El gran secreto detrás del viejo roble

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El gran secreto detrás del viejo roble 

(***)


Después de un parpadeo de oscuridad, lo que vi fue gente.

La sala a la que entré estaba colmada de personas, tantas que la cantidad junto al hecho de que estuvieran ahí, me asustó hasta hacerme sentir perdida y sobre todo fuera de lugar.

Necesité un momento para procesarlo, porque, ¿cómo era posible que un minuto atrás estuviera en la vieja estancia de una cabaña abandonada huyendo de un asesino, y un minuto después, al cruzar la puerta, me encontrara rodeada de gente en un sitio que no lucía en lo absoluto como parte de la misma cabaña?

Parecía absurdo.

Me di vuelta sobre mis pies buscando la puerta, considerando que había centímetros de separación entre la vieja sala con olor a humedad y esa en la que me hallaba, y que aun así no había relación alguna entre ambas.

Todavía tenía los nervios de punta y mi corazón seguía palpitando con rapidez, ¡y no olvidaba de ninguna manera al asesino y lo que había presenciado!, pero era inevitable no preguntarme de todas las formas posibles cómo demonios había terminado allí.

Aquel lugar se sentía distinto, ajeno, lejano, como el ambiente propio de una escandalosa dimensión.

Así que la pregunta era:

¿En dónde —coño— estaba?

Un muchacho delgado y de gabardina roja pasó junto a mí e hizo que pegara un salto y saliera de la consternación. No se inmutó por mi gesto y siguió su camino, pero yo quedé más asustada que nunca.

Fue entonces cuando decidí fijarme en algo más que el desconcertante hecho de estar ahí. Casi todos los presentes vestían gabardinas de diferentes colores, pantalones de cuero o jeans de tela negra que les daban un ligero estilo oscuro sin llegar a ser exagerado, casi elegante. La pequeña diferencia marcaba la diversidad del ambiente: no había labios pintados de negro, pero sí algunas perforaciones; no había cabellos en punta, pero sí sombreros y boinas; no había collares con cruces o símbolos, pero sí botas de cuero y unas pocas bufandas.

Nuevamente me pregunté: ¿Qué —jodido— lugar era ese? ¿Quiénes eran esas personas? ¿Realmente estaban ahí? ¿Yo realmente estaba ahí? Cerré los ojos con fuerza, repitiéndome a mí misma que debía mantener los pies en la tierra, recordando vagas palabras sobre la realidad y que no todo siempre era como parecía.

Pero lucía tan real...

Abrí los ojos y volví a estudiar el perímetro. Ni siquiera veía una cara familiar, algo muy extraño considerando que en Asfil todos nos conocíamos por ser un pueblo pequeño. Pero no conocía a nadie.

No supe qué hacer.

Entre mi indecisión me atreví a dar unos cuantos pasos temerosos, pero de repente alguien me tomó por el brazo con fuerza y me hizo girar violentamente.

—¿Padme?

Su voz llegó a mis oídos de forma irreconocible. Ni en las tardes fuera de su casa, ni en las horas de clase en la que a veces lo miraba, ni en la acera cuando caminaba por delante de mí, habría imaginado que la voz de Damián fuera casi imponente, grave, pero al mismo tiempo suave.

Sus profundos ojos negros me estudiaron, entornados bajo unas espesas cejas fruncidas. Era la primera vez que lo veía tan cerca, y la primera vez que se dirigía a mí, que me hablaba, que reparaba en mi presencia.

—¿Cómo es que...? —agregó, completamente confundido, echándome un largo vistazo como si yo no fuera en lo absoluto real—. ¿Qué mierda haces aquí?

DAMIÁN PARTE 1 - [Un secreto oscuro y perverso] VERSIÓN DE WATTPAD ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora