Capítulo 1.

3.9K 234 12
                                    

CAPÍTULO I

SOFÍA ALCÁZAR.
Septiembre, 25. St. Lucia von Rosen.

     Desperté refunfuñando, había pasado la noche en vela sin poder pegar un ojo debido a mis pensamientos. Por más que quería, aquel hombre no salía de mi mente, ¿quién era él?, ¿por qué me miraba de aquella manera tan extraña? Sus ojos desbordaban una calma instada.

     Abrí mis ojos e inmediatamente los cerré, ¿cómo podía siquiera haber despertado tan temprano? El cantar de los gallos a las seis de la mañana era tan característico del pueblo donde vivo, había llegado hacían unos meses por un problema familiar. Huir de España no fue la mejor idea, pero no me arrepiento de absolutamente nada, estoy muy cómoda viviendo aquí.

     Me senté en la pequeña cama y bostecé inevitablemente. Al colocarme de pie bajé mi vestido de pijama que se había levantado un poco y caminé hasta el pequeño baño que se halla fuera de mi habitación a mano izquierda, justo al lado del pequeño comedor y frente a la cocina y sala de estar.

     Me adentré al baño y me miré al pequeño espejo que hay sobre el lavabo, asombrada por mi reflejo dejé de mirarme y parpadeé varias veces más debido a que no podía creerlo, bolsas bajo mis ojos se hacían notar con suma impertinencia. Caminé hasta la parte de la ducha y quité la ropa de mi cuerpo para lavarme, no podía darme el lujo de llegar tarde a la universidad.

     Ya dentro de la ducha abrí la llave y empecé a enjabonar mi cuerpo con rapidez, tratando de no mojar mi cabello para evitar tener que secarlo y peinarlo, eso me llevaría mucho tiempo. Lavé mi rostro más de dos veces y aprovechando que estaba duchándome, estiré la mano para tomar el cepillo de dientes y la pasta dentífrica.

     Cepillé mis dientes y por última vez enjuagué mi cuerpo. Cerré la llave y tomé la toalla colgada en un pequeño perchero frente a la taza de baño. Enrollé mi cuerpo con ella y traté de secarme lo más que pude dentro del área de la ducha para evitar mojar el suelo. Caminé fuera de esta y coloqué el cepillo junto al dentífrico en su sitio y salí del baño rumbo a mi habitación.

     Dentro de esta, me aseguré de tomar un vestido azul marino junto con mis amados zapatos de stiletto. Tomé ropa íntima y me la coloqué, después me puse el vestido seleccionado y mis zapatos, no había mucho tiempo como para demorarme en detalles.

     Un aroma a perfume de hombre invadió mis fosas nasales, haciéndome inhalar varias veces por tan exquisito aroma, cerré mis ojos al sentir aquella fragancia tan deliciosa, una caricia en mi mejilla me hizo abrir los ojos, pero no había nada. Con extrañez dejé de pensar en ello y me apresuré a peinar mi cabello en una coleta alta, este llegaba hasta un poco más debajo de mi cadera y al recogerlo de esta forma se ve bastante bien.

     Caminé fuera de mi habitación y al tan solo dar unos pocos pasos ya me hallaba en la cocina, bastante acogedora podría decirse. Tomé la comida que había preparado la noche anterior y empecé a comer, no había necesidad de calentarla siquiera, estaba a temperatura ambiente, por lo que no hacía falta de ello.

     Al terminar de comer tomé agua con prisa y tomé los libros que estaban en la mesa junto con un lapicero negro. Abrí la puerta de entrada y la cerré con llave al estar fuera de casa, di unos pocos pasos, pero mi vista se dirigió al suelo.

     Una rosa color azul se halla en el tapete de entrada, una sonrisa se instala en mi rostro sin saber por qué, me agacho para tomarla con delicadeza, tan hermosa. La acerco hasta mi nariz para olerla, el mismo aroma de hace rato está instalado en la rosa, haciéndome sonreír aún más, ¿habrá sido el señor Montecristo?

•••

     —¡Buenas noches, Sofía! —saludó Margarita con mucho entusiasmo, sonreí por inercia al verla, esta mujer alegra mis noches sin duda alguna. Dejó su taza de café sobre el mostrador y se colocó de pie para darme un abrazo, abrazo que gustosamente recibí.

     —Buenas noches, Margarita. Hoy estás más hermosa que nunca —alagué mirándola, para ser una señora con más de sesenta años, se mantenía muy bien. Sonrió a mi alago y se sonrojó un poco—. Lamento haber llegado un poco tarde, estaba haciendo los deberes de la universidad y ordenando un poco la casa. —me disculpo con ella, nunca llego tarde y hoy lo había hecho.

     —Oh, querida, eso no importa, lo importante es que ya estás aquí. ¿Cómo te fue hoy, mi niña? —preguntó con cariño Margarita haciéndome sonreír nuevamente, esta mujer es un pan de Dios.

     —Muy bien, Margarita, no me quejo, la universidad como siempre.

     —Qué bueno, mi niña —habló volviendo a tomar su taza de café, sonreí con cariño mirándola, se había vuelto como una madre para mí—. Pero no perdamos tiempo, pequeña, ponte el delantal y atiende las mesas, se ha llenado rápido hoy la cafetería.

     —Claro, Margarita, empecemos que la noche es larga —reímos y me coloco el delantal con el nombre de la cafetería, me dirijo hasta una de las mesas donde varios hombres conversan—. Buenas noches, señores, ¿qué puedo ofrecerles hoy? —pregunto como siempre con una sonrisa en mi rostro y mi libreta y lapicero en mano.

     Levanté mi rostro y el rostro del señor Montecristo apareció delante de mí, pestañeé un par de veces, pero este ya no estaba ahí, sino el rostro de otro hombre.

•••

     Coloqué la rosa en un pequeño florero con agua dulce para que no se marchitara tan rápido, eso hacia la abuela Rocío cuando el abuelo Jonathan le llevaba flores, siempre lo había, cada noche al llegar traía consigo un ramo de rosas rojas.

     «Ay, abuela, si me vieses en estos momentos estarías tan emocionada como yo lo estoy» —pensé, no tenía a nadie para comentarle lo que me ocurría, estoy tan arrepentida de haberme ido no sin antes despedirme de mis abuelos siquiera, y todo por el maldito accidente automovilístico hace unos meses atrás donde perdí a Rosario.

     Dejé la rosa en el florero encima de la pequeña encimera y me dirigí hasta los estantes de la cocina para empezar a preparar la cena, mi estómago me lo estaba exigiendo a gritos. Limpio un poco la cocina y empiezo a cocinar unos rápidos macarrones con queso, como los hacía la abuela Rocío.

     Escucho el toque en la puerta de entrada y me dirijo hasta ella no sin antes dejar en baja llama los macarrones con queso, debían cocinarse bien y podían quemarse si me descuido. Me acerco hasta la puerta de entrada y al abrir la puerta, nada había del otro lado, solo un característico olor que reconocía, el aroma de la rosa azul.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Alma Enamorada [P A U S A D A]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora