P21. CUANDO EL AMOR APRENDE A ESPERAR

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Por la noche, me llamaron del refugio local para agradecer el fin de semana. Me dijeron que Piano seguía en lista de espera, pero que duerme mejor. Colgué y le escribí:

> Yo: “Piano se queda un poco más, pero respira más hondo.”
Ohtani: “Entonces ya empezó a llegar.”

Esa línea me levantó una ola de ternura. Empezar a llegar: qué forma tan exacta de nombrar lo que siento.

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Ohtani

Los husos horarios tienen su humor. A veces, cuando mi día empieza, el de ella ya está cerrando como libro que guardas con los dedos dentro. Aprendimos a encontrarnos en esa orilla.

Yo le mando el cielo antes del amanecer; ella me responde con la luz de la tarde. Yo cuento uno, dos, tres antes de enviar; ella contesta en la voz que tiene la paciencia.

Una noche, tras un día largo, le pregunté:

> Yo: “¿Qué te sostiene cuando el día se inclina?”
Ella: “Decir ‘aquí estoy’, aunque sea bajito. ¿Y a ti?”
Yo: “Saber que me escuchas aunque no te escriba.”

Nos quedamos mirando la pantalla vacía como se mira una fogata que da calor sin pedir leña. Después, ella mandó un audio breve: era su respiración y una risa contenida. No dijo nada. No hizo falta.

En la libreta, anoté:

> “No todos los silencios pesan. Algunos levantan.”


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Allison

En el trabajo, los “para ayer” volvieron. Respondí con el aprendizaje nuevo: para hoy (y cuando no, para mañana sin culpa). Hubo un momento en que la nostalgia quiso entrar por la ventana: ese miedo viejo a que la distancia se lleve las promesas. Lo reconocí. Le abrí la puerta y lo dejé pasar… de largo.

A la hora de la comida, le envié una lista de pequeñas alegrías:
—Mi mamá dejó flores en la mesa.
—El pan salió bien en el horno.
—Una desconocida me escribió que mi video la acompañó en el camión.

Su respuesta llegó como abrazo escrito:

> Ohtani: “Gracias por contarme cosas que no salen en las noticias.”

Y entonces supe que éste era el balance que quería: un amor que se sostiene de lo mínimo. Un amor que no exige milagros; los reconoce.

Esa noche subí un clip: “Manual breve para esperar sin romperse.”

> “Respira.
Bebe agua.
No te adelantes.
Habla con quien te entiende.
Y si el miedo regresa, pregúntale por su nombre: tal vez solo sea el cansancio con otra camisa.”

Apagué la luz un poco más segura de mí.

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Ohtani

La disciplina del cuerpo se parece a la de los afectos: repites, afinas, no te rindes cuando un día sale chueco. En la sesión de video, un compañero preguntó por Monterrey con humor sano. Sonreí sin detallar. Hay cosas que no se cuentan: se cuidan.

Después del entrenamiento, dejé el teléfono boca abajo un rato, a propósito. Quise ver si el corazón ya sabe estar sin revisar. Sí sabe. Pero cuando lo encendí, su mensaje me encontró en el punto exacto:

> Allison: “Te extraño de una forma que no pesa.”

Pasé el pulgar por la pantalla, gesto inútil pero honesto. Respondí:

> Yo: “Yo también. Como quien tiene una canción en la cabeza y decide no apagarla.”

En la noche, antes de dormir, la llamé. Hablamos diez minutos. Risas pequeñas. Silencios. Un “duerme” que sonó a bendición. Colgué con la sensación de haber tocado un borde sin romperlo.

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Allison

El fin de semana llegó sin planes. Limpié la casa, cambié sábanas, cociné algo sencillo. A media tarde, me pidió que grabara treinta segundos de silencio: la ventana, la luz, lo que suena cuando no suena nada. Lo hice. Le mandé el video.

Su respuesta fue un texto que guardé como si fuera de cristal:

> Ohtani: “Eso que suena es el lugar donde te pienso.”

Tuve que sentarme. No por drama, sino por verdad.
Las palabras, cuando llegan así, ajustan toda la casa.

Le envié una foto del mural en miniatura que tengo pegado con cinta al lado del escritorio: un recorte torpe, pero mío.

> Yo: “Aquí también vuelvo sin empujar.”

Él contestó con tres puntos —los suyos, ya lo sé— y la palabra exacta:

> Él: “Presente.”


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Ohtani

A veces el cansancio sube sin aviso. Ese domingo me encontró a medio día. Me senté en el porche, dejé que el cuerpo pesara y pensé en rendirme un rato. Abrí Telegram y escribí sin hacer borradores:

> Yo: “Hoy me puede el día.”

No buscaba consejo. Buscaba compañía.
Su respuesta fue un vaso de agua textual:

> Allison: “Toma esto: no tienes que poder solo. Estoy.”

La perrita, como si leyera, apoyó el hocico en mi pierna. Reí, agradecido. Le mandé una foto de la escena. Ella contestó con un corazón y un “gracias por contármelo cuando pesa”.
Me dormí quince minutos. Al levantarme, el mundo no era distinto; yo sí.

En la libreta escribí:

> “Aprender a esperar también es dejarse cuidar.”


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Allison

Con el tiempo, encontramos un horario secreto: una franja en la que los dos podíamos decir buenas noches y buenos días en la misma conversación. Ahí viven nuestras frases preferidas.

> Él: “Duerme.”
Yo: “Tú también.”
Él: “Aquí estoy.”
Yo: “Aquí te espero.”

No sé cuándo volveremos a vernos. No me angustia. El destino ya mostró que sabe organizar calendarios mejor que nosotros. Mientras tanto, la vida se deja vivir: trabajo, mi mamá, el canal, el mural, el pan que a veces sale chueco y nos hace reír.

Esta noche cierro la ventana con la sensación de que el amor se volvió casa habitable. No mansión, no cabaña ideal: casa.

Escribo en el cuaderno:

> “Esperar no es pausa. Es latido a ritmo de verdad.”

Apago la luz. El corazón, obediente, se acomoda a su sitio.

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Reflexión final

La espera no es un cuarto vacío:
es una lámpara encendida,
un plato tibio,
un “avísame cuando llegues”,
un “aquí estoy” que no se cansa.

Allison aprendió a sostener la luz sin apurar la mañana.
Ohtani aprendió a dejarse acompañar sin medir la distancia.

Entre ambos, un hilo que no jala ni aprieta: entona.
Y mientras el tiempo hace su parte,
el amor —con su paciencia alta—
aprende su lección más bella:
esperar sin miedo,
porque ya se reconocieron. 🌙

✨EL HILO INVISIBLE ✨Where stories live. Discover now