Kyle alargó una mano y ella advirtió el calor de su piel sobre su propio rostro, sin osar a moverse para apartarse. Lo quitó uno de los auriculares, tirando ligeramente del cable y rozándole la oreja.

—Te preguntaba que estas escuchando—le dijo.

—No es asunto tuyo —dijo ella cuando recuperó la voz. No le gustaba la posición dominante que él ocupaba, de pie, observándola desde arriba.

Kyle no se ofendió por la respuesta pero no se detuvo ahí. Se puso a examinar el dibujo y luego se echó a reír, a la vez que señalaba su propia tumba. Eleanor escuchó su risa mezclada con la letra y los acordes de Pink Floyd, en un efecto extraño. Se quitó el otro auricular.

—¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —estalló—. Significa que me gustaría verte muerto.

—No eres la única —comentó él. Eleanor pensó que era el típico chiste de machote que se cree el centro del universo y soltó un bufido—.¿Se puede saber qué he hecho para que la hayas tomado conmigo?

—¿Y tienes la cara tan dura como para preguntármelo?

 Él parecía no comprender. De repente, sus ojos centellaron, como si ya se acordara.

 —El sitio.

 —Querrás decir mi sitio.

 —La única otra silla que estaba libre era junto a esa tía tan charlatana —le explicó él— Eres una chica, estarás bien.

 Eleanor  no respondió. No trató de explicarle que la prepotencia no se justifica de ningún modo y que clasificar a los demás tomando como única base los órganos genitales era un criterio totalmente banal. Se calló y volvió a mirar su dibujo como si concentrándose lo suficiente pudiese introducirse dentro de él.

 —Te propongo un trato —continuó Kyle —. Tú me dices lo que estás escuchando y yo te enseño lo que estoy leyendo.

 —Veo perfectamente lo que estás leyendo, ni que fuera ciega.

 —Bueno, las apariencias engañan —replico él

 A Eleanor le picó la curiosidad. ¿Qué quería decir? Y sobre todo, ¿por qué aquel tío estaba allí charlando como si fuera un viejo amigo cuando hacía días, desde que había llegado, que no le dirigía la palabra a nadie? Pensó que, de todas formas, iban a tener que hacer los trabajo juntos, por lo que asintió, tomándose aquel juego como una especie de tregua conveniente.

 —Estoy escuchando música clásica —mintió. Él emitió un silbido de admiración (o de burla) y abrió su revista por la mitad. Se la puso delante y ella comprobó que en el interior había unas fotocopias.

 Eleanor leyó algunas líneas, parecía un ensayo sobre escenografía. Hablaba de espacios, volúmenes, entradas y salidas.

 —¿Qué demonios es esto? —preguntó, perpleja.

 —El potencial de los espacios —respondió él, al tiempo que se sentaba a su lado en el pupitre. Eleanor apartó la silla más para distanciarse que para dejar sitio a sus piernas— ¿A ti no te gusta el espacio?

—Sí, cuando los demás no me lo invaden —respondió ella, satisfecha de tener la réplica preparada. Le sucedía raras veces, y casi siempre era producto de la rabia.

 —Entiendo que eres de las que prefieren ir por libre. Me parece bien —dijo él— Pero tenemos que hacer un trabajo juntos y deberíamos llegar a un acuerdo ventajoso para ambos.

 Eleanor cerró el pico. Él saco su cartera del bolsillo de atrás de los vaqueros y la abrió. Sacó dos billetes de cincuenta y ella tuvo la ocasión de comprobar que allí dentro había muchos otros iguales.

Die TogetherTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon