Cuando el cuerpo de Daniela cayó contra el firme y doloroso cemento, el portal de destellos naranjas como fuego al rededor se cerró, supo que estaba perdida mental e literalmente. No habia tiempo de lamentarse, tampoco de ponerse a recapacitar sobre lo que habia pasado unos segundos atrás.
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El aire en la ciudad de New York había quedado bastante tenso desde hace dos años, todo parecía diferente desde que la mitad de la población había aparecido tan de repente, con sólo un chasquido insignificante y... ¡pum!, todos devuelta reunidos con sus familias. Claro que no todos estaban felices porque, o sus familiares ya no eran los mismos o simplemente sus matrimonios los habían engañado durante los cinco años que ellos se habían prácticamente esfumado.
Desde ese día, ese momento en el que los Vengadores derrotaron a Thanos y Tony Stark chasqueó los dedos para traer a todos devuelta, la ciudad estaba bastante distinta y la tensión podía sentirse. Incluso cuando el Doctor Strange blipeó, al igual que yo, cuando volvimos al santuario todo parecía normal pero claramente no lo era, habían pasado cinco años, era una locura.
Tampoco me emocionó mucho volver, ¡todo seguía igual!, excepto por la mayoría de los adolecentes que conocía, ahora ellos eran unos adultos llegando a sus veintes. La amargura de Strange seguía intacta, y ahora que los Vengadores no estaban mi mente trato de convencerme de que estaría feliz, los detestaba y ellos lo estresaban mucho pero todo al contrario. Hasta parecía extrañarlos.
Los últimos años me sirvieron demasiado para entrenar mis hechizos, soy muy buena que hasta América Chávez, una niña que viene de un universo que nisiquiera ella recuerda, dice que soy la mejor. Tiene el poder de poder viajar a cualquiera que ella quisiera, pero tuvo la suerte de que Strange la atrapara y convenciera de que tenía que controlar sus poderes para no morir.
Podría distraerme con cualquier cosa, pero mis pensamientos siempre volvían a lo mismo. Quería ayudar a América con su pasado cuando nisiquiera podía ayudarme a mi misma, los libros de cientos de años en la biblioteca vieja del santuario no ayudaban en nada, absolutamente en nada de lo que estaba buscando. Mi universo, al menos una pista de dónde venía.
Recordaba la primera vez que viaje a un universo distinto a este sin que Stephen lo supiera, fue un completo caos que hasta casi muero. No podía culparme, tenía quince años y estaba en mi etapa de querer comerme el multiverso como si estuviera en una película de Disney.
Strange no tenía idea de lo que estaba por hacer, y sinceramente espero a que nunca lo sepa. Mi capa que descansaba en el sofá del sótano se levantó para colgarse en mi cuello en cuánto crucé la puerta, los rayos de luz que entraban por el ventanal eran lo único que iluminaba el lugar.
¿Tenía miedo?, tal vez, pero no había vuelta atrás. Hace menos de dos meses había recibido mi anillo de Hoda, mala decisión de parte de mi papá ahora adoptivo, el Señor Strange. Sabía que el confiaba en mi, pero también sabía que este anillo no llegaba ni a la mitad del poder que el de él, así que opte por robarle el suyo sin que se diera cuenta.