Capítulo 2.

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Los recuerdos me invaden.
Me tumban y paralizan.
La vida me ahoga.
Y el dolor me brota.

El sol brilla a través de los cristales de mi ventana, los pájaros cantan y todo parece sacado de un cuento o de una película. Genial.

Me levanto y voy al baño, cepillo mis dientes y me doy una ducha larga. Al vestirme me pongo una camisa de mangas largas morada y unos pantalones negros. Antes de bajar tomo un pequeño bolso que me cuelga desde un hombro hasta el lado opuesto de mi cintura y meto mi teléfono, los audífonos y un poco de dinero. Bajo a la cocina y me encuentro a mamá desayunando.

-Buenos días -saluda.

-Hola -le digo cortante.

-¿Vas a comer?

-Comeré una manzana, gracias.

-Pero te hice panqueques -dice mientras hace pucheros.

-Gracias, pero no quiero.

Tomo la mazana y salgo de la cocina.

-¡Voy a salir! -le grito desde la puerta.

-¡Cuídate! -me devuelve.

Salgo de casa y empiezo caminar. Sé que está mal tratar así a mamá, pero no sé qué más hacer. No me gusta hablar con nadie, y ella siempre está intentando hablar conmigo, es muy buena para mí, no debería comportarme así con ella, pero yo no lo controlo, ya se me es costumbre no interactuar con nadie. No quiero que por uno de mis estúpidos ataques de estrés o de depresión ella salga herida. Ella no tiene la culpa de que yo esté así. No hizo nada malo.

Muerdo la manzana y un sonido entre los arbustos me saca de mis pensamientos. Me volteo a ver qué es y sale de entre ellos una rata. Estúpidas ratas de campo. Doy un brinco al verla. Las odio. Se va y respiro hondo. Sé que parezco una estúpida, pero de verdad que no me gustan. Sigo mi camino y me debato de entre sacar mis audífonos o seguir contemplando la naturaleza que me rodea. Gana la madre Tierra. Sigo caminando y al tiempo tarareo Heroine de Sleeping with Sirens.

Luego de un rato caminando, al adentrarme al bosque, llego al arroyo al que vengo casi todos los días. Me siento en una roca y empiezo a pensar en todo. ¿Por qué diablos hago eso? Mientras más pienso, más me destruyo. Es como si me torturara a mí misma, como si mutilara mi propio cerebro y corazón al mismo tiempo. Como si muriera a cada instante.

-Al Diablo -digo mientras me levanto de la roca y me quito el bolso, la camisa y los zapatos. Igual, nadie viene por aquí.

Entro al agua, no sé nadar, pero en este momento no me importa, en este momento no me importa nada. Me sumerjo y suelto todo el aire contenido. Cuando salgo a la superficie me dejo llevar por el agua y floto boca arriba con los ojos abiertos, admirando las ramas de los arboles sobre mí y el cielo azul, que parece que está más azul que nunca. Inhalo y cierro los ojos, intento bloquear mi mente, exhalo y me concentro en el cantar de los pájaros a la lejanía, en el sonido de la pequeña cascada que está a unos cuantos metros de aquí, en mis respiraciones calmadas, y en el sonido de unos pasos acercándose hacia aquí. ¿Pasos? ¡Pasos! Me reincorporo e intento hundirme en el agua, pero ya es muy tarde, la persona -que no tengo idea de quién es- ya está observándome. Me mira detalladamente y dice:

-Hola, Luz.

Genial, es el chico de la frutería.

-¿Qué haces aquí? -le pregunto, ignorando su saludo.

-Me gustan tus Converses, están geniales -dice admirando mis zapatos.

-¿Qué haces aquí? -repito.

Luz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora