Contrato

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Liam

Sus ojos azul mar se clavan en los míos, fijos, como si no esperara verme aquí. Una chispa de sorpresa, tal vez de desafío, brilla en ellos. No me quedo en esa mirada, aunque me quema la piel; mi vista baja directo al hombre que está a su lado. Alto, sí. Musculoso, quizás. Pero no más que yo. Nadie lo es. Nadie puede compararse conmigo. Tiene ojos negros, vacíos, sin nada que destaque. Nada especial. Y aun así, el simple hecho de que se atreva a estar a su lado me provoca una furia helada. Lo fulmino con la mirada, como si con eso pudiera borrarlo del mapa.

Una posesión oscura se expande en mi pecho como veneno, sofocante. Ese imbécil está innecesariamente cerca de ella, tanto que sus brazos casi se rozan. El impulso de arrancarlo de su lado, de estamparlo contra la pared y reclamar lo que me pertenece, me golpea con fuerza. Mis manos se tensan. Contenerme es un castigo. Cada fibra de mi cuerpo grita por acercarme, por arrancarle a Britdi esa falsa seguridad que tiene al estar con otro. Está rezando -sí, jodidamente rezando- con su cercanía lo que es mío.
«Ya no es tuya», me escupe la maldita consciencia. Una voz que odio. Una mentira que no pienso aceptar.

Las puertas metálicas comienzan a cerrarse, y por última vez alcanzo a ver esos ojos marinos que tanto me atormentan. Están clavados en mí. Expectantes. Retadores. Y lo peor: con una satisfacción cruel en la curva de sus labios, como si disfrutara verme desangrar de celos. ¿Se lo llevará a la habitación? ¿Dejará que ese don nadie la toque, que la tenga en la cama, que la reclame?
No.
No.
Por toda la maldita mierda que no.

Mi pecho arde con rabia contenida, con esa necesidad enferma de romperlo todo. El celular ya está en mi mano antes de que lo piense. Aprieto con fuerza el contacto de Elliot, casi incrustando mi huella en la pantalla. Si Britdi cree que voy a quedarme quieto, mirando cómo otro se acerca a ella, está jodidamente equivocada.

-¿Señor? -la voz del otro lado suena expectante, como si supiera que mis órdenes no admiten demora.

-Mantén vigilada a la señorita Monroe -escupo cada palabra con firmeza, dejando claro que no tolero errores-. Quiero que me informes de cada paso que dé. Averigua cuál es exactamente su habitación, sé que está en el sexto piso, pero lo demás quiero que lo descubras. Con quién se rodea, con quién está ahora mismo, qué hace, qué oculta. Y cuando descubras quién demonios es el hombre que la acompaña, me haces un informe completo de él: pasado, contactos, debilidades. Todo. Mañana a primera hora lo quiero sobre mi escritorio.

-Sí, señor, mañana lo tendrá -responde rápido, como si temiera prolongar el silencio.

Cuelgo sin más. El teléfono apenas choca contra la mesa cuando siento el fuego expandirse en mi pecho. La rabia me consume, un veneno ardiendo en mis venas. Que no se le ocurra tocarla. Que no se atreva a ponerle una mano encima, porque de esta semana no pasa. Lo destrozo. Lo desaparezco.

Ella es mía, aunque todavía no lo admira.

Las puertas metálicas del ascensor se abren con un leve chirrido en el último piso, donde solo están las suites. El silencio es denso, caro, blindado. Salgo con pasos firmes, el eco de mis zapatos contra el mármol resuena demasiado fuerte en este pasillo vacío. Avanzo hacia mi habitación, cada paso medido, hasta que escucho algo detrás de mí.

Unos pasos. Ligeros. Cercanos.

Me detengo en seco, volteo de golpe, la mirada afilada. Nada. El pasillo luce igual de muerto que siempre. Aprieto la mandíbula, un músculo tenso en mi rostro. Ahora no. Ahora no voy a dejar que nadie me joda.

Peligrosa atracción #2 [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora