Lo que calla un libro

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Amara

En la mañana desperté con el ánimo renovado. No necesité de una alarma, ya que abrí los ojos unos minutos antes. Eran las ocho y quince. La luz suave que se filtraba por las cortinas me acariciaba el rostro, como si también quisiera desearme un buen día.

«Es una buena hora para alistarme con calma», pensé mientras me sentaba en la cama. Pero al hacerlo de golpe, un mareo inesperado me hizo tambalear.

«Eso me pasa por moverme tan rápido al despertarme», me regañé mentalmente mientras me llevaba una mano a la cabeza. Cerré los ojos por un segundo hasta que todo dejó de dar vueltas. Entonces lo recordé:

«¡Hoy es su aniversario! Tengo que felicitarlos apenas baje a desayunar».

Fui al baño, me lavé el rostro, me vestí sin demasiadas vueltas y peiné mi cabello con rapidez.

Este día no necesitaba un maquillaje muy elaborado —y mis gustos son simples —, por lo que con un gloss junto con un pequeño delineado sería suficiente.

No fui muy detallista pero, al menos, era estético.

Al bajar a la cocina, los encontré sentados uno frente al otro, con sus tazas humeantes entre las manos, conversando con esa tranquilidad que solo los matrimonios consolidados logran tener. Era una imagen que, por alguna razón, me hizo sonreír.

—¡Felicidades! —me acerqué con una sonrisa amplia y los abracé por detrás—. ¿Qué tienen planeado para hoy? —pregunté mientras me acomodaba entre ellos.

—Nos tomamos el día libre en el trabajo —respondió mamá con tono relajado—. Pensamos quedarnos en casa, descansar un poco.

—¿Oh, en serio? —comenté con cierta decepción, alzando apenas una ceja—. Pensé que saldrían o algo así, como una cena romántica o un paseo. Algo... especial —acompañé la frase con un leve gesto circular de la mano.

Papá había estado en silencio hasta ese momento. Lo noté mirando de reojo a mamá, con una media sonrisa que me hizo sospechar que no estaba del todo de acuerdo.

—No, no es en serio —dijo de pronto, mirando a Clara con esa complicidad que solo ellos dos compartían—. Hoy iremos a un restaurante.

Ella lo miró con sorpresa, no del todo convencida.

—Andrés... sabes que no me gusta salir —dijo con un suspiro, como si ya conociera el resultado de esa conversación—. ¿Por qué no hacemos lo mismo de todos los años? Ya sabes... una comida en casa, una película.

—Porque este no es un aniversario cualquiera, Clara —explicó con calma, aunque en su voz había determinación—. Son veinte años juntos. No es poco. Creo que este merece algo diferente. Como cuando salíamos de jóvenes... sin prisas, sin hijos en casa por unas horas.

Ella bajó la mirada, sonriendo apenas.

—Bueno... —dijo tras pensarlo unos segundos. Luego, sin más palabras, se inclinó hacia él y le plantó un beso cariñoso en los labios—. Está bien. Iremos al restaurante.

Y entonces vi esa sonrisa en el rostro de mi papá. Una de esas verdaderas, que brotan sin esfuerzo y se notan hasta en la mirada.

«Son tal para cual», pensé con cierta ternura. A veces me costaba verlos como pareja más allá de su rol de padres, pero había momentos —como este— en que se notaba que aún se escogían.

Me quedé unos segundos más observándolos, pero luego sentí que estaba de más. Como si esa escena perteneciera solo a ellos dos. Me retiré con discreción y fui en busca de mi desayuno, dejando que ese pequeño instante se quedara grabado en mi memoria.

~Explorando el alma~ Where stories live. Discover now