Pastel de carne

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El puñetero ojo de la cerradura había sido tapado una vez más con masilla. Belinda, la chica del servicio, ajena a todo, proseguía en su quehacer. Apoyaba un pie sobre la cama, enrollaba con lentitud gatuna la media y dejaba el esplendor de sus muslos a la vista. Luego, cuando suponía que el viejo ya estaba situado tras la cerradura, se subía la falda para retirar con sensual gesto su braguita húmeda. Hoy, en la cocina, la mujer preparaba ese pastel de carne que tanto le gustaba a él y que empezaba amasando y amasando con harina, sal y un poco de manteca de cerdo.

IX Edición de Relatos en CadenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora