Capitulo 10

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—¿Dónde crees que vas? —tira con más violencia de mi melena para que me acerque a él.

Forcejeo para que me suelte. Su otra mano sujeta fuertemente mi barbilla para que lo encare. Siento cómo varios cabellos se están desprendiendo de mi cuero cabelludo. Está haciendo mucha fuerza sobre mi moretón con sus dedos y me duele a horrores.

—¡Suéltame! —casi estoy gritando. Miro asustada a mi alrededor. La gente pasa y nadie parece ver lo que está ocurriendo.

A unos veinte metros diviso a Juan Carlos, el mejor amigo de Mario. Está sentado en una cervecería. Su favorita...

«¡Tonta, tonta, tonta!», me riño mentalmente. «¿Pero cómo no he pensado en esto?». Me saluda levantando una jarra y sonríe maliciosamente.

—Ahora dime quién es ese cabrón al que te estás tirando —otro tirón más fuerte. Mi cuello cruje.

—No es lo que crees —digo con gesto de dolor y retorciéndome.

—Voy a cortarle en tiras, al igual que voy a hacer contigo —dice en un gruñido cerca de mi oído.

Comienza a caminar arrastrándome con él.

—Mario, por favor, suéltame —la angustia hace que mis ojos se llenen de lágrimas.

—¡Enséñale quien manda! —dice Juan Carlos desde el otro lado mientras ríe a carcajadas. Le miro con asco y le da un largo trago a su botella.

Mario está realmente cabreado. Si no consigo soltarme rápido de él sé que estaré en peligro. Me conduce a la salida. Vamos hasta el coche, puedo verlo al final del parking. Mi boca está seca, el coche cada vez más cerca y el pánico se empieza a apoderar de mí. Si consigue meterme en él será mi fin.

Ya estamos cerca, mete su mano en el bolsillo para sacar la llave y sin apenas darme tiempo a pensarlo doy un rápido tirón y consigo soltarme. Cuando está a punto de volver a sujetarme mi pierna vuela y mi pie acaba chocando contra sus genitales. Jamás pensé que llegaría a hacer algo así, ni siquiera sé cómo ha sucedido ni cuándo mi cerebro mandó esa orden. El instinto de supervivencia hizo todo eso por mí.

Corro todo lo que puedo sin mirar atrás. La suerte quiere que, en ese momento, justo cuando voy a cruzar una calle, un taxi casi me atropelle. Frena y sin saber si está ocupado o no abro la puerta y entro.

—¿Se encuentra bien? —me dice mientras mira cómo jadeo intentando recuperar el aire. Mis pulmones están al rojo vivo.

—¡Vámonos de aquí! ¡Donde sea! ¡Corra! ¡Vámonos de aquí! —repito sin parar, y el hombre comprende que algo pasa y se pone en marcha.

Durante un par de minutos conduce sin rumbo. No habla, y yo tampoco. Cuando creo que estoy algo más recuperada le indico la dirección del Hotel Hanna. Los dedos me duelen y me doy cuenta de que la bolsa del pantalón sigue conmigo, no la he soltado en ningún momento, la estoy apretando tan fuertemente que mi mano se está quedando sin riego sanguíneo. Es curioso cómo reacciona el cuerpo cuando está en peligro.

Recuerdo que una vez, cuando era pequeña, en el pueblo de mi madre se escapó una vaquilla y revolcó a un señor de unos sesenta años varias veces. Un golpe detrás de otro. Cuando el hombre consiguió finalmente ponerse en pie seguía con su cigarrillo en la boca como si nada hubiera pasado.

Aun con el susto que tengo encima no puedo evitar reírme sonoramente mientras lo pienso. Algo parecido me ha pasado a mí. El taxista me mira a través del retrovisor, debe pensar que estoy loca. Llegamos al destino, le agradezco la carrera y le pago con algo de propina. Bajo del coche y con las piernas aún flojas consigo entrar en el recibidor.

Veo la silueta de dos personas, y cuando me acerco más logro ver que se trata de César hablando acaloradamente con Manuel en la zona de recepción. No consigo oír de qué se trata, pero César hace movimientos rápidos con las manos. Está bastante agitado, algo debe haber pasado. En cuanto se dan cuenta de mi presencia la discusión se acaba.

—¿Ha ocurrido algo? —pregunto preocupada.

