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ANTONIO

Era como si Londres hubiese anunciado nuestra llegada, como si supiera de aquella despedida que estaba a punto de presenciar el cielo encapotado con nubes grises. La lluvia podía escucharse desde cualquier lugar en el que te encontraras, y en aquel pequeño taxi que me llevaba cerca de mi casa, era aún más ruidosa, chocando con violencia contra el techo del auto.

Junior me miraba con una expresión de tristeza en su semblante casi siempre sonriente. Esta vez él también estaba gris. Como el cielo.


Tomé su mano en cuanto el auto se estacionó a solo una cuadra de mi humilde hogar, si es que eso podía llamarse hogar.

Sus dedos se enredaron con los míos y una lagrima caliente y salda bajó por mi mejilla fría.
—Por favor, no llores —me suplicó en voz casi inaudible mientras nos fundíamos en un abrazo que parecía interminable. El llanto no cesó, pero ya no eran los sollozos audibles que habían empezado al principio del viaje, cuando aún estábamos en el aeropuerto de regreso.


Sus manos grandes y tibias me recorrían la espalda y mi cerebro solo intentaba memorizar el tacto de estas que tanto placer me habían brindado en solo una semana.

Junior también lloraba con amargura, con vergüenza, ocultando las lágrimas y el tembleque que estas provocaban. Lloraba sin hacer ruido, como lloran los hombres. Sin demostrar debilidad.
Los minutos pasaban y el chofer del taxi fingía no mirarnos tan destrozados por el espejo retrovisor. No quería interrumpir la despedida final.


—Volveré por ti —me prometió en un murmullo lento y lleno de dudas.


Supe que esa promesa no era más que un pequeño sedante para que el corazón no me doliera tanto, pero los órganos me apretaban, me escocía el pecho y sentía como todo se desvanecía. Deseaba que él cumpliera su palabra, pero sabía que eso no era ni siquiera posible. Sin embargo no dije nada, no quería pelear con él como tantas veces sobre el mismo tema.


—Te quiero —susurré contra su oído tratando de controlar el llanto. Él no respondió. Por supuesto que no respondió.
El adiós era doloroso.


Se sentía el vacío casi insoportable que anidaba en mi pecho a cada paso que daba lejos de aquel taxi con la lluvia empapando mi ropa, aquella que Junior había comprado para mí, la que había tirado por el piso del cuarto cada vez que hacíamos el amor, y la que halagaba cuando estaba sobre mi cuerpo.

Nos miramos por última vez, él desde la parte trasera del taxi que arrancaba el motor y se marchaba, y yo desde el infierno más tangible y húmedo, con el alma partida en pedazos.

Me volteé nuevamente y comencé a caminar, arrastrando mi bolso de ropa y demás cosas por el suelo sucio y mojado sintiéndome destruido, más que nunca, más que siempre.
Las cosas volverían a ser como antes de que él llegara, mi ángel salvador. Se había ido mi guardián, el que me había sacado de la basura ahora me dejaba enterrado mas en ella.

Cuando entré a mi casa mi padrastro estaba allí, esperándome. No pudo hacer caso omiso a mi llegada y luego de una sarta de insultos degradantes, arremetió contra mí. Sus puños impactaban con fuerza por mi rostro, mi cuerpo, dolía.


Mi madre estaba ahogada en alcohol, sentada en el sofá mirando la tele, haciendo de cuenta que ni Georg estaba pegándome, ni yo estaba llorando en el suelo, siendo pateado por ese hijo de perra.


—Ahora vas a aprender a respetar esta casa, puto afeminado, no vales una puta mierda —y sus palabras de nuevo me traspasaron el alma, rompiendo todo lo que Junior había arreglado dentro de mí.
Volvía a mi vida.

CAMILO

El café donde nos encontramos estaba casi vacío y a juzgar por el temporal probablemente seguiría igual. Una taza de café negro y cargado se posaba en frente mío, y otra de té caliente frente de Junior.
Nos quedamos en silencio luego de darnos un abrazo de bienvenida, y aunque sonrió pude detectar en sus ojos verdes una profunda tristeza. Sus labios estaban agrietados y pálidos al igual que su piel usualmente bronceada.

Placer Culposo (Gay/Yaoi)©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora