Capítulo 14

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l'INTRUSO
(El Intruso)

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Cuando Raimondo Fiori volvió a casa, luego del festejo de Rebecca, se encontró con una enorme casa vacía, pero eso no le afectó, era algo a lo que él ya estaba acostumbrado, pues Giuliano Fiori, su abuelo paterno —su única familia sanguínea— viajaba con frecuencia y, a veces, se ausentaba incluso por meses: a Giuliano le gustaba hacerse cargo él mismo de los asuntos importantes relacionados con sus hospitales —la familia Fiori tenía veinticuatro hospitales, de la más alta calidad, por toda Europa—.

Su nana, Flora Rosso —quien también había sido la nana de Alessandro, su padre—, y un grupo de ayuda doméstica y de seguridad, cuidaban de él. Así había sido desde que Raimondo tenía memoria, pues él no tenía padres: ellos habían fallecido cuando él tenía menos de un año de edad. Había sido un asalto al que, al parecer, Alessandro —Sandro, le habían dicho sus allegados— se resistió.

Raimondo sentía cariño por la figura de sus padres, pues parecían haberlo amado mucho, pero no estaba triste. De hecho, él se sentía agradecido por su familia: Giuliano, su abuelo, lo adoraba, pero además tenía a los Petrelli.

Ya ni siquiera podía recordar la primera vez que vio a los gemelos —era como si hubiese estado en esa familia por siempre—, aunque sí recordaba que, desde muy joven, sentía fascinación por el asombroso parecido que ellos tenían, pese a ser niño y niña; tampoco se acordaba de la primera vez que Ettore y Matteo le jugaron una broma cruel —cual hermanos mayores—, pero le parecía que ellos eran abusivos con él —especialmente Ettore— desde siempre; tampoco podía recordar la primera vez que molestó a Jessica —ella era como su hermana menor—, o la primera vez que descifró el tartamudeo de Anneliese, o que intentó hacerla sentir mejor, luego de que las otras niñas se burlaran de ella. De lo que sí se acordaba bien, y lo haría cada día de su vida, era de la primera vez que habló con Angelo.

Tenían cinco años y él y su hermana se unieron al grupo pocos meses luego de que comenzara el ciclo escolar, y Raimondo se quedó impresionado con sus ojos. Nunca había visto unos ojos como los de él: de un gris sumamente claro, como el cristal, translucidos, sin ninguna clase de lunares o marcas. Eran unos ojos hermosos, profundamente hermosos, y Lorenzo —quien ya era su mejor amigo— lo convenció de que Angelo estaba ciego, de que había quedado ciego en un accidente —le contó, incluso, que sus ojos antes eran azules, como los de su hermana (quien siempre estaba pegada a él porque, ahora, ella era sus ojos) pero se habían vuelto grises por su ceguera—.

Raimondo no había terminado de creérselo —Angelo no chocaba contra nada, ni traía bastón—, pese a eso, apenas Lorenzo terminó de hablar, él le agitó la mano frente al rostro, probando.

"¿Qué haces?", le había preguntado Angelo, con cara de enfado —a sus cinco años, él ya era receloso, reservado, apático e intolerante—. Entonces Lorenzo soltó una carcajada y le confesó que era mentira —como si eso fuese necesario aún—. Luego de aquel día, los tres niños fueron inseparables.

Aunque los Fiori y los Petrelli parecían involucrados ya, desde siempre. No sólo Raimondo era cercano a la generación más joven de los lobos, también Giuliano y Giovanni eran íntimos amigos, Alessandro y Gabriella habían estado comprometidos.

En una ocasión, Giuliano le contó sobre la relación de Sandro y la hija de Giovanni —y actual suegra de Raimondo—; decía que su hijo la adoraba y Gabriella también a él..., hasta que apareció ese irlandés por el cual ella se volvió loca y dejó a Sandro destrozado. Aunque no por mucho tiempo, desde luego, pues él ya se había casado con otra chica —la madre de Raimondo— un año después.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora