley moral quetienes dentro. Kant también formuló el impera-tivo categóricodiciendo que «siempre debes tratar a las personas como sifueran una finalidad en sí y no sólo un medio para otra cosa».–¿No debemos «utilizar» a otras personas con el fin de conseguirventajas para nosotros mismos?–Eso es. Pues toda persona es una finalidad en sí. Pero no sólo serefiere a los demás, también es válido para uno mismo. Tampocotienes derecho a usarte a ti mismo como un mero medio paraconseguir algo.–Esto recuerda un poco la «regla de oro» que dice que debeshacer a los demás lo que quieres que los demás te hagan a ti.–Sí, y es una norma formal que en el fondo abarca a todas lassituaciones de elección ética. También puedes decir que la «reglade oro» expresa lo que Kant llama «ley moral».–Pero todo son simplemente afirmaciones. Hume te-nía razón endecir que no podemos probar con la razón lo que es bueno y loque es malo.–Según Kant, la ley moral es tan absoluta y de vali-dez tangeneral como por ejemplo la ley de causalidad, que tampocopuede ser probada mediante la razón, y que sin embargo estotalmente ineludible. Nadie desea refutarla.–Tengo la sensación de que en realidad estamos ha-blando de laconciencia. Porque todo el mundo tendrá una conciencia, ¿no?–Sí. Cuando Kant describe la ley moral, es la con-ciencia delhombre lo que describe. No podemos probar lo que dice laconciencia, pero de todos modos lo sabemos.–Algunas veces a lo mejor sólo soy buena con los demás porqueme merece la pena. Puede ser una manera de hacerse popular,por ejemplo.–Pero si compartes algo con los demás sólo con el fin de hacertepopular, entonces no actúas por respeto a la ley moral. A lomejor actúas de acuerdo con ella, y eso está bien, pero para quealgo pueda llamarse «acto moral», tiene que ser el resultado deuna superación personal. Si haces algo sólo porque piensas quees tu obligación cum-plir la ley moral, se puede hablar de un actomoral. Por eso la ética de Kant se suele denominar ética deobligación.Yo puedo sentir que es mi obligación recoger di-nero paraCáritas y Manos Unidas.–Sí, y lo decisivo es que lo harías porque opinas que es locorrecto. Aunque el dinero recogido desapareciera en el camino,o no llegara a alimentar a aquellos a los que es-taba destinado,habrías cumplido con la ley moral. Habrías actuado con unaactitud correcta, y según Kant es la acti-tud lo que es decisivopara poder determinar si se trata o no de un acto moral. No sonlas consecuencias del acto las que son decisivas. Por ellotambién llamamos a la ética de Kant ética de intención.–¿Por qué era tan importante para él saber si actua-basrespetando la ley moral? ¿Lo más importante no es que lo quehagamos sirva a los demás?–Pues sí, Kant no estaría en desacuerdo con eso. Pero sólocuando sabemos que actuamos respetando la ley moralactuamos en libertad.–¿Sólo cumpliendo una ley actuamos en libertad? ¿No suena esoun poco extraño?–Según Kant no lo es. Recordarás que tuvo que «postular» que elhombre tiene libre albedrío. Este es un punto importante, porqueKant también pensaba que todo sigue la ley causal. ¿Entoncescómo podemos tener libre al-bedrío?–A mí no me lo preguntes.–Kant divide al hombre en dos, y lo hace de una ma-nera querecuerda a Descartes y al hombre como «ser do-ble» porque tienea la vez un cuerpo y una razón. Como seres con sentidosestamos totalmente expuestos a las in-quebrantables leyescausales, pensaba Kant. Nosotros no decidimos lo quepercibimos, las percepciones nos llegan necesariamente y noscaracterizan, lo queramos o no. Pero los seres humanos nosomos únicamente seres con senti-dos, sino que también somosseres con razón.–Explícate–Como seres que percibimos pertenecemos plena-mente a lanaturaleza. Por lo tanto también estamos some-tidos a la leycausal. Y en ese sentido no tenemos libre al-bedrío. Pero comoseres de la razón formamos parte de lo que Kant llama «das Dingan sich», es decir del mundo tal como es en sí,independientemente de nuestras percepcio-nes. Únicamentecuando cumplimos nuestra «razón prác-tica», que hace quepodamos realizar elecciones morales, tenemos libre albedrío.Porque cuando nos doblegamos ante la ley moral somosnosotros mismos los que creamos la ley por la que nos guiamos.