<Capitulo 3>

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Pov Lumi

La luz del sol se colaba entre las cortinas cuando me desperté.

Por un segundo olvidé dónde estaba, hasta que vi la decoración minimalista, el suéter de Malachi doblado en la silla y recordé todo.

Me levanté despacio y salí del cuarto, con la intención de ir al baño.

Lo que no esperaba era encontrarme con Malachi saliendo de allí, con una toalla a la mitad del cuerpo y el cabello aún mojado.

Me quedé quieta. Literalmente congelada.

Por reflejo, bajé la mirada, pero no antes de notar su abdomen marcado y las gotas que caían por su pecho.

Tragué saliva, sintiendo cómo las mejillas me ardían.

—Eh... buenos días —alcancé a decir, con una voz que sonó mucho menos natural de lo que quería.

Él me miró divertido, notando perfectamente mi incomodidad.

—Buenos días, LuLu —dijo con esa sonrisa confiada que daba ganas de lanzarle una almohada.

Rodé los ojos, intentando disimular lo que acababa de pasar.

—Voy a... bañarme —murmuré, pasando rápido a su lado, sin mirarlo.

—El baño es todo tuyo —contestó riendo.

Cerré la puerta y me apoyé en ella un segundo, respirando hondo.

"Tranquila, Lumi. Solo fue... un accidente visual. Nada más."

Me metí a la ducha e intenté despejarme, pero mi mente seguía repitiendo la escena.

Él tan tranquilo, como si no fuera consciente del impacto visual que causaba.

Y yo, roja como un tomate. Genial.

Cuando salí, envuelta en una toalla y más compuesta emocionalmente, olía a desayuno.

Lo encontré en la cocina, preparando algo.
Pancakes.
Mi especialidad.

—Malachi, no era necesario —dije, acercándome.

—Relájate, LuLu —respondió sonriendo—. Considera que te estoy compensando por el susto de esta mañana.

—¿Susto? No fue un susto —contesté rápido, quizá demasiado rápido.

Él me miró con una ceja levantada, divertido.

—Entonces, ¿fue un impacto visual?

—¡Cállate! —dije entre risas, empujándolo suavemente del brazo.

—Lo tomaré como un sí —replicó, sirviendo los pancakes.

Suspiré, intentando ocultar la sonrisa que me escapaba.

No había nada entre nosotros, claro que no...
Pero admito que empezaba a entender por qué tantas hablaban de él.

El olor a pancakes recién hechos llenó todo el apartamento.
Me senté en una de las sillas del mesón, aún con el cabello húmedo y una sudadera de él que me quedaba enorme.

Malachi estaba concentrado sirviendo los platos, con una tranquilidad que me daba algo de envidia.

¿Cómo alguien podía estar tan despierto tan temprano después de ensayar todo el día anterior?

—Admito que no esperaba esto —dije, mirando los pancakes perfectamente dorados—. ¿Desde cuándo sabes cocinar?

—Desde que descubrí que las aplicaciones de delivery no te salvan a las tres de la mañana —contestó, encogiéndose de hombros—. Además, si vivo solo, algo tengo que hacer para sobrevivir.

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