6. Deleite

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Vladimir IV, era el único hijo legítimo de Emiliana y su difunto marido. A solo tres años de cumplir la mayoría de edad su apariencia era la de un niño humano de diez u once años y, solo tras cumplir su primer siglo alcanzaría el desarrollo adulto. Fue a él, con su apariencia infantil, a quien Dalia observó a la penumbra de una vela.

—Le he traído un regalo, madre —dijo el niño, mostrando a la huesuda criatura a su lado—. Quiero disculparme con usted por las molestias que le causé.

Emiliana bufó. Sin detenerse a detallar a la niña que su hijo le ofrecía.

—Yo ya me he regalado un aperitivo ¿Crees que el tuyo puede complacerme más?

—Solo es un gesto de buena voluntad, madre —El niño acercó la vela al rostro de la criatura—. Quizá un poco de luz le ayude a detallar este hermoso color de piel. Le aseguro que su sangre le resultará un deleite al paladar.

Dalia observaba callada, no sabía cómo lucía la persona con que fue aseada unas horas antes, pero estaba segura que se trataba de la misma criatura, aunque lo oscuro de su piel y cabello la mantuviesen oculta.

El temblor en el cuerpo de la niña se evidenciaba por encima de la tela blanca que la cubría, sus ojos no parpadeaban, sus labios no se movían. A la izquierda, el pequeño amo ordenaba a los sirvientes, uno a cada lado, mover la niña. Fue una mujer la primera en acercarse por la espalda y empujarla en dirección a Emiliana, cuando la criatura opuso resistencia un hombre la tomó por el brazo y la haló hasta enfrentarla al ama.

—Muévete —ordenó el sirviente en la lengua humana—. Deja que la señora te vea.

Mientras él levanta el mentón de la niña para acercarlo a Emiliana, la otra mujer sostenía la vela a pocos centímetros de Dalia, aún sentada junto al ama en el suelo.

—Suficiente —vociferó Emiliana, y se relamió los labios—, manténgala cerca mientras termino la anterior —Regresó la mirada a su hijo—. Retírate, puedes dar por terminado tu castigo.

—Sí, madre —contestó el niño, con una ligera inclinación de cabeza.

La luz de la vela se apagó con el sonido de la puerta cerrarse, con sus últimos rayos Dalia creyó ver una sonrisa en los labios de los sirvientes. Cerró los ojos y alejó el temor, en las tinieblas la muerte esperaba por ella y por la niña. De su vida solo restaban gotas de sangre.

Emiliana la levantó con emoción, ansiosa por devorar a su presa. Dalia, en medio de las tinieblas, escuchaba la respiración agitada de la niña; mientras se dejaba cargar a un lecho cercano. El llanto ajeno no la alteró bajo ninguna circunstancia. Dalia estaba tranquila sobre lo que estaba por venir.

Los dientes de Emiliana atravesaron las heridas abiertas de Dalia y abrieron la piel donde estaba entera. La sangre retomó su flujo hacia el cuerpo del ama impulsado por su succión. Dalia se sirvió a sí misma en calma, lista para abandonarse a su propia muerte.

Un grito la regresó del más allá. Un grito ensordecedor y desgarrador la trajo de vuelta a la vida. Saboreó la sangre en sus labios antes de sentir su garganta atrapada. Las manos de Emiliana recorrían su cuello. No podía respirar. Sentía la vida escapar y ella estaba dispuesta a dejarla ir, entre los gritos y forcejeos que se solventaban sobre ella.



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