–Sí, eso es de alguna manera verdad. Soy yo, o algo dentro de mí,la que dice que no debo comportarme mal con los demás.–Cuando eliges no comportarte mal, aun cuando puedasperjudicar tus propios intereses, entonces actúas en libertad.–Lo que está claro es que no se es libre ni indepen-diente cuandouno simplemente se deja guiar por sus deseos–Se puede uno volver «esclavo» de muchas cosas. Incluso de supropio egoísmo. Pues se requiere indepen-dencia y libertad paraelevarse por encima de los deseos de uno.–¿Y los animales, qué? Ellos sí siguen sus deseos y susnecesidades. ¿No tienen ninguna libertad para cumplir una leymoral?–No. Precisamente esa libertad es la que nos con-vierte en sereshumanos.–Pues sí, ahora lo entiendo.–Finalmente podemos mencionar que Kant logró sa-car a lafilosofía del embrollo en que se había metido en cuanto a ladisputa entre racionalistas y empiristas. Con Kant muere portanto una época de la historia de la filosofía. Él murió en 1804,justo cuando comienza a florecer la época llamadaRomanticismo. En su tumba en Königsberg se puede leer una de sus más famosas citas. Hay dos cosas que llenan su mente cadavez de más admiración y res-peto, pone, y es «el cielo estrelladoencima de mí y la ley moral dentro de mí». Y continúa: «Son paramí pruebas de que hay un Dios por encima de mí y un Diosdentro de mi».Alberto se echó hacia atrás en el sillón.–Ya está –dijo–. Creo que hemos dicho lo más im-portante sobreKant.–Además son las cuatro y cuarto.–Pero hay algo más, espera un momento, por favor.–Nunca me voy de la clase hasta que el profesor ha dicho que haacabado.–¿Dije que Kant piensa que no tenemos ninguna li-bertad si sólovivimos como seres perceptivos?–Sí, dijiste algo por el estilo.–Pero si nos dejamos guiar por la razón universal, entoncesseremos libres e independientes. ¿También dije eso?–Sí. ¿Por qué lo repites ahora?Alberto se inclinó hacia Sofía mirándola a los ojos y susurró:–No te dejes impresionar por todo lo que veas, Sofía.–¿Qué quieres decir con eso?–Date la vuelta, hija mía.–No te entiendo.–Es corriente decir «Si no lo veo, no lo creo». Pero ni aunentonces deberás creerlo.–Algo así me dijiste antes.–Referente a Parménides, sí.-–Pero sigo sin entender lo que quieres decir.–¡Vaya! Pues que estábamos sentados allí fuera en la escaleracharlando. Y entonces un «monstruo marino» co-menzó amoverse en el agua.–¿Y eso no era extraño?–En absoluto. Luego llega Caperucita Roja y llama a la puerta.«Estoy buscando la casa de mi abuelita." Es una vergüenza, Sofía.No es más que el teatro puesto en escena por el mayor. Igual quelos comunicados dentro de pláta-nos y tormentas imprudentes.–Crees...–Pero te dije que tengo un plan. Mientras sigamos nuestra propiarazón él no logrará engañarnos. Entonces so-mos libres de algúnmodo. Porque, aunque él nos pueda ha-cer "percibir» muchascosas, nada me va a sorprender. Si llega a oscurecer el cielo con elefantes voladores apenas haré un gesto con la boca. Pero sietemás cinco son doce. Ése es un conocimiento que sobrevive acualquier efecto de dibujos animados. La filosofía es lo contrariodel cuento.Sofía se quedó un instante mirándole asombrada.–Ya te puedes marchar –dijo Alberto finalmente- Te convocaré auna nueva reunión sobre el Romanticismo. Vamos a hablar sobreHegel y Kierkegaard. Pero sólo falta una semana para que elmayor aterrice en el aeropuerto de Kjevik. Antes de esa fechatendremos que librarnos de su pegajosa imaginación. No digonada más, Sofía. Pero de-bes saber que estoy trabajando en unmaravilloso plan para los dos.–Entonces me voy.–Espera. Tal vez nos hemos olvidado de lo más im-portante.–¿De qué?–La canción de cumpleaños, Sofía. Hoy Hilde cum-ple quince años.–Y yo también.–Tú también, sí. Cantemos.Se levantaron los dos y cantaron:–¡Cumpleaños feliz! ¡Cumpleaños feliz! ¡Te desea-mos todos,cumpleaños feliz!Eran las cuatro y media. Sofía bajó corriendo al lago y cruzóremando hasta la otra orilla. Arrastró la barca hasta los juncos ycomenzó a correr a través del bosque.Ya en el sendero vio de repente moverse algo entre los troncosde los árboles. Se acordó de Caperucita Roja, que había ido solapor el bosque para visitar a su abuela, pero la figura que vioentre los árboles era mucho más pe-queña.Sofía se acercó. La figura no era más grande que una muñeca, erade color marrón, y llevaba un jersey rojo.Sofía se quedó parada cuando se dio cuenta de que era un ositode peluche.El que alguien se hubiera dejado un osito de peluche en elbosque no era en sí nada misterioso. Pero este osito estaba vivo,al menos estaba haciendo alguna cosa.¿Hola? –dijo Sofía.El pequeño osito se giró bruscamente.–Yo me llamo Winnie Pooh. Desgraciadamente me he perdido eneste bosque en este día que, de otra manera, habría sido un díaestupendo. A ti nunca te había visto antes.–Quizás es que nunca he estado aquí antes dijo Sofía–. En ese caso puede que tú estés en tu Bosque de los Cien Metros.–No, ese problema de matemáticas es demasiado difícil para mí.Recuerda que sólo soy un oso con poca razón.–He oído hablar de ti.–Serás tú a la que llaman Alicia. Christopher Robin me habló deti. Bebiste tanto de una botella que te hiciste más y más pequeña.Pero luego bebiste de otra botella y entonces volviste a crecer.Hay que tener cuidado con lo que uno se mete en la boca. Yo unavez comí tanto que me quedé atascado en una madriguera deconejos.–Yo no soy Alicia.–No importa nada quiénes somos. Lo que importa es qué somos.Lo dice el Búho, y él tiene mucha razón. Siete más cuatro sondoce, dijo una vez en un día de sol comple-tamente normal. Misamigos y yo nos sentimos muy avergonzados porque losnúmeros son muy difíciles de utilizar. Es mucho más fácilcalcular el tiempo.–Yo me llamo Sofía.–Me alegro, Sofía. Supongo que debes de ser nueva en estebosque. Pero ahora me tengo que ir a buscar al Cerdito porquevamos a una fiesta en el jardín de la casa de otro amigo.Le dijo adiós con una pata y Sofía descubrió que llevaba unanotita en la otra.–¿Qué tienes ahí? –preguntó ella.Winnie Pooh levantó la notita y dijo:–Por culpa de esto me perdí.–Pero si sólo es un papelito.–No, no es en absoluto «sólo un papelito». Es una carta para laHilde del Espejo.–Ah bueno, entonces la puedo coger yo.–¿Pero tú no eres la chica del espejo, no?–No, pero...–Una carta siempre debe entregarse a la persona en cuestión.Ayer mismo me lo tuvo que explicar Christopher Robin.–Pero yo conozco a Hilde.–No importa. Aunque conozcas muy bien a una per-sona nodebes leer sus cartas.–Quiero decir que se la puedo dar a Hilde.–Ah, eso es otra cosa. Toma, Sofía. Si me libro de la carta,encontraré la casa del Cerdito. Para que tú encuen-tres a Hilde,primero tendrás que encontrar un gran espejo. Pero eso no teresultará fácil por aquí.Y el osito le dio a Sofía el papelito que llevaba en la mano. Acontinuación comenzó a correr bosque adentro con sus patitas.Cuando hubo desaparecido, Sofía desdo-bló la nota y leyó sucontenido:Querida Hilde. Me parece vergonzoso que Alberto no contara aSofía que Kant abogó por la creación de una «federación de lospueblos». En su escrito La paz per-petua escribió que todos lospaíses deberían unirse en una «federación de los pueblos» que seocuparía de conse-guir una pacífica coexistencia entre lasdistintas naciones. Aproximadamente 125 años después de lapublicación de este escrito en 1795, se creó la llamada «Sociedadde Na-ciones» tras la Primera Guerra Mundial. Al finalizar laSegunda Guerra Mundial la Sociedad de Naciones fue sus-tituidapor las Naciones Unidas. Se podría decir que Kant es una especiede padrino de la idea de la ONU. Kant pen-saba que la «razónpráctica» de los hombres impone a los Estados que se salgan deese «estado natural» que causa tantas guerras, y que creen unnuevo sistema de derecho internacional que las impida. Aunqueel camino hasta la creación de una sociedad sea largo, es nuestraobligación trabajar a favor de un «generalizado y duraderoseguro de paz». Para Kant la creación de una sociedad tal erauna meta muy lejana, casi podríamos decir que era la máximameta de la filosofía. Yo, por mi parte me encuentro en laactualidad en el Líbano.Abrazos, papá.Sofía se metió la notita en el bolsillo y continuó hacia casa.Contra estos encuentros en el bosque le había adver-tido Alberto.Pero ella tampoco podía dejar que el osito errara eternamentepor el bosque buscando a la Hilde del espejo.  


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