Eleanor negó con la cabeza.

—No lo sé. Puede que tenga miedo a sentirme decepcionada de nuevo. No podría soportarlo, por eso estoy bien así.

Kyle la abrazó en un impulso y ella dejó que sus brazos la envolvieran. Por un segundo se sintió segura, después la inquietud de él le atravesó la piel y le alcanzó el corazón. Lo estrechó más fuerte.

—Podríamos intentar ser normales —le propuso. Kyle permaneció en silencio, con la cara escondida entre su pelo. —Podríamos hacer lo que hace el resto de los chicos —continuó Eleanor, aunque ni ella se lo creía—. Ven conmigo al campo mañana. Nos divertiremos, una barbacoa entre amigos, todos contentos, al sol. Puede que funcione.

Él se apartó para mirarla.

—Puede que sí, ¿dónde? —En casa de Gordon, ese chico que conociste en el campeonato —respondió Eleanor esperanzada. Kyle enarcó una ceja: —Te he dicho que no me gusta ese chico. Yo sé calar a la gente.

Ella se rió.

—Pues esta vez te equivocas —replicó—. Te aseguro que Gordon Leone es el chico más honesto, amable y previsible que existe sobre la faz de la tierra.

—¿Leone? ¿Se llama así? —preguntó él con expresión desconfiada.

—Sí, es el hijo de un comisario —respondió Eleanor—. Imagínate lo peligroso que puede llegar a ser. Tiene una casa en el campo y me ha invitado, no creo que le importe que lleve a un amigo.

Kyle pensaba a la velocidad de la luz. Uniendo las piezas, intuyó que Gordon era el hijo precisamente de ese comisario, el que trabajaba con el padre de Eleanor para acabar con los negocios de los De Giacomo. Sacudió la cabeza.

—¿No te gustan las barbacoas? —le preguntó Eleanor.

—Mañana no puedo ir —respondió él—. Tengo un compromiso familiar. Ya sabes, comida con los padres.

Ella parecía decepcionada. —Quizá podríamos vernos cuando hayas acabado.

Lo miró y comprendió todo.

—No tienes ninguna comida con tus padres. Está bien. ¿Qué nos queda? ¿El instituto y nada más?

—Déjame que lo piense —respondió Kyle, con gesto severo—. Podríamos encontrar algún modo de ser amigos. Nada más que amigos.

—Nada más que amigos —repitió ella, sabiendo que ni siquiera él se creía algo así. Había bajado las defensas, quizá bastaba con insistir para que se rindiese definitivamente.

—No me tomes el pelo —replicó él, turbado—. Cuando tomo una decisión, nunca me echo atrás. No te besaré, no te tocaré. Tienes que mantenerte alejada.

—¿Como cuando me has abrazado hace un momento? —preguntó -Eleanor, sin rastro de malicia en la voz.

Él se apoyó contra el muro y levantó el rostro hacia el cielo.

—Te lo suplico, Eleanor —le dijo—. Tienes que ayudarme. Si sigues así, conseguirás que me vuelva loco.

Eleanor se asustó de su tono de voz. Parecía desesperado. Y solo. Le tocó el brazo sin acercarse.

—De acuerdo —le tranquilizó—. Lo haremos a tu manera. Pero no desaparezcas esta vez. ¿Me lo prometes?

—Prometido.

                                                                   ***

El domingo por la mañana estuvo a punto de dar plantón a Gordon y a sus amigos.

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