César se gira hacia mí con los brazos en jarra y el entrecejo arrugado.

—Vaya, veo que ya has regresado —está realmente molesto, y creo que es conmigo.

—Eh, sí, salí a comprar algo de ropa —muestro la bolsa. No sé cómo reaccionar, no entiendo nada.

—Te agradecería que la próxima vez que decidas salir al menos me avises con tiempo para que alguien te pueda acompañar.

—¿Cómo? —sigo confusa.

—¡No puedes salir sola! Es una gran imprudencia sabiendo cómo están las cosas —su voz es más alta en esa frase y su mirada desprende fuego.

—Lo... lo siento —bajo la mirada a mis pies. No sé qué más decir, tiene toda la razón.

En ese mismo momento decido que no es buena idea contarle lo que ha pasado hace un rato con Mario. No quiero cabrearlo más.

—La puerta de su habitación ya está reparada, señorita Natalia —dice Manuel como si nada. Sé que lo ha hecho para apaciguar las aguas, ya que hay mucha tensión en el ambiente.

—Gracias —le digo sincera—. Necesito algunas cosas que saqué de la habitación ayer —miro a César y asiente.

—Vamos, te ayudaré —comienza a caminar por el pasillo y yo le sigo. Casi tengo que correr, va muy rápido y no me espera.

Subimos a su apartamento. Mientras recojo mis cosas se disculpa y entra al que supongo que es su cuarto para cambiarse de ropa. Con el tema de la discusión, no me había dado cuenta de que aún vestía el uniforme verde del hospital. Cuando sale, no puedo evitar sorprenderme. Se ha puesto unos vaqueros claros gastados y una camisa blanca ajustada. Se le marcan todos los músculos del pecho y de los brazos. Está realmente apuesto con esa ropa. Su pelo luce despeinado y le da un aspecto sexy.

Laura iba a disfrutar mucho de esta imagen. Me río para mis adentros. Se acerca a mí, estira sus brazos para que le dé las cosas que cargo y entonces lo huelo. Se acaba de poner su perfume, ese que tanto me gusta... Este hombre es perfecto.

—Vamos —me dice desde la puerta. Estaba tan perdida en mis pensamientos que no he visto que ya estaba allí.

Camino como antes, a paso ligero detrás de él. Llegamos a mi habitación y veo que la puerta sigue siendo la misma, solo han cambiado las bisagras y la cerradura. Mete la nueva llave y, como la anterior, encaja perfectamente y abre. Lo deja todo sobre la cama y me ofrece la llave.

—Toma, la necesitarás —dice secamente—. Si se estropea o extravía, Manuel te dará una copia —la tomo en mi mano y asiento con la cabeza mientras la miro.

Veo que da media vuelta para marcharse. Algo se remueve en mi interior, mi conciencia no me permite dejar que se vaya enfadado conmigo. No después de todo lo que está haciendo por mí. Realmente ha sido una imprudencia y tengo la necesidad de disculparme de nuevo.

—César... —se gira. Sigue el fuego en sus ojos y su ceño no se relaja—. Siento lo de hoy... No pensé... Solo actué por instinto. Necesitaba ropa y no pensé en nada más —realmente fue así, si llego a utilizar mi cerebro no habría ido a un lugar que frecuenta Mario.

—¡No vuelvas a hacer algo así! —viene hacia mí velozmente apuntándome con el dedo—. ¿Me entiendes? —grita. En un acto reflejo, me agacho y me cubro el rostro con los brazos. Sé que él jamás me golpearía, pero mi cuerpo no parece entender esa parte. Hace lo que está acostumbrado a hacer cuando se siente amenazado. Protegerse.

El golpe no llega, solo hay silencio. Deshago lentamente la bola en la que me he convertido debajo de mis brazos, y puedo ver su cara. Tiene los ojos muy abiertos. Su expresión es de verdadera angustia.

—No... no, no. No, no... —es lo único que dice mientras se acerca a mí, ahora más despacio—. No, Natalia... no, por favor, no hagas eso. Por favor —me abraza fuertemente contra su pecho—. Yo nunca haría algo así —besa repetidas veces mi cabeza mientras me acaricia el pelo.

No puedo aguantar más y me dejo llevar por las lágrimas.El día está siendo muy duro.

Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora