When you were sixteen

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— Say something I giving up for you.

Las cosas inevitablemente acaban. Las relaciones se desgastan, los lazos se rompen y el tiempo pasa sin detenerse por nada ni por nadie, porque en algún momento todo termina, porque es la ley de la vida.

Quieras o no, todo tiene su final.

Así como el fuego va consumiendo el cigarro hasta acabar con el, como una taza de café ya fría, como la vida te va marchitando lentamente, hasta llevarte a la muerte.

Y lo cierto es que las personas no quieren afrontar esta realidad. Las personas no quieren pensar en que tarde o temprano las cosas llegarán a su final, y cuando lo hacen, lamentablemente ya es demasiado tarde.

Y es que si Luke hubiese prestado más atención desde un principio, el final habría sido distinto.

Pero todo pasa por algo, ¿no?

Michael y Luke se encontraban en el sillón de su departamento, tratando de fingir que todo estaba bien con unos simples besos y caricias marchitas. El mayor estaba sentado en el regazo del menor, quien lo abrazaba delicadamente por la cintura, trazando círculos imaginarios por la desnuda piel que se asomaba por el levantamiento de su polera.

Era uno de esos días que Luke prefería quedarse en casa con su pareja. Claro, cuando recordaba que tenía una.

Normalmente estudiaba hasta tarde, desaparecía por días y los fines de semana se ausentaba para estar con sus amigos, todo bajo la vaga excusa de la universidad. Michael sabía que algo ocurría, sabía que algo no estaba bien entre ellos dos, pero prefería no pensar demasiado en ello. No quería pensar en cómo su relación se había marchitado, en cómo el tiempo fue consumiéndola, dejando solo cenizas de un amor que un pasado rebosaba de cariño y pasión.

Y es que había días en los que ni si quiera se veían viviendo bajo el mismo techo.

Sin embargo, todo eso debía cambiar, puesto que de lo contrario todo culminaría desastrosamente y nadie quería eso.

Menos Michael.

Porque Michael amaba a Luke. Lo amaba como cuando tenía dieciocho años, y a pesar de lo monótona y vacía que se había tornado su relación, no quería alejarse; a pesar de los llantos, los enojos y los malos tratos que tuvo que aguantar, Michael elegiría a Luke mil veces, porque por Luke era capaz de todo y más.

Comenzaron su relación años atrás, en la secundaria. Cuando Michael tenía dieciocho y Luke dieciséis. Como toda relación de adolescentes, tuvieron problemas, pequeños problemas, nada que fuera lo suficientemente fuerte como para separarlos. Pero con el paso del tiempo las cosas cambian, las personas cambian, y ellos ya no eran los mismos de antes, ya no eran esos inocentes chicos que se sonrojaban por una simple caricia, por un dulce beso.

Llevaban viviendo juntos dos años y hace exactamente uno las cosas fueron en decadencia, justo cuando Luke comenzó la universidad. Y mientras Luke se ausentaba a causa de sus estudios, Michael estaba muy ocupado acabando los suyos. Gracias a esto, tampoco estaba mucho en casa, tenía muchos exámenes por los que estudiar, así que con el tiempo comenzaron a verse cada vez menos, y las pocas horas que estaban juntos las derrochaban peleando y gritándose.

Lo más probable es que se estén preguntando por qué no terminar con todo de una vez por todas y ya, pero después de cinco años de relación es difícil y, sonaba triste, pero quizás era eso lo que los mantenía unidos; la costumbre, el saber que hay alguien esperando por ti cuando llegas a casa.

— Luke. —llamó el más pequeño al rubio, levantándose de las piernas de su novio para sentarse en el sillón frente él— Sé que esto resultará repentino, pero... tenemos que hablar. —dijo, tratando de no mirar a su novio a los ojos. Luke se quedó en silencio sin saber que decir— ¿Luke? —preguntó, al no recibir respuesta alguna.